Televisión/ ATR 4.0



Con algo de retraso debido a diversos eventos deportivos (los Juegos Olímpicos, la Copa Davis) y tragedias imprevisibles (el accidente del avión de SpanAir), se ha estrenado la nueva temporada (la cuarta) de esa serie que, quienes me leéis, sabéis que llevo siguiendo desde hace algún tiempo, “Amar en tiempos revueltos”.

Como he escrito en alguna que otra ocasión, me hice devoto de este serial porque, debido a que trabajo en una ciudad diferente a aquélla en la que vivo, suelo comer bastante tarde, y en mi casa siempre comemos frente a la televisión… con ésta encendida. A esas horas (alrededor de las 4 de la tarde) la oferta televisiva no era demasiado ilusionante, y en un panorama tan yermo, dominado por culebrones venezolanos o seriales de acá clonados de otros de allá (“Yo soy Bea”), el relato producido por Diagonal TV para la 1 de TVE me pareció una propuesta inteligente y atractiva, tan atractiva que empecé a verla como quien no quiere la cosa y, casi un año después, aún me dura la atracción. Cierto es, no obstante, que en la anterior temporada confluyeron una serie de factores temáticos que, en conjunto y aun individualmente, me interesaron vivamente, a saber: una productora de cine, un complot para asesinar a Franco, el retrato de una familia cuyo patriarca era un cabecilla del Movimiento falangista… Lo que me pregunto es: si yo fuese un recién llegado a la serie, desconocedor de todo su pasado, ¿me habría enganchado a “Amar en tiempos revueltos” a juzgar por lo visto hasta ahora en esta cuarta temporada?

La respuesta a la anterior pregunta es harto difícil. O no tanto. Es decir, NO, creo que, siendo como soy yo y desarrollándose la serie como se está desarrollando ahora, no me hubiera atraído como me atrajo hace un año. Pero la sigo viendo, y creo que lo seguiré haciendo. Porque los guionistas son astutos y calculadores y han repetido la táctica de no cerrar una temporada y, al cabo de un mes o dos, comenzar la temporada siguiente con el nuevo elenco de protagonistas. No, los libretistas de “Amar en tiempos revueltos” son unos manipuladores natos y prácticamente nos han cambiado de temporada y de reparto sin que apenas nos hayamos dado ni cuenta. Ello quiere decir que no acaba uno de “desencariñarse” de los “viejos” protagonistas cuando ya está aprendiendo a encariñarse de los nuevos. Porque ésta y no otra es la base del éxito de los culebrones de sobremesa: tanto y tanto ver a los mismos personajes y actores, tanto y tanto compartir sus alegrías y sus sinsabores, tantos y tantos días frente a ellos, que al final acabas no frente sino dentro, dentro de la trama, dentro de sus vidas de ficción.

Madrid, 1950. En la castiza Plaza de los Frutos, el centro neurálgico, el motor de la convivencia, continúa siendo el Bar El Asturiano, a cuyo cargo están Manolita (Itziar Miranda) y Marcelino (Manuel Baqueiro), a quienes apoyan Pelayo (José Antonio Sayagües), padre del anterior, y Enriqueta (Paloma Tabasco), esposa en segundas nupcias de este último. Manolita es, también, el nexo de unión de lo viejo con lo nuevo, del pasado en forma de negocio familiar con el futuro representado por unos Grandes Almacenes que constituyen un trasunto de El Corte Inglés: trabaja en jornada partida como dependienta de la sección de Corte y Confección, y en los ratos libres continúa ayudando a su marido y sus suegros en el bar. Los Grandes Almacenes Rivas son uno de los nuevos escenarios creados para esta temporada. En ellos, además de Manolita, trabajan las dos nuevas protagonistas de la serie, Ana (Marina San José) y Teresa (Carlota Olcina), juntas codo con codo en el día a día pero terriblemente diferentes en su origen y forma de vida. Teresa es hija de Pascual García (Pep Ferrer), el ex-presidiario al que conocimos en los últimos capítulos de la anterior temporada, un comunista honrado que malvive realizando chapuzas tras haber permanecido largos años en la cárcel a causa de su ideología. Hace poco le ha seguido a Madrid el resto de su familia, que hasta entonces vivía en el pueblo: su esposa Carmen (Pepa Pedroche) y sus hijos Teresa y Alfonso (Alex García), muchacho de sangre caliente y pensamiento político opuesto al de su progenitor. El quinteto de habitantes de la modesta casa de los García se completa con Simón (Angel Pardo), amigo y ex-compañero de presidio de Pascual, que vive realquilado y sueña con dedicarse al dibujo de comics. Sin que Teresa lo sepa, su mejor amiga Ana, a la sazón compañera de trabajo en los Grandes Almacenes, oculta un importante secreto: en realidad es la hija única de Ramón Rivas, el dueño de la empresa, tratando de conocer desde dentro el negocio que un día heredará. Los secretos son el pan de cada día en la lujosa vivienda de los Rivas. Ramón (Manuel Bandera) vive rodeado de mujeres: su hija Ana, su esposa Marta (Clara Sanchís) y su madrastra Encarnación (Cristina de Inza), viuda de su padre, con el que contrajo matrimonio cuando éste era ya anciano y ella todavía una jovencita arribista. Pero nada es lo que parece; Rivas, recién nombrado “Empresario del Año”, ganó el título en una partida de póquer celebrada en la famosa cocktelería “Morocco”, con cuya nueva gerente, la ex-joyera Julieta (Lola Marceli) vive un tórrido romance; por su parte, doña Encarnación no se limita a ejercer de matriarca de la familia Rivas, sino que, conforme pasan los capítulos, puede percibirse que es ella y no Ramón quien mueve los hilos de la familia y de la empresa, pudiendo palparse una creciente tensión en el ambiente, a la que sólo aparentemente es ajena la joven Ana. Además de la humilde casa de los García, el lujoso entorno en el que se desenvuelven los Rivas, el “Asturiano” y el “Morocco”, los otros escenarios de esta cuarta edición de “Amar en tiempos revueltos” son el estudio fotográfico donde viven y trabajan Sole (Ana Villa) y su marido Juanito el Grande (Roberto Mori); la prisión provincial donde se halla recluído Juanito el Chico (Jorge Monje), convertido en cabeza de turco del derrumbe de una nave de los Grandes Almacenes; y la comisaría de policía, en la que el inspector Héctor Perea (Javier Collado) y el subcomisario Ovidio Salmerón (Miguel Ortiz) tratan de hacerse la cama mutuamente mientras investigan las timbas ilegales que se celebran en el Morocco y los asesinatos de mujeres cometidos por un escurridizo psicópata…

Hasta ahí mi (no tan breve como hubiera deseado) resumen de lo visto hasta ahora en los primeros capítulos de “ATR 4.0”. ¿Qué os parece? ¿Os hubiérais enganchado a un serial en función de estos parámetros argumentales? Yo, honestamente, pienso que no, así que creo que es necesario volver a elogiar los aspectos más técnicos de la serie, como, por ejemplo, la fotografía, el tratamiento del color y la más que aceptable interpretación de la mayoría de los actores, con la muy preocupante excepción de la que se supone que es la principal protagonista (de hecho, es la primera que aparece en los títulos de crédito), la joven y desgarbada Marina San José, que, por cierto, en la vida real es hija de Ana Belén (y el cantante Victor Manuel) pero a la que aún le queda un larguísimo camino por recorrer si pretende emular los niveles de su famosa mamá. En cuanto a la ambientación, siempre tan meticulosa en temporadas anteriores, sorprende un poco el hecho de que algunos de los decorados actuales “canten” tanto a reciclaje (la casa de los Rivas es la misma que la de los Roldán en la anterior temporada; la oficina de Ramón Rivas fue la de la productora Numancia Films; la casa de los García se parece sospechosamente a la del profesor Alvaro Iniesta, mientras que la de los dueños de El Asturiano recuerda demasiado al piso franco en el que se escondían Fernando y Alicia en “ATR 3.0”). Lo mejor, sin duda, es la posibilidad de llegar a engancharse, día tras día, a unos personajes a los que acaban haciendo creíbles sus muy competentes intérpretes, que se desenvuelven en un entorno sociopolítico perfectamente reconocible y en el que todos quienes hemos vivido nuestra vida en esta España, no siempre democrática, encontramos fácilmente motivos para identificarnos.

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