Victimas del Heavy Metal

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He vivido en Alhama de Murcia durante algo más de 5 años y todavía puede decirse que no me he ido del todo, ya que mis padres continúan residiendo en ese bonito pueblo que nace en las faldas de Sierra Espuña y debe gran parte de su apogeo industrial a la célebre factoría de ElPozo.

El lugar en donde ha estado mi casa durante estos últimos tiempos es, sin duda, uno de los más privilegiados enclaves de la Alhama urbana, en el centro estratégico de la localidad, flanqueado por el propio Ayuntamiento y frente al hermoso Jardín de la Cubana y el Auditorio Municipal.

Podría parecer que vivir en lugar semejante es sinónimo de prosperidad, una auténtica suerte, lo más parecido a un lujo. Y así es casi siempre. Casi.

El pasado sábado, 9 de septiembre, me despertaron de mi merecido descanso unos sonidos nada melódicos ni bucólicos. Había dormido en casa de mis padres y confiaba en seguir durmiendo durante un ratito más… cuando, de repente, una guitarra eléctrica estalló en mis tímpanos y me atacó directamente al corazón.

El Auditorio Municipal de Alhama acoge numerosos eventos lúdicos, folklóricos, cinematográficos y musicales, a priori podría pensarse que un pueblo con unas mínimas ambiciones culturales necesita fervientemente de un lugar así… pero tal vez alguien olvidó que quienes viven (vivimos) en los alrededores del Auditorio necesitamos, también, unas mínimas dosis de paz… un poquito de tranquilidad.

La paz y la tranquilidad son algunos de los antónimos aplicables al rock duro, el Heavy Metal en estado salvaje que durante más de 17 horas barrió y asoló el centro neurálgico de Alhama sin que los vecinos de la zona pudiéramos hacer otra cosa que ahogar nuestras penas en “ajo” y “agua”… o huir.

Me gustaría saber cuál es el mecanismo mental por el cual el concejal responsable (o, mejor dicho, irresponsable) del área alhameña de Cultura y Festejos consideró adecuado que un evento semejante, que no dudo resultaría muy gratificante para una mínima minoría de jóvenes propios y ajenos, supusiera un castigo acústico sin precedentes, no sólo para los “afortunados” vecinos que residen en el lugar más privilegiado del pueblo, sino también para los residentes en la Residencia de Ancianos que se halla a no más de 200 mts. del citado Auditorio Municipal.

¿Cuánto hace que no habéis asistido a un concierto de rock duro? Tal vez haga poco o haga mucho tiempo, o tal vez no os resulta agradable tal estilo de ¿música?, que en otros tiempos alternaba los temas marchosos y estridentes con hermosas baladas que hicieron historia. Nosotros, quienes vivimos junto o frente al Auditorio Municipal de Alhama de Murcia, simplemente no pudimos elegir si asistíamos o no a esta manifestación cultural que de cultural tiene lo que yo de guapo, de rico, de torero… o, ya puestos, de devoto del heavy metal.

No me interpretéis mal: me encanta la música, TODA la música, y en mi vasta colección de CD’s no faltan las obligadas recopilaciones de AC/DC, Iron Maiden, Scorpions, Metallica o Barón Rojo. Pero tan sólo durante la mañana del sábado, cuando los técnicos de sonido estaban de pruebas, pudimos escuchar varios temas de alguno de los grupos que acabo de citar. El resto del tiempo, los simpáticos heavymetaleros que ensayaban sus instrumentos se limitaron a acariciar nuestros oídos con redobles de batería que retumbaban como terremotos, acordes de guitarra que rasgaban el aire como rayos ultrasónicos y chillidos/berridos/aullidos que más parecían eructos bestiales que voces humanas.

El concierto propiamente dicho comenzaba a las 4 de la tarde, y yo y los míos decidimos que nuestra salud y nuestra cordura bien merecían una huída tan honrosa como necesaria. De todas formas, nadie puede huir eternamente y, cuando regresamos, el recital se hallaba en su punto álgido. Debían ser más o menos las siete, y, en vista (y sobre todo en oído) de que la “marcha” no decaía sino que iba en crescendo, no tuvimos otro remedio que acometer una nueva escapada… durante la cual, por las calles adyacentes, pudimos codearnos (en el sentido literal) con unos cuantos heavymetaleros vestidos rigurosamente según los cánones sagrados de la heavymetalería, ésto es: camiseta negra decorada con calaveras, esqueletos u otros motivos óseos; vaqueros desgastados; botas paramilitares; cadenas, pulseras y collares repletos de pinchos; y, en la mayoría de los casos, largas y espesas melenas bajo las que apenas se entreveían los ojos, narices y bocas de los adeptos a esta religión que, como dije anteriormente, sustituye muy frecuentemente los gorgoritos vocales por los eructos más gutulares.

Bromas aparte, y aunque lógicamente no tengo nada en contra de quienes hacen de la música heavy una auténtica forma de vida, sí lo tengo contra quienes anteponen el interés lúdico de una minoría a la supervivencia y la estabilidad mental de quienes, durante un día y una noche, pasamos de ser tranquilos ciudadanos alhameños… a convertirnos en víctimas del heavy metal.

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