Cine: Mi comentario sobre "CRASH"
A estas alturas ya todo el mundo sabe que “Crash” ha dado la campanada en la última entrega de los Oscar, arrebatándole contra todo pronóstico el premio a la Mejor Película a la hermosa “Brokeback Mountain”, incuestionable favorita hasta el día 5 de Marzo de 2006. Personalmente, ya dije en su momento que el romance homosexual dirigido por Ang Lee me había gustado, sí, pero no me había apasionado, y sigo diciendo que “Munich” o, sobre todo, “Orgullo y Prejuicio”, me habían complacido más. Pero no confundamos el impacto emocional a nivel personal con una valoración crítica y objetiva, y, en este sentido, “Brokeback…” hubiera sido una digna merecedora del premio a la Mejor del Año… como también lo es la presente “Crash”.
Cuando se dice que tal o cual película supone el debut de tal o cual realizador, uno se imagina a un jovencito casi imberbe al pie de una cámara, un poco temeroso a la hora de orquestar su primer obra cinematográfica. Eso es, obviamente, una imagen idealizada que no siempre se ajusta a la realidad; el director de “Crash”, Paul Haggis, es un veterano del cine, aunque hasta ahora se había limitado a la escritura, y suyos son guiones tan celebrados como “Million Dollar Baby”, el oscarizado film de Clint Eastwood… o la base argumental de “Walker: Texas Ranger”, la no tan celebrada serie protagonizada por Chuck Norris. En cualquier caso, Haggis es un hombre de cine con un gran bagaje profesional, aunque es cierto que hasta ahora no se había estrenado como responsable máximo de una película, por lo cual no dejan de sorprender los muchos méritos que cabe atribuirle a su ópera prima.
“Crash” en inglés significa “Choque” o “Colisión”, y se trata de un título no precisamente elegido al azar. Alude, evidentemente, a un accidente automovilístico que, de un modo u otro, enlaza las vidas de un sinnúmero de personajes (un policía veterano y algo racista y otro novato y lleno de idealismo; un realizador de televisión y su bella esposa, ambos afroamericanos; dos ladrones de coches, también negros, y el hermano policía de uno de ellos; un tendero de origen sirio; un cerrajero hispano; el fiscal del distrito y su mujer), pero también al modo en que los puntos de vista, orígenes y expectativas de unos chocan con los de los otros.
La idea de contar en una sola película un cocktail de pequeñas historias que se interrelacionan no es ni mucho menos nueva, y ya habían hecho algo parecido gente como Quentin Tarantino (“Pulp Fiction”), Paul Thomas Anderson (“Magnolia”) y, sobre todo, el máximo instigador de este fenómeno, Robert Altman (“Vidas cruzadas”, “Pret-a-Porter”, etc.). Paul Haggis, para su estreno como director, ha elegido el modelo de película “coral” para narrar no sólo las historias de un grupo más o menos heterogéneo de individuos, sino el devenir social de una metrópoli como Los Angeles, un sitio en el que las personas se han vuelto tan desconfiadas las unas de las otras que han acabado por eludir el roce, el contacto físico. Claro que este último punto es extrapolable a cualquier gran ciudad de nuestros días, donde el racismo y la xenofobia están tan presentes que ya no nos damos ni cuenta.
Un policía que cachea hasta la humillación a una mujer negra; un inmigrante sirio que, al ser robado en su tienda, decide ajustar cuentas con el cerrajero hispano que le acababa de cambiar la cerradura; el fiscal del distrito, que, al darse cuenta de que el haber sido atracado por dos jóvenes afroamericanos puede repercutir negativamente en su carrera, decide, paralelamente, convertir a otro negro “bueno” en héroe de la comunidad….. Nadie es bueno ni malo del todo, todos son simplemente personas que, por diversas circunstancias, han elegido una opción vital y no están dispuestas a consentir que nada ni nadie les aparte de ella. El optimismo y la ilusión apenas tienen cabida en nuestro tiempo, sino sólo el miedo y la violencia, la desconfianza y la incomprensión. Por éso pasamos unos al lado de los otros sin rozarnos y casi siempre sin mirarnos a los ojos; en realidad, lo que nos aterra es comprobar que nuestros arraigados prejuicios en razón del color de la piel pueden haber constituído una base tan equivocada que, si nos damos cuenta de lo injustos que hemos sido, los pilares de nuestra propia existencia se tambalearían.
Rodada entre finales de 2003 y principios de 2004 y con un presupuesto ajustadísimo, “Crash” consiguió ser una realidad gracias a que las "estrellas" más conocidas de su reparto (Sandra Bullock, “Speed”; Brendan Fraser, “La Momia”; Don Cheadle, “Hotel Rwanda”; Matt Dillon, “Bésame antes de morir”; Thandie Newton, “Misión: Imposible 2” y Ryan Phillippe, “Crueles intenciones”) rebajaron sus salarios a la mínima expresión y algunos accedieron a pagar de su propio bolsillo sus gastos de manutención y estancia; todo ello, naturalmente, porque leyeron el estupendo guión de Paul Haggis y comprendieron que aquel material merecía realmente la pena. Sin embargo, paradójicamente, no fue ninguno de ellos sino el desconocido Terrence Howard (que interpreta al director televisivo esposo de Thandie Newton) quien recibió una (simbólica) candidatura como Mejor Actor Principal, y digo simbólica porque cualquiera de ellos podría haberla merecido tanto o más; Matt Dillon, por su parte, también fue nominado, pero como Mejor Actor Secundario (¿por qué el policía que interpreta Dillon es “secundario” y el de Howard, “principal” o “protagonista”, cuando los dos tienen el mismo peso argumental y aparecen, más o menos, los mismos minutos en pantalla?).
Reconozco que, mientras ayer mismo veía “Crash” (en el cine, por supuesto), durante gran parte del metraje estuve alucinado al contemplar cuánto talento contiene esta película: en sus diálogos, en su realización, en las extraordinarias interpretaciones de todos, todos sus actores, en la fotografía y en el montaje. También es cierto que durante un par de veces me moví incómodo en la butaca, porque algunas escenas son innecesariamente redundantes e incluso algo tediosas, y la resolución final de algunas de las subtramas (con varios personajes diciéndose “Te quiero”, como si se tratase de una vieja comedia de Frank Capra), por ser demasiado idílica, demasiado feliz, pierde parte de la contundencia que tanto sorprende al principio. Pero, con todo éso e incluso con esa escena de la lluvia que recuerda demasiado a un inolvidable momento de “Magnolia”, me gustó mucho “Crash”, y me alegro de haber podido verla antes de haberse alzado esta madrugada con el Oscar a la Mejor Película del Año (además de con los referidos al Guión Original y el Montaje). Ahora sé que se ha hecho justicia, que se trata de una obra cinematográfica de primer orden, pues no sólo goza de un modélico guión plagado de diálogos inolvidables, y está interpretada por actores entregados que se convierten en sus personajes y consiguen emocionar al espectador precisamente porque ellos mismos se han implicado emocionalmente. Horas después de haberla visto, aún no he dejado de darle vueltas a su mensaje de tolerancia y respeto (dos palabras que constituyen la esencia de mi credo personal) hacia nuestros semejantes, tanto más cuanto más diferente sea el color de su piel, su origen étnico o su nacionalidad. Puede que en España no exista un racismo comparable al que imperó en Sudáfrica o sigue subsistiendo en gran parte de los Estados Unidos; pero, aquí y ahora, seguimos mirando con algo de desprecio al gitano, al africano, al marroquí e incluso al ecuatoriano. “Crash” es una patada en la entrepierna a nuestro “yo” más intolerante, un tirón de orejas al racista reprimido que todos llevamos dentro.
Calificación: 9 (sobre 10)
Luis Campoy
Cuando se dice que tal o cual película supone el debut de tal o cual realizador, uno se imagina a un jovencito casi imberbe al pie de una cámara, un poco temeroso a la hora de orquestar su primer obra cinematográfica. Eso es, obviamente, una imagen idealizada que no siempre se ajusta a la realidad; el director de “Crash”, Paul Haggis, es un veterano del cine, aunque hasta ahora se había limitado a la escritura, y suyos son guiones tan celebrados como “Million Dollar Baby”, el oscarizado film de Clint Eastwood… o la base argumental de “Walker: Texas Ranger”, la no tan celebrada serie protagonizada por Chuck Norris. En cualquier caso, Haggis es un hombre de cine con un gran bagaje profesional, aunque es cierto que hasta ahora no se había estrenado como responsable máximo de una película, por lo cual no dejan de sorprender los muchos méritos que cabe atribuirle a su ópera prima.
“Crash” en inglés significa “Choque” o “Colisión”, y se trata de un título no precisamente elegido al azar. Alude, evidentemente, a un accidente automovilístico que, de un modo u otro, enlaza las vidas de un sinnúmero de personajes (un policía veterano y algo racista y otro novato y lleno de idealismo; un realizador de televisión y su bella esposa, ambos afroamericanos; dos ladrones de coches, también negros, y el hermano policía de uno de ellos; un tendero de origen sirio; un cerrajero hispano; el fiscal del distrito y su mujer), pero también al modo en que los puntos de vista, orígenes y expectativas de unos chocan con los de los otros.
La idea de contar en una sola película un cocktail de pequeñas historias que se interrelacionan no es ni mucho menos nueva, y ya habían hecho algo parecido gente como Quentin Tarantino (“Pulp Fiction”), Paul Thomas Anderson (“Magnolia”) y, sobre todo, el máximo instigador de este fenómeno, Robert Altman (“Vidas cruzadas”, “Pret-a-Porter”, etc.). Paul Haggis, para su estreno como director, ha elegido el modelo de película “coral” para narrar no sólo las historias de un grupo más o menos heterogéneo de individuos, sino el devenir social de una metrópoli como Los Angeles, un sitio en el que las personas se han vuelto tan desconfiadas las unas de las otras que han acabado por eludir el roce, el contacto físico. Claro que este último punto es extrapolable a cualquier gran ciudad de nuestros días, donde el racismo y la xenofobia están tan presentes que ya no nos damos ni cuenta.
Un policía que cachea hasta la humillación a una mujer negra; un inmigrante sirio que, al ser robado en su tienda, decide ajustar cuentas con el cerrajero hispano que le acababa de cambiar la cerradura; el fiscal del distrito, que, al darse cuenta de que el haber sido atracado por dos jóvenes afroamericanos puede repercutir negativamente en su carrera, decide, paralelamente, convertir a otro negro “bueno” en héroe de la comunidad….. Nadie es bueno ni malo del todo, todos son simplemente personas que, por diversas circunstancias, han elegido una opción vital y no están dispuestas a consentir que nada ni nadie les aparte de ella. El optimismo y la ilusión apenas tienen cabida en nuestro tiempo, sino sólo el miedo y la violencia, la desconfianza y la incomprensión. Por éso pasamos unos al lado de los otros sin rozarnos y casi siempre sin mirarnos a los ojos; en realidad, lo que nos aterra es comprobar que nuestros arraigados prejuicios en razón del color de la piel pueden haber constituído una base tan equivocada que, si nos damos cuenta de lo injustos que hemos sido, los pilares de nuestra propia existencia se tambalearían.
Rodada entre finales de 2003 y principios de 2004 y con un presupuesto ajustadísimo, “Crash” consiguió ser una realidad gracias a que las "estrellas" más conocidas de su reparto (Sandra Bullock, “Speed”; Brendan Fraser, “La Momia”; Don Cheadle, “Hotel Rwanda”; Matt Dillon, “Bésame antes de morir”; Thandie Newton, “Misión: Imposible 2” y Ryan Phillippe, “Crueles intenciones”) rebajaron sus salarios a la mínima expresión y algunos accedieron a pagar de su propio bolsillo sus gastos de manutención y estancia; todo ello, naturalmente, porque leyeron el estupendo guión de Paul Haggis y comprendieron que aquel material merecía realmente la pena. Sin embargo, paradójicamente, no fue ninguno de ellos sino el desconocido Terrence Howard (que interpreta al director televisivo esposo de Thandie Newton) quien recibió una (simbólica) candidatura como Mejor Actor Principal, y digo simbólica porque cualquiera de ellos podría haberla merecido tanto o más; Matt Dillon, por su parte, también fue nominado, pero como Mejor Actor Secundario (¿por qué el policía que interpreta Dillon es “secundario” y el de Howard, “principal” o “protagonista”, cuando los dos tienen el mismo peso argumental y aparecen, más o menos, los mismos minutos en pantalla?).
Reconozco que, mientras ayer mismo veía “Crash” (en el cine, por supuesto), durante gran parte del metraje estuve alucinado al contemplar cuánto talento contiene esta película: en sus diálogos, en su realización, en las extraordinarias interpretaciones de todos, todos sus actores, en la fotografía y en el montaje. También es cierto que durante un par de veces me moví incómodo en la butaca, porque algunas escenas son innecesariamente redundantes e incluso algo tediosas, y la resolución final de algunas de las subtramas (con varios personajes diciéndose “Te quiero”, como si se tratase de una vieja comedia de Frank Capra), por ser demasiado idílica, demasiado feliz, pierde parte de la contundencia que tanto sorprende al principio. Pero, con todo éso e incluso con esa escena de la lluvia que recuerda demasiado a un inolvidable momento de “Magnolia”, me gustó mucho “Crash”, y me alegro de haber podido verla antes de haberse alzado esta madrugada con el Oscar a la Mejor Película del Año (además de con los referidos al Guión Original y el Montaje). Ahora sé que se ha hecho justicia, que se trata de una obra cinematográfica de primer orden, pues no sólo goza de un modélico guión plagado de diálogos inolvidables, y está interpretada por actores entregados que se convierten en sus personajes y consiguen emocionar al espectador precisamente porque ellos mismos se han implicado emocionalmente. Horas después de haberla visto, aún no he dejado de darle vueltas a su mensaje de tolerancia y respeto (dos palabras que constituyen la esencia de mi credo personal) hacia nuestros semejantes, tanto más cuanto más diferente sea el color de su piel, su origen étnico o su nacionalidad. Puede que en España no exista un racismo comparable al que imperó en Sudáfrica o sigue subsistiendo en gran parte de los Estados Unidos; pero, aquí y ahora, seguimos mirando con algo de desprecio al gitano, al africano, al marroquí e incluso al ecuatoriano. “Crash” es una patada en la entrepierna a nuestro “yo” más intolerante, un tirón de orejas al racista reprimido que todos llevamos dentro.
Calificación: 9 (sobre 10)
Luis Campoy
Comentarios
PORQUE TU EXPOSICION Y DOCUMENTACION ES TAN COMPLETA, TAN SERIA Y TAN EXCELENTE QUE POCO HAY QUE DECIR... SINO LEERTE CON MUCHA ATENCION Y DISFRUTAR DE ELLO.
NANA