Coronado de problemas
Cuando escribí hace unas semanas sobre la situación actual de la Monarquía en España, traté de dejar bien clara mi postura, que conjugaba dos realidades bien distintas. Por un lado, el lado más humano, admito que don Juan Carlos y su prole borbónica más directa (Reina, Príncipe, Infantas y algún que otro consorte) me caen bien. Mas, por otra parte, me pregunto (y no sé contestarme yo solo) si es estrictamente necesaria la existencia, tal cual la conocemos, de una Institución de tan carísimo mantenimiento como la Monarquía. En el pie de página de aquel artículo recibí varios comentarios al respecto, señal de que la gente tiene forjada una muy necesaria opinión, pero todo éso que en aquellos momentos dijimos tal vez haya que reformularlo a consecuencia de lo sucedido la pasada semana, que, recordémoslo, comenzó polémica por el viaje de los Reyes a Ceuta y Melilla y terminó aún más polémica tras el rifirrafe entre el Monarca y el presidente venezolano Hugo Chávez.
¿Qué queréis que os diga? A mí me parece muy bien que los enclaves españoles ubicados en territorio marroquí (esas ciudades de Ceuta y Melilla en las que uno piensa como lugar de destino de los servicios militares de la mayoría de sus vecinos) tengan y exijan el derecho a sentirse tan españoles como el resto de ciudades radicadas en la Península Ibérica, pero ¿hubiera suscitado la misma polémica una visita del Presidente Español que la que ha desatado la comparecencia de los Monarcas? Para los marroquíes es cosa cotidiana rendir pleitesía a su adorado Rey, llámese Hassan, Mohamed o Mustafá, pero, probablemente, el hecho de que el lejano descendiente de los Reyes Católicos y Santiago Matamoros se dé un real garbeo por sus desiertos no hace sino sacarles de quicio. También podríamos recordar, sin ir más lejos, lo que nos fastidió a los españoles que el peñón de Gibraltar fuera escenario de una de las escalas del viaje de novios de los recién casados Carlos y Diana de Gales, y estoy casi seguro de que, de haber sido doña Margaret Thatcher la que se hubiera dejado caer por la Roca, las iras hubieran sido menos flatulentas. O sea, es más común y está más generalizado en todo el mundo que quien te visita sea un gobernante electo que se renueva cada cuatro años, y lo de que un miembro de una familia real extranjera aterrice en tus dominios tiene más de provocación que de diplomacia. O así lo veo yo.
En cuanto a la ya famosísima reyerta entre don Juan Carlos y el Presidente de Venezuela acaecida el pasado sábado durante la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile, creo que hay que tener las ideas muy claras y la sangre muy fría. Estamos de acuerdo en que Chávez es un impresentable, pero, aunque todos así lo sospechemos, no hay pruebas determinantes de que sus plebiscitos hayan sido amañados, por lo que, nos guste más o nos guste menos, es el gobernante legítimo y democrático del pueblo venezolano. Eso quiere decir que se le debe atribuir un cierto respeto, por muy impertinente, soez y gilipollesca que sea su actitud. Como sér humano, entiendo que a nuestro Rey se le hinchasen las narices ante los desvaríos de don Hugo, pero, políticamente hablando, mandar callar a otro dirigente no es una maniobra demasiado recomendable, por mucho que la frase lapidaria de don Juan Carlos (“¿Por qué no te callas?”, así, expresada de tú a tú, sin “usted” ni zarandajas de por medio) haya dado la vuelta al mundo y haya pasado directamente al olimpo de las frases célebres (junto al “Si no se habla de mi libro, me voy” de Paco Umbral, el “A la mierda” de Fernando Fernán Gómez o el “No es lo mismo estar jodido que jodiendo” de Camilo José Cela). Tampoco estuvo bien que, durante la posterior intervención del líder sandinista Daniel Ortega, ex amigo de nuestro país en la época de Felipe González, el Rey se levantara y cediera al impulso de abandonar una reunión en la que el nombre de España estaba siendo objeto de críticas y ataques no del todo justificados. Entendedme bien: a mí, como persona humana, estoy seguro de que me hubieran dado ganas no sólo de mandar callar a Chávez sino de mandarle a tomar por culo, y no sólo plantar a Ortega sino también patearle sus bolas nicaragüenses… pero pienso que debe haber una diferencia entre la campechanía, naturalidad y primitivismo del ciudadano de a pie y la serenidad, mesura y cortesía exigibles a todo al que ostenta y ejerce un cargo público. Cuando un rival político esgrime el insulto o la descalificación sin venir a cuento, lo más correcto no es, obviamente, sacar el revólver y derribarle de un tiro certero en la nuca, como tampoco poner pies en polvorosa y dejar al otro con la palabra en la boca, sino replicarle y derrotarle con argumentos convincentes. Eso más o menos fue lo que trató de hacer Zapatero, que incluso venció sus reticencias ideológicas para romper una lanza a favor del bocazas de José María Aznar, pero lo de don Juan Carlos a mí me pareció, aun entendiéndolo y comprendiéndolo con el corazón, un error político que puede comprometer los intereses de nuestro país. Lo dicho, entre unas cosas y otras, en estos últimos tiempos la monarquía española, que empieza a ser cuestionada por una parte de la sociedad, se ha coronado no de oro, perlas y piedras preciosas… sino de problemas, muchos problemas.
¿Qué queréis que os diga? A mí me parece muy bien que los enclaves españoles ubicados en territorio marroquí (esas ciudades de Ceuta y Melilla en las que uno piensa como lugar de destino de los servicios militares de la mayoría de sus vecinos) tengan y exijan el derecho a sentirse tan españoles como el resto de ciudades radicadas en la Península Ibérica, pero ¿hubiera suscitado la misma polémica una visita del Presidente Español que la que ha desatado la comparecencia de los Monarcas? Para los marroquíes es cosa cotidiana rendir pleitesía a su adorado Rey, llámese Hassan, Mohamed o Mustafá, pero, probablemente, el hecho de que el lejano descendiente de los Reyes Católicos y Santiago Matamoros se dé un real garbeo por sus desiertos no hace sino sacarles de quicio. También podríamos recordar, sin ir más lejos, lo que nos fastidió a los españoles que el peñón de Gibraltar fuera escenario de una de las escalas del viaje de novios de los recién casados Carlos y Diana de Gales, y estoy casi seguro de que, de haber sido doña Margaret Thatcher la que se hubiera dejado caer por la Roca, las iras hubieran sido menos flatulentas. O sea, es más común y está más generalizado en todo el mundo que quien te visita sea un gobernante electo que se renueva cada cuatro años, y lo de que un miembro de una familia real extranjera aterrice en tus dominios tiene más de provocación que de diplomacia. O así lo veo yo.
En cuanto a la ya famosísima reyerta entre don Juan Carlos y el Presidente de Venezuela acaecida el pasado sábado durante la Cumbre Iberoamericana celebrada en Chile, creo que hay que tener las ideas muy claras y la sangre muy fría. Estamos de acuerdo en que Chávez es un impresentable, pero, aunque todos así lo sospechemos, no hay pruebas determinantes de que sus plebiscitos hayan sido amañados, por lo que, nos guste más o nos guste menos, es el gobernante legítimo y democrático del pueblo venezolano. Eso quiere decir que se le debe atribuir un cierto respeto, por muy impertinente, soez y gilipollesca que sea su actitud. Como sér humano, entiendo que a nuestro Rey se le hinchasen las narices ante los desvaríos de don Hugo, pero, políticamente hablando, mandar callar a otro dirigente no es una maniobra demasiado recomendable, por mucho que la frase lapidaria de don Juan Carlos (“¿Por qué no te callas?”, así, expresada de tú a tú, sin “usted” ni zarandajas de por medio) haya dado la vuelta al mundo y haya pasado directamente al olimpo de las frases célebres (junto al “Si no se habla de mi libro, me voy” de Paco Umbral, el “A la mierda” de Fernando Fernán Gómez o el “No es lo mismo estar jodido que jodiendo” de Camilo José Cela). Tampoco estuvo bien que, durante la posterior intervención del líder sandinista Daniel Ortega, ex amigo de nuestro país en la época de Felipe González, el Rey se levantara y cediera al impulso de abandonar una reunión en la que el nombre de España estaba siendo objeto de críticas y ataques no del todo justificados. Entendedme bien: a mí, como persona humana, estoy seguro de que me hubieran dado ganas no sólo de mandar callar a Chávez sino de mandarle a tomar por culo, y no sólo plantar a Ortega sino también patearle sus bolas nicaragüenses… pero pienso que debe haber una diferencia entre la campechanía, naturalidad y primitivismo del ciudadano de a pie y la serenidad, mesura y cortesía exigibles a todo al que ostenta y ejerce un cargo público. Cuando un rival político esgrime el insulto o la descalificación sin venir a cuento, lo más correcto no es, obviamente, sacar el revólver y derribarle de un tiro certero en la nuca, como tampoco poner pies en polvorosa y dejar al otro con la palabra en la boca, sino replicarle y derrotarle con argumentos convincentes. Eso más o menos fue lo que trató de hacer Zapatero, que incluso venció sus reticencias ideológicas para romper una lanza a favor del bocazas de José María Aznar, pero lo de don Juan Carlos a mí me pareció, aun entendiéndolo y comprendiéndolo con el corazón, un error político que puede comprometer los intereses de nuestro país. Lo dicho, entre unas cosas y otras, en estos últimos tiempos la monarquía española, que empieza a ser cuestionada por una parte de la sociedad, se ha coronado no de oro, perlas y piedras preciosas… sino de problemas, muchos problemas.
Comentarios
- Los que queman fotos son unos individuos descerebrados que confunden nación o patria con el jamón de Jabugo. Se puede defender una posición política sin menospreciar a nadie, sin romper nada, sin quemar nada. Si quieren defender Cataluña más les valdría recibir unas clases de convivencia, de respeto a los otros, a las instituciones. Da la sensación de que son individuos manipulados por algunos fanáticos iluminados (no sé si Carod...)
- Respecto de Ceuta y Melilla. Son ciudades españolas, le guste o no al Rey Mohamed y a sus subditos. Es evidente que para la propaganda interna le viene bien que se hable del colonialismo español, de la marroquinidad de esas ciudades. Alguién deberia recordarles que Marruecos existe como tal desde 1.956, que Ceuta y Melilla son España desde hace 5 siglos... Tal vez Marruecos debería ocuparse de su gente, de los derechos humanos, de la pobreza extrema, de los millones de marroquies que han tenido que emigrar a Europa, de la ocupación y represión en el Sahara español, de los integristas, de la inmensa fortuna de Mohamed y sus secuaces. No sigo que se me está calentando la vena patriótica.
- Lo de Chaves merece un apartado de honor. No hay discusión de que es un presidente elegido. Pero ello no evita que el tipo no sea más que un populista que ha sabido manipular a sus conciudadanos para que lo pongan en le sillón. Se descalifica a si mismo por su actitud cuartelera, por la falta de respecto a todo lo que no sea él mismo. De todos modos, que el tipo sea un absoluto impresentable no justifica la respuesta del Rey. Creo que ha cometido un error grave, impropio de su experiencia y de la posíción que debe mantener en una reunión con mandatarios internacionales. Otro error grave fue levantarse de la mesa y dejar plantados a todos: se ha puesto a la altura de los que insultan y no respetan, como Chaves y Ortega; debia mantenerse en su puesto y dejar al presidente Zapatero defender, con argumentos, la posición española. En fin, creo que la posición de España ha quedado deteriorada con el incidente. Otro día comentaré la posición del PP: impresentable, como siempre. Solo les ha faltado pedir que la Armada Invencible bombardee Caracas.
Yo, creo que a las alturas en las que anda nuestro monarca, es decir
casi en la recta final de su reinado, puede permitirse volver a defender aún sin protocolo ni diplomacia a todos los españoles como siempre. (aunque a veces las formas no sean las mejores. Así es es como yo entendí este rifirafe.
un Gran beso para ti.