Mi comentario sobre "EL CODIGO DA VINCI"
Lo primero que tengo que decir acerca de “El Código Da Vinci” es que estoy indignado. Indignado a causa del trato que está recibiendo esta película mediante una estrategia perfectamente orquestada cuya finalidad es conseguir que la gente no vaya a verla. Si ya la novela original de Dan Brown hablaba de una conspiración urdida por la Iglesia católica, parece que algo parecido está sucediendo ahora a través de determinados medios de comunicación que utilizan su poder e influencia para evitar que los espectadores afronten un thriller intelectual que plantea y resuelve decenas de enigmas religiosos y lo hace resultando siempre entretenido.
Por si alguien no ha leído la novela en que se basa el film recién estrenado, tan sólo desvelaré en líneas muy generales la trama de “El Código Da Vinci”. Cuando el conservador del Museo del Louvre es hallado muerto en su lugar de trabajo, el experto en simbología religiosa Robert Langdon (Tom Hanks) es considerado culpable por la Policía francesa. Ayudado por la criptóloga Sophie Neveau (Audrey Tautou), Langdon consigue escapar y tanto la chica como él se ven obligados, para probar su inocencia, a resolver una serie de enigmas cuya trascendencia final pondría en peligro el fundamento mismo de la Iglesia católica, razón por la cual un obispo del Opus Dei (Alfred Molina) encomienda a un torturado monje, albino por más señas (Paul Bettany), la misión sagrada de silenciar a aquéllos que conozcan el secreto. Perseguidos tanto por el Opus como por un estricto policía francés (Jean Reno), Langdon y Sophie sólo contarán con la ayuda del tullido Sir Leigh Teabing (Ian McKellen), estudioso de uno de los conceptos sagrados más famosos de todos los tiempos: el Santo Grial.
Por respeto a esos pocos seres humanos que todavía no han leído el best seller superventas escrito por Dan Brown, esto es todo lo que voy a contar acerca del argumento de “El Código Da Vinci”, y, aunque os parezca lógico que no se desvelen demasiados detalles acerca de un film de intriga, es justo lo contrario lo que se está haciendo estos días a través de un sinfín de medios de comunicación. ¿Por qué razón se cuentan tantas y tantas cosas acerca de la trama de la película? ¿Por qué proliferan tanto las críticas negativas, que la tildan casi unánimemente de “aburrida”? La respuesta a las dos preguntas es muy simple y evidente: porque determinados sectores no quieren que vayáis a verla. ¿Para qué ir a ver una película cuyas sorpresas argumentales ya conocéis y que, además, os va a resultar aburrida?.
Si de algo os vale la opinión de quien ésto suscribe, os diré que yo no me aburrí durante la proyección de “El Código DaVinci”, sino todo lo contrario: se me hizo corta. El guión de Akiva Goldsman consigue aligerar el texto de Dan Brown de millones de detalles que en la novela cautivan pero en el film hubieran resultado superfluos, de forma que la intriga se desliza casi vertiginosamente. La obligada inclusión de un sinfín de explicaciones acerca del misterio que los protagonistas deben ir desentrañando está visualizada de un modo fascinante, mediante flashbacks que hacen recordar obras maestras como “Intolerancia”, fotografiados casi fantasmagóricamente y devenidos en hologramas entre los que Hanks y McKellen deambulan como sumergiéndose literalmente en la propia Historia.
Quizás he hecho mal escribiendo “Historia” con mayúsculas, porque, obviamente, ni la novela ni la película pretenden ser un tratado histórico, sino solamente una lúcida evasión que toma como excusa la religión y la influencia que la Iglesia ha tenido en el devenir de la Humanidad. No obstante, dudo mucho que un espectador de nivel medio considere que un producto comercial como éste pretende resultar ofensivo para su fe, y habría que preguntarse por qué ciertas entidades e instituciones se sienten amenazadas por una producción que, hábilmente, ha basado su campaña publicitaria en el impacto de la novela y en ningún momento ha pretendido ser otra cosa que un vehículo de entretenimiento.
Autor de una filmografía irregular, Ron Howard, ex actor infantil y antiguo protegido de George Lucas y Steven Spielberg, es artífice de varios taquillazos como “1, 2, 3… Splash”, “Cocoon” y “Willow”, de películas más o menos fallidas como “EdTV”, “Desapariciones” o “Rescate”, de producciones ambiciosas en lo cualitativo que obtuvieron algún que otro Oscar (caso de “Una mente maravillosa”) y, sobre todo, de dos películas que, personalmente, me encantan, “Apolo 13” y “Cinderella Man” (su mejor trabajo, claramente perjudicado por razones extracinematográficas debidas al talante de su protagonista, Russell Crowe), y podía parecer a priori un director inadecuado para afrontar la traslación al cine de “El Código da Vinci”. Personalmente, hubiera preferido a alguien más solvente, fiable o habilidoso como David Fincher, Bryan Singer o, puestos a pedir, Ridley Scott o el mismísimo Spielberg, pero, al menos en mi muy modesta opinión, formulada DESPUÉS y no antes de ver el resultado final, Howard se defiende bastante bien. Apoyado en una fotografía sublime que hace del claroscuro un verdadero arte, y eludiendo en lo posible la irritante parafernalia de efectos digitales que caracteriza al cine actual, Howard factura un digno entretenimiento (siempre, por supuesto, según mi punto de vusta) que no debería ofender la sensibilidad (se trata tan sólo de una película de evasión) ni la inteligencia de nadie. La mayoría de las necesarias explicaciones, apoyadas, como he dicho, en imágenes deslumbrantes, son fácilmente accesibles para cualquiera, las escenas de acción (persecuciones automovilísticas incluídas) están resueltas con corrección y el aspecto estético del film ha sido cuidado al máximo, haciendo protagonistas a las maravillosas obras de arte que ayudan a hacer avanzar la trama (“La Gioconda” o “La Ultima Cena”, ambas de Leonardo Da Vinci) o constituyen el escenario de algunas partes de la misma (el museo del Louvre o la Capilla de Rosslyn, si bien la Abadía de Westminster que aparecía en el libro tuvo que ser “reconstruída” para la película a partir de encuadres de otros lugares sagrados, dada la oposición de sus responsables religiosos). Me atrevo a decir que “El Código Da Vinci”, en virtud a la utilización de la luz como elemento dramático, es la película más “spielbergiana” de su realizador, aunque Howard le gana la partida al creador de “E.T.” a la hora de reprimir ciertos molestos derroches de sensiblería (véase la escena final en la capilla Rosslyn) que suelen lastrar incluso las grandes obras de este último. Mención especial merece la banda sonora compuesta por Hans Zimmer (cuyos cortes, por cierto, están todos titulados en latín), que acompaña perfecta y modélicamente a las imágenes aportándoles una dimensión dramática aún más profunda, y que, al parecer, ha sido censurada en Inglaterra debido a su “tenebrismo” (¿?) y exceso de tensión (¿¿??).
Otro de los aspectos que más se ha criticado de “El Código Da Vinci” es la interpretación de sus actores, que ciertamente no están todos al mismo nivel. El inmenso Ian McKellen borda, como siempre, su papel, y su Leigh Teabing adquiere nuevos matices de socarronería y debilidad que no tenían ni su Gandalf de “El Señor de los Anillos” ni su Magneto de “X-Men”: un actorazo. Paul Bettany (el monje asesino) sabe hacer creíble, dolorosamente creíble, a un personaje que sobre el papel podría haberse quedado en un villano bidimensional. En cuanto a Jean Reno, Alfred Molina, Audrey Tautou y Tom Hanks, obviamente han conocido días mejores y mejores interpretaciones. Jean Reno se me antojó pasivo y apático, Alfred Molina, más que a un Obispo del Opus Dei, parece que continúa encarnando al Doctor Octopus de “Spiderman 2” (y el doblaje, el mismo que entonces, acentúa esa sensación), Audrey Tautou abusa de las expresiones de perplejidad y se apoya demasiado en su tierna fragilidad, y Tom Hanks, sin estar mal, tampoco está a la altura de lo que podría esperarse de él (Russell Crowe, que durante muchos meses fue el actor previsto para el papel de Langdon, seguramente hubiera resultado más convincente); pero tampoco es para decir que, en la novela, Langdon es “un hombre atractivo” y Hanks lo convierte en “un ser grimoso”, como he leído por ahí. En cuanto a si existe química o no con Audrey Tautou, evidentemente no la hay, pero es que tampoco tiene por qué haberla, porque el guión del film elimina la más mínima posibilidad de romance entre Langdon y Sophie, lo cual, personalmente, agradezco; ¿acaso es necesario que los protagonistas de sexo opuesto acaben enamorados o encamados?.
“El Código Da Vinci” no pasará a la historia como la Mejor Película de todos los tiempos, y tal vez ni siquiera como la mejor de este año; pero es que nunca aspiró a serlo (al menos, lo primero). Es costumbre desde tiempos inmemoriales que los libros más aclamados por la crítica literaria y que consiguen enamorar a mayor número de lectores acaben convertidos en imágenes cinematográficas, y era obvio que la controvertida novela de Dan Brown no iba a ser una excepción. Eso sí, pocos libros y películas llegan precedidos de tanta expectación y, por tanto, de tanta publicidad gratuita. Por ello es por lo que esas personas o instituciones a las que me refería anteriormente tratarán por todos los medios de convenceros a vosotros, potenciales espectadores, de que no debéis invertir algo más de dos horas de vuestro tiempo en conocer los mismos misterios que Brown recoje en las páginas de su best-seller. La decisión la tenéis vosotros mismos: yo tan sólo os digo que me gustó, que me entretuvo y que me encantó el modo en que se visualizan y resuelven los enigmas (sagrados o no) que adornan su argumento. No os dejéis llevar por actitudes reaccionarias o inquisitoriales, que una cosa es ser corderos (del rebaño de Dios)… y otra, muy distinta, ser borregos.
Calificación: 8 (sobre 10)
Luis Campoy
Por si alguien no ha leído la novela en que se basa el film recién estrenado, tan sólo desvelaré en líneas muy generales la trama de “El Código Da Vinci”. Cuando el conservador del Museo del Louvre es hallado muerto en su lugar de trabajo, el experto en simbología religiosa Robert Langdon (Tom Hanks) es considerado culpable por la Policía francesa. Ayudado por la criptóloga Sophie Neveau (Audrey Tautou), Langdon consigue escapar y tanto la chica como él se ven obligados, para probar su inocencia, a resolver una serie de enigmas cuya trascendencia final pondría en peligro el fundamento mismo de la Iglesia católica, razón por la cual un obispo del Opus Dei (Alfred Molina) encomienda a un torturado monje, albino por más señas (Paul Bettany), la misión sagrada de silenciar a aquéllos que conozcan el secreto. Perseguidos tanto por el Opus como por un estricto policía francés (Jean Reno), Langdon y Sophie sólo contarán con la ayuda del tullido Sir Leigh Teabing (Ian McKellen), estudioso de uno de los conceptos sagrados más famosos de todos los tiempos: el Santo Grial.
Por respeto a esos pocos seres humanos que todavía no han leído el best seller superventas escrito por Dan Brown, esto es todo lo que voy a contar acerca del argumento de “El Código Da Vinci”, y, aunque os parezca lógico que no se desvelen demasiados detalles acerca de un film de intriga, es justo lo contrario lo que se está haciendo estos días a través de un sinfín de medios de comunicación. ¿Por qué razón se cuentan tantas y tantas cosas acerca de la trama de la película? ¿Por qué proliferan tanto las críticas negativas, que la tildan casi unánimemente de “aburrida”? La respuesta a las dos preguntas es muy simple y evidente: porque determinados sectores no quieren que vayáis a verla. ¿Para qué ir a ver una película cuyas sorpresas argumentales ya conocéis y que, además, os va a resultar aburrida?.
Si de algo os vale la opinión de quien ésto suscribe, os diré que yo no me aburrí durante la proyección de “El Código DaVinci”, sino todo lo contrario: se me hizo corta. El guión de Akiva Goldsman consigue aligerar el texto de Dan Brown de millones de detalles que en la novela cautivan pero en el film hubieran resultado superfluos, de forma que la intriga se desliza casi vertiginosamente. La obligada inclusión de un sinfín de explicaciones acerca del misterio que los protagonistas deben ir desentrañando está visualizada de un modo fascinante, mediante flashbacks que hacen recordar obras maestras como “Intolerancia”, fotografiados casi fantasmagóricamente y devenidos en hologramas entre los que Hanks y McKellen deambulan como sumergiéndose literalmente en la propia Historia.
Quizás he hecho mal escribiendo “Historia” con mayúsculas, porque, obviamente, ni la novela ni la película pretenden ser un tratado histórico, sino solamente una lúcida evasión que toma como excusa la religión y la influencia que la Iglesia ha tenido en el devenir de la Humanidad. No obstante, dudo mucho que un espectador de nivel medio considere que un producto comercial como éste pretende resultar ofensivo para su fe, y habría que preguntarse por qué ciertas entidades e instituciones se sienten amenazadas por una producción que, hábilmente, ha basado su campaña publicitaria en el impacto de la novela y en ningún momento ha pretendido ser otra cosa que un vehículo de entretenimiento.
Autor de una filmografía irregular, Ron Howard, ex actor infantil y antiguo protegido de George Lucas y Steven Spielberg, es artífice de varios taquillazos como “1, 2, 3… Splash”, “Cocoon” y “Willow”, de películas más o menos fallidas como “EdTV”, “Desapariciones” o “Rescate”, de producciones ambiciosas en lo cualitativo que obtuvieron algún que otro Oscar (caso de “Una mente maravillosa”) y, sobre todo, de dos películas que, personalmente, me encantan, “Apolo 13” y “Cinderella Man” (su mejor trabajo, claramente perjudicado por razones extracinematográficas debidas al talante de su protagonista, Russell Crowe), y podía parecer a priori un director inadecuado para afrontar la traslación al cine de “El Código da Vinci”. Personalmente, hubiera preferido a alguien más solvente, fiable o habilidoso como David Fincher, Bryan Singer o, puestos a pedir, Ridley Scott o el mismísimo Spielberg, pero, al menos en mi muy modesta opinión, formulada DESPUÉS y no antes de ver el resultado final, Howard se defiende bastante bien. Apoyado en una fotografía sublime que hace del claroscuro un verdadero arte, y eludiendo en lo posible la irritante parafernalia de efectos digitales que caracteriza al cine actual, Howard factura un digno entretenimiento (siempre, por supuesto, según mi punto de vusta) que no debería ofender la sensibilidad (se trata tan sólo de una película de evasión) ni la inteligencia de nadie. La mayoría de las necesarias explicaciones, apoyadas, como he dicho, en imágenes deslumbrantes, son fácilmente accesibles para cualquiera, las escenas de acción (persecuciones automovilísticas incluídas) están resueltas con corrección y el aspecto estético del film ha sido cuidado al máximo, haciendo protagonistas a las maravillosas obras de arte que ayudan a hacer avanzar la trama (“La Gioconda” o “La Ultima Cena”, ambas de Leonardo Da Vinci) o constituyen el escenario de algunas partes de la misma (el museo del Louvre o la Capilla de Rosslyn, si bien la Abadía de Westminster que aparecía en el libro tuvo que ser “reconstruída” para la película a partir de encuadres de otros lugares sagrados, dada la oposición de sus responsables religiosos). Me atrevo a decir que “El Código Da Vinci”, en virtud a la utilización de la luz como elemento dramático, es la película más “spielbergiana” de su realizador, aunque Howard le gana la partida al creador de “E.T.” a la hora de reprimir ciertos molestos derroches de sensiblería (véase la escena final en la capilla Rosslyn) que suelen lastrar incluso las grandes obras de este último. Mención especial merece la banda sonora compuesta por Hans Zimmer (cuyos cortes, por cierto, están todos titulados en latín), que acompaña perfecta y modélicamente a las imágenes aportándoles una dimensión dramática aún más profunda, y que, al parecer, ha sido censurada en Inglaterra debido a su “tenebrismo” (¿?) y exceso de tensión (¿¿??).
Otro de los aspectos que más se ha criticado de “El Código Da Vinci” es la interpretación de sus actores, que ciertamente no están todos al mismo nivel. El inmenso Ian McKellen borda, como siempre, su papel, y su Leigh Teabing adquiere nuevos matices de socarronería y debilidad que no tenían ni su Gandalf de “El Señor de los Anillos” ni su Magneto de “X-Men”: un actorazo. Paul Bettany (el monje asesino) sabe hacer creíble, dolorosamente creíble, a un personaje que sobre el papel podría haberse quedado en un villano bidimensional. En cuanto a Jean Reno, Alfred Molina, Audrey Tautou y Tom Hanks, obviamente han conocido días mejores y mejores interpretaciones. Jean Reno se me antojó pasivo y apático, Alfred Molina, más que a un Obispo del Opus Dei, parece que continúa encarnando al Doctor Octopus de “Spiderman 2” (y el doblaje, el mismo que entonces, acentúa esa sensación), Audrey Tautou abusa de las expresiones de perplejidad y se apoya demasiado en su tierna fragilidad, y Tom Hanks, sin estar mal, tampoco está a la altura de lo que podría esperarse de él (Russell Crowe, que durante muchos meses fue el actor previsto para el papel de Langdon, seguramente hubiera resultado más convincente); pero tampoco es para decir que, en la novela, Langdon es “un hombre atractivo” y Hanks lo convierte en “un ser grimoso”, como he leído por ahí. En cuanto a si existe química o no con Audrey Tautou, evidentemente no la hay, pero es que tampoco tiene por qué haberla, porque el guión del film elimina la más mínima posibilidad de romance entre Langdon y Sophie, lo cual, personalmente, agradezco; ¿acaso es necesario que los protagonistas de sexo opuesto acaben enamorados o encamados?.
“El Código Da Vinci” no pasará a la historia como la Mejor Película de todos los tiempos, y tal vez ni siquiera como la mejor de este año; pero es que nunca aspiró a serlo (al menos, lo primero). Es costumbre desde tiempos inmemoriales que los libros más aclamados por la crítica literaria y que consiguen enamorar a mayor número de lectores acaben convertidos en imágenes cinematográficas, y era obvio que la controvertida novela de Dan Brown no iba a ser una excepción. Eso sí, pocos libros y películas llegan precedidos de tanta expectación y, por tanto, de tanta publicidad gratuita. Por ello es por lo que esas personas o instituciones a las que me refería anteriormente tratarán por todos los medios de convenceros a vosotros, potenciales espectadores, de que no debéis invertir algo más de dos horas de vuestro tiempo en conocer los mismos misterios que Brown recoje en las páginas de su best-seller. La decisión la tenéis vosotros mismos: yo tan sólo os digo que me gustó, que me entretuvo y que me encantó el modo en que se visualizan y resuelven los enigmas (sagrados o no) que adornan su argumento. No os dejéis llevar por actitudes reaccionarias o inquisitoriales, que una cosa es ser corderos (del rebaño de Dios)… y otra, muy distinta, ser borregos.
Calificación: 8 (sobre 10)
Luis Campoy
Comentarios
Esto es mas o menos lo que he leido al respecto.
Aun asi, el "temita" es peliagudo y si me aprietas "intocable", y por eso tantas formas reaccionarias sobre el argumento.
De todas formas, no la seguiré comentando hasta que la vea... podremos hablar de ella de nuevo.
Al parecer todo un documento interesante, del cual se podran emitir las opiniones que nuestro buen hacer, nos de, para mejor entender.
Como siempre...Sobresaliente para tu artículo, y un besito para tí.
... NADA QUE TEMER.... Hasta
incluso es respetuosa, deja
a tu elección el libre pensamiento del cual disponemos todos para determinar una posición u otra.
Es interesante, nada aburrida, es una PELICULA.No es un tratado y es una forma de poder visualizar una de las cien mil posibilidades que pudieron concurrir,con respecto a la Religión desde sus comienzos hasta nuestros días.
Con respecto al Señor Anónimo que ha opinado que eres un hereje, Maite tiene razón, no hay que darle mas importancia. No todo el mundo tiene una mentalidad abierta para poder discernir lo que a cada uno,mas le interese. Tú hablas con libertad,con el debido respeto sobre una posibilidad de ver algo para lo que luego tienes la posibilidad de poder elegir,que opinar al respecto.
un Abrazo.