Cine/ "EL TREN DE LAS 3:10"


Fuera de onda


Reconozco que no recuerdo haber subido a “El Tren de las 3:10” original, que en 1957 condujo el artesano Delmer Daves, con Glenn Ford y Van Heflin como pasajeros principales. De aquel viejo film lo que mejor conozco, y casi de memoria, es la preciosa balada entonada por el recientemente fallecido Frankie Laine, todo un clásico de la música pseudo country en su vertiente más western. Como para conmemorar el quincuagésimo aniversario de la película, Hollywood produce un remake que acentúa los aspectos psicológicos e introspectivos de la novela de Elmore Leonard, cuyo argumento es el siguiente: un peligroso ladrón de diligencias es capturado en un pueblo de mala muerte, y su custodia confiada a un ranchero acuciado por las deudas, quien tendrá que vigilarlo hasta que llegue el tren en el que el facineroso emprenderá su último viaje, con destino a la prisión estatal de Yuma. Muchas cosas han cambiado en Hollywood y en el mismo Séptimo Arte en estos 50 años: Frankie Laine ya no está entre nosotros, las baladas country ya no suelen acompañar los títulos de crédito de ningún film y, definitivamente, el western ha dejado de estar de moda. Prueba de ello es que, si en los buenos tiempos se producían 50 ó 60 películas “de vaqueros” al año, ahora el estreno de una de ellas es todo un acontecimiento; de hecho, el título del que os hablo ha tardado más de un año en llegar a nuestras carteleras, a pesar de tener en su reparto a dos primeras figuras como Russell Crowe y Christian Bale. Las razones del relativo fracaso de este nuevo “Tren de las 3:10” (cuyo título original, “3:10 to Yuma”, prescinde del medio de locomoción pero añade el destino) hay que buscarlas, obviamente, en su adscripción al género western, cuyo último éxito en taquilla puede remontarse a los ya lejanos tiempos de “Bailando con lobos”, “Sin perdón” o “Leyendas de pasión” (esta última, la más moderna de todos, se estrenó allá por 1993), pero también a su apuesta decidida por potenciar la psicología en detrimento de la acción. El director James Mangold, entre cuyas obras anteriores se hallan “CopLand”, “Identity” y mi favorita personal, “En la cuerda floja” (biopic del cantante Johnny Cash), ha sabido entresacar de este género secular la mayoría de sus ingredientes clásicos, aunque algunos aparezcan en muy pequeñas dosis. Así, volvemos a ver una diligencia (si bien, en este caso, fuertemente blindada y custodiada por agentes de la famosa agencia Pinkerton) asaltada por forajidos, una familia de rancheros apegada a la tradición y a la Biblia, pueblos de calles polvorientas en los que no faltan la oficina del sheriff y el Saloon regentado por una camarera que en tiempos fue bailarina de can-can, largas cabalgadas a través de desiertos interminables, tiroteos en los que en teoría debería morir hasta el apuntador, túneles y vías de ferrocarril construídos por trabajadores chinos e incluso indios tendiendo una emboscada nocturna a los blancos que se han atrevido a adentrarse en sus dominios. Personalmente, me ha encantado esta película, aunque quienes me conocéis ya podíais presuponerlo en cuanto os he dicho que el protagonista es Russell Crowe, uno de mis tres o cuatro actores favoritos. Crowe, comportamiento “civil” o extracinematográfico aparte, es un auténtico monstruo de la interpretación, que siempre está perfecto y que se sigue esforzando por cambiar de registro film tras film. Su “Ben Wade”, el (teórico) villano de la función, destila carisma por los cuatro costados, y es tan creíble cuando asesina, sin escrúpulo aparente, a un miembro de su propia banda como cuando seduce con apenas tres miradas y cuatro palabras a la dueña del saloon. Simplemente sensacional. Frente a él, un Christian Bale que, para variar, puede lucirse sin tener que disfrazarse de hombre murciélago, aunque nuevamente su buen hacer queda un tanto eclipsado por el carisma del malo de turno. Poblada de innumerables aciertos de guión (una de las cosas que más me gustó fue que la aportación de cada personaje es realmente significativa, no como comparsas supeditadas a la acción sino como seres humanos provistos de su efímero pero brillante momento de gloria), pero también algo renqueante en su apología de la moral y la honestidad llevadas al límite (¿fui yo el único que fue incapaz de creerse que el personaje de Christian Bale sea capaz de jugarse su vida y el futuro de su familia por el mero compromiso de custodiar a un asesino durante cuya vigilancia han ido muriendo, uno tras otro, todos los alguaciles profesionales que le acompañaban? Y ¿no resulta casi irrisorio que el temido pistolero, líder de una banda de asesinos sanguinarios, acepte, aunque sólo sea por hacer el paripé, correr el riesgo de llegar a la estación de tren bajo el fuego cruzado de sus propios esbirros?), “El Tren de las 3:10” pretende revivir lo mejor del cine del Oeste y se queda a medio camino, quizás, también, porque mezcla demasiados “oestes”: los decorados filmados en brillante technicolor ceden protagonismo en favor del polvo y la mugre tan característicos del “spaghetti western” (y, además, la música de Marco Beltrami tiene inequívocas resonancias de Morricone), pero el tren cuya llegada inquietaba a Gary Cooper se detiene en un pueblo copiado de los films crepusculares de Clint Eastwood.

Luis Campoy

Lo mejor: Russell Crowe, el atraco a la diligencia blindada y el tiroteo final
Lo peor: la fantasmagórica aparición de los indios, el increíble leit-motiv moralizante
El cruce: “El Tren de las 3:10” (1957) + “El Jinete Pálido” + “Sin perdón”
Calificación: 8 (sobre 10)

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