Bocazas in-Clemente


Javier Clemente ha vuelto a liarla. Esta vez en Murcia, donde entrena al principal equipo de la Región, tras ser contratado en las postrimerías de la temporada pasada por el presidente del club, Jesús Samper, al parecer amigo personal del técnico de Baracaldo. A mí Clemente no me cae bien, vaya éso por delante. Creo que personifica de modo lamentable todos los tópicos y todos los defectos atribuídos y atribuibles al carácter vasco. Su genio, sus prontos, su entonación engolada y prepotente, su forma de gesticular… Le recuerdo de cuando dirigía a la Selección española de fútbol, una época aciaga (como casi todas las épocas anteriores a la actual) en la que nuestros jugadores se arrastraban como almas en pena por los estadios de medio mundo, dando una imagen lamentable de la que Clemente, sin embargo, se negaba a responsabilizarse, y durante muchísimos meses pareció que no había forma humana de que tal individuo se comportase de un modo medianamente digno y presentara su oportuna dimisión. Como digo, hacia el final de la temporada 2007-2008 aterrizó en Murcia, con la misión de intentar impedir el descenso a Segunda División del club pimentonero, al que Lucas Alcaraz parecía empeñado en devolver al “infierno” del que él mismo le había rescatado un año antes. Clemente no sólo no enderezó el rumbo de la nave, sino que, si cabe, la hundió un poco más o, al menos, dio la impresión de que la hundía aún más rápido. Nadie le reprochó nada, pues estaba claro que el Murcia era un enfermo terminal al que ni un milagro podría salvar. Fue entonces cuando el presidente Samper le ofreció quedarse un año más, si acaso aceptaba la “deshonra” de entrenar a un equipo de Segunda División. Javier se lo pensó y, finalmente, aceptó la oferta, exigiendo, éso sí, control total sobre la plantilla; es decir, se cepilló a la mayoría de los jugadores existentes y se pasó el verano fichando a los especímenes más exóticos de aquí y de allá. Consecuencia: dos partidos de liga = dos derrotas, pésima imagen del equipo, pitos de los sufridos aficionados panochos y múltiples rifirrafes con futbolistas, preparadores físicos y periodistas. Es en este último terreno donde más esmero, dedicación y entrega está demostrando, especialmente con aquéllos que se muestran más críticos con su gestión (léase la Cadena SER). Ayer, en rueda de prensa, después de insultar al pobre corresponsal de turno de dicha emisora, aprovechó para bajar un par de peldaños más en la escala de su propia autodegradación. Recordó Clemente su conocida animadversión hacia Manolo Lama, periodista deportivo de la SER (y de Cuatro, y del diario As), más que nada porque Lama le ha venido propinando innumerables “hachazos” desde tiempos casi inmemoriales, los cuales el vasco no ha olvidado… ni olvidará. Tampoco Lama, madridista de vocación y de todo menos objetivo cuando está narrando un partido del Madrid, me cae demasiado bien, pero no hay derecho a que se confundan de modo tan bochornoso la vida profesional y personal de nadie. Lo que vino a recordar Clemente fue que, en 1985, tras un gravísimo accidente sufrido por el comentarista de la SER, él tuvo la dignidad de mandarle un telegrama deseándole una pronta recuperación. “Claro que, viéndolo de un modo egoísta”, puntualizó Clemente, “a juzgar por cómo me ha seguido criticando desde entonces, pienso que a mí me hubiera venido mejor que Manolo Lama se muriese en aquel accidente”. Estas palabras ya han dado la vuelta al mundo, lo cual no se sabe si es bueno o malo para el Real Murcia (víctima del carácter y, quizá, la incompetencia del entrenador vasco), pero para Javier Clemente debería ser nefasto, aunque sólo sea porque desearle la muerte a alguien tan sólo porque critica nuestros defectos representa lo más vergonzoso para quien vive del deporte: no saber asumir una derrota, no saber perder.

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