Poder no es deber

Dice el dicho que cuando tu hija (o hijo) se casa, “no se pierde una hija (o hijo)… sino que se gana un hijo (o hija)”; no sé si me ha quedado en plan trabalenguas, pero son las complicaciones idiomáticas del español, que necesita especificar genéricamente a los sujetos. Lo que quería decir es que, merced al matrimonio, la familia se amplía y los familiares “políticos” adquieren prácticamente el mismo nivel o rango que sus homólogos sanguíneos o naturales.

Algo de éso me está ocurriendo a mí ahora: desde que tengo pareja, es como si mis hijos se hubiesen multiplicado por dos… o al menos, su número. A mis pequeños Jorge y Laura, de 8 y 6 años, respectivamente, se les han sumado, casi sin que me diera cuenta, el no tan pequeño Bryan, que está a punto de cumplir 12 años, y la pequeñísima Angie, una pitufita de 2 primaveras recién cumplidas.

Cada uno de “mis” cuatro niños tiene un temperamento diferente, y cada uno de ellos atraviesa un momento, una etapa revestida de unas circunstancias particulares e intransferibles. Lógicamente, he seguido la evolución de Laura y de Jorge y sé dónde están y de qué pie cojean; la benjamina del lote es una muñeca encantadora de dos años, y, como todas las criaturas de dos años, sabe perfectamente cómo utilizar sus encantos para conseguir su dosis de mimos y condescendencia.

Hoy voy a hablar más extensamente del mayor del equipo, un zagalón pre-adolescente que atraviesa una etapa indudablemente difícil, pues no es exactamente un niño pero tampoco puede considerársele un hombre. Por un lado, todavía vive atrapado por los maléficos encantos del Cartoon Network y otras tentaciones catódicas infantiles, pero por otra parte le atraen determinadas formas de entretenimiento que, a sus años, pienso que no deberían ajustarse a sus necesidades. Pienso. Luego existo.

Para muestra, un botón. El domingo, mientras yo llevaba a Jorge a ver la película de dibujos animados “Colegas en el bosque” (que comenté ayer en este mismo blog), el joven Bryan prefirió entrar a ver… “Saw 3”. ¿Alguno de vosotros ha visto cualquiera de las tres entregas de la serie “Saw”?. El protagonista (casi siempre en la sombra) es un asesino en serie que obliga a un grupo de personas a cometer las más inenarrables atrocidades para seguir con vida. Las dosis de violencia, de sangre, de crueldad y de sadismo que contienen cada una de estas películas son enormes, difícilmente soportables para un adulto… y, sin embargo, resultan atractivas para un niño de 11 años. Para más INRI, he de deciros que Bryan no era el único espectador infantil al que se le permitió entrar en la sala, y que, unos días antes, siete u ocho compañeros de clase compartieron con el susodicho muchachote un sangriento programa doble en el que se tragaron, mientras chillaban gozosos, los DVD’s de “Saw” y “Saw 2”.

He hablado antes de lo difícil que es el tránsito desde la niñez hasta la adolescencia, y he comentado que mi hijo político (lo de “hijastro” no acaba de sonar demasiado bien) todavía continúa devorando ingentes cantidades de dibujos animados, pero, por si alguien lo ignora, he de deciros que no todos los dibujos animados que se emiten hoy en día son como los “Heidi”, “Marco” o “La abeja Maya” de nuestra niñez. Lo que gusta a los “locos bajitos” de hoy en día son productos como “Los Simpson”, “South Park” o “Shin-Chan”. Sobre los dos primeros no quiero ser totalmente injusto, porque creo que la mayoría de la gente sabe que se trata de dos series norteamericanas (de gran calidad, por cierto) que nunca fueron concebidas para el consumo infantil, a pesar de que a algún irresponsable programador se le ocurriera la genial idea de emitirlas cuando los peques todavía estaban apoltronados frente al televisor. En cuanto a “Shin-Chan”… Hace meses ya publiqué un texto comentando la latente peligrosidad de esta serie, una especie de apología de la desobediencia, la irrespetuosidad y la degradación de las estructuras familiares, todo ello contado, por si faltaba poco, con una estética tan repelentemente fea que no acabo de entender su multitudinario éxito. O sí. Tal vez se trata de una primitiva exaltación de la rebeldía, que satisface incluso a quienes todavía ignoran que un día no muy lejano, por Ley de Vida, serán ellos mismos rebeldes y contestatarios.

¿Qué puedo hacer yo, desde mi frágil condición de “segundo padre”, para tratar de que la niñez de este mozo se prolongue durante los años que yo considero que debería prolongarse? Es más, ¿quién soy yo para decidir por mí mismo cuándo un niño necesita disfrutar de lo mismo que interesa a un adolescente? Cuando tan sólo la emitía Cartoon Network, a mis propios hijos les prohibí durante mucho tiempo que vieran “Shin-Chan”, pero ¿de qué me sirvió? Sí, cuando estaban conmigo no se “beneficiaban” de las innumerables “enseñanzas” de tan “instructiva” serie, pero luego me enteré de que en casa de su abuela, de su tía, de su vecino o de quien fuese no tenían traba alguna para visionarla. Además, hace pocos meses Antena 3 la incorporó a su parrilla infantil, por lo que mi estéril campaña shinchanófoba cayó por fuerza en el olvido.

Sólo sé que cuando yo tenía 11 años era más un niño que un hombre, e incluso hoy puedo vanagloriarme de que una importante parte de aquel niño aún sigue viviendo dentro de mí. No sé si crímenes monstruosos como los de “Saw” o vergonzosos modelos de comportamiento como los de “Shin-Chan” pueden, a la larga, perjudicar la evolución normal de la sensibilidad de una criatura, pero me temo que se trata de la pescadilla que se muerde la cola. No es sólo que un guionista concibe un verdadero monumento al sadismo, un productor lo financia, unos actores lo interpretan y un director lo dirige. No es sólo que millones de espectadores disfrutan del espectáculo, tanto como para justificar la existencia de dos secuelas. No es sólo que uno o mil niños deseando madurar antes de hora se plantan en el cine con el deseo de conocer tales manifestaciones de crueldad. Es que esos niños, niños de once años, no tienen ningún problema a la hora de acceder a una sala donde se exhibe un film catalogado para “mayores de no sé cuántos años y con un montón de reparos”.

La culpa no es de Bryan. El tan sólo sabe que “Shin-Chan” o “Saw” le producen determinadas sensaciones (risa, pánico) que le ayudan a evadirse y divertirse. La culpa y la responsabilidad son de quienes permiten (o permitimos) que estos productos de evasión sean accesibles para quienes no son su público natural, o, al menos, el público que debe usarlos y disfrutarlos. Cualquier niño puede encender la televisión y ver “Shin-Chan”, y he podido comprobar que también se puede entrar a ver “Saw” sin control alguno, incluso aunque no levantes mucho más de un palmo del suelo. Pero pienso, y creo no estar del todo equivocado, que PODER hacer algo no implica DEBER hacerlo.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
No tengo mucho tiempo, pero no tengo más remedio que darte un fuerte tirón de orejas como padre, aunque sea político.

¿Cómo puedes dejar a un niño de 12 años ver SAW (la que sea)?

Con la violencia y demás dejaciones de valores de los dibujos animados ya tienen más que suficiente. Llevar a un niño a ver una película de esas características no puedo entenderlo. Luego no nos quejemos de los valores que a esa edad se inculcan en nuestros niños. Si los adultos no nos comportamos como adultos no esperemos mucho de nuestros chicos.



Un saludo.
Anónimo ha dicho que…
Suscribo lo que dices, pero, si su madre le deja, y su padre (sanguíneo), también... ¿cómo se lo voy a impedir yo? Ponte en el caso: "Mamá. Luis no me deja ir a ver la película que tú sí me permites que vea". O bien: "Papá, el novio de mamá no quiere que vea la película que me gusta". Los que habéis tenido la suerte (y los merecimientos, también) de mantener la misma pareja tantísimos años, a veces no os dais cuenta de los malabarismos que hay que hacer para llevarse bien con la familia "política", en este caso la nueva familia que se obtiene de la fusión de dos familias rotas por la separación. Por ejemplo, a veces (sólo a veces) no deben echarse por tierra, contradecirse, las decisiones adoptadas por la mamá natural de los niños. Piénsalo con calma y seguro que lo entenderás.
Anónimo ha dicho que…
Te he leído con mucha atención. No te puedo aconsejar, puesto que esas vivencias que tu expresas, no las he tenido yo.

Habría que estar en tu piel, para poder entender, o en la piel, de los que vivan esta situación, que me parece a mí, que esta bastante generalizada, hoy día con las nuevas parejas.

No obstante, tengo que decirte que admiro el acto de Generosidad de acoger nuevas famílias por estar intrínseca en la otra pareja. Ya dice mucho de la persona en sí. En este caso de TÍ.

Las situaciones de una forma o de otra, son siempre solucionables.
Aquí solo cabe en mi humilde opinión, el diálogo con tu pareja,y el de tu pareja con la del padre de la criatura. El ponerse de acuerdo en lo posible, para con respecto a los hijos.

Lo que sí admiro, es la capacidad de entrega, tanto en tu caso, como en el miles, que seguro hay como el tuyo, sobre las nuevas situaciones familiares que llegan a vuestras vidas...

Y ESO DICE MUCHO DE TÍ Y DE TU GENEROSIDAD...ASI COMO LA DE TANTOS OTROS.

UN BESO

MARISA

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