Historias de barbería

Siguiendo una especie de tradición no escrita, esta tarde he ido con mi hijo al barbero (equivalente masculino y varonil de ese tan injustamente denostado peluquero que atusa los cabellos de las damas), y juntos hemos compartido ese momento trascendental en el que nuestras cabezas se han ido despoblando de folículos pilosos hipertrofiados, al tiempo que el suelo de la barbería y esa especie de baberos que nos cubrían se iban tiñendo de desechos capilares.

El caso es que, como en cualquier barbería del mundo, en la que yo frecuento se producen ditirámbicas conversaciones que hoy no me resisto a rememorar. Por ejemplo, me ha chocado un diálogo entre un anciano cliente y su no menos maduro estilista capilar. Los dos señores hablaban de los incidentes racistas ocurridos el sábado durante el partido de Liga entre el Racing de Santander y el Fútbol Club Barcelona, y uno de ellos le decía al otro: “¿Será posible? Por cuatro cosas que le dijeron, el Eto’o ése ya se quería ir otra vez del campo” “Lo que tenía que hacer ese negro de mierda”, le respondió su interlocutor, “era irse de España y volverse a su tierra”.

Algo menos racista fue la conversación que yo mismo mantuve con el otro barbero, que empezó hablando de la Semana Santa de Lorca (“donde los Blancos se pegan con los Azules”), y, después de un interesante tramo en el que comentamos nuestras experiencias musicales, terminamos refiriéndonos a la salida de prisión de Arnaldo Otegi. Hacía tiempo que no recordaba mis conciertos playeros acompañado de mi vieja guitarra, bajo un sol alicantino que no siempre se nublaba; también he reverdecido recuerdos más recientes, con mi acústica de doce cuerdas desgranando metálicos acordes al tiempo que yo expoliaba el repertorio de Loquillo o Los Secretos. En cuanto a Otegi, no creo que nadie (al menos en este retazo de España) hable bien de tan siniestro personaje, por muy útil que pueda ser para la formalización del alto el fuego etarra, así que ya os podéis imaginar las aplicaciones que el mago del cuero cabelludo daría a su navaja y sus tijeras.

Son historias de barbería, perlas de la jerga más coloquial que vivimos los hombres mientras nos acicalamos o acicalan, y que a buen seguro mi hijo no recordará, por cuanto estaba más pendiente de su manada de dinosaurios que de los desvaríos de su padre y su barbero. En cualquier caso, creo mi deber mostrarle al chavalín ese aspecto del mundo masculino que su madre muy difícilmente le podría enseñar.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
La barbería es para los hombres, lo que la sala de espera del médico para las mujeres. Un lugar donde largar como cotorras sin cortaprisas y sin más censura que el ruído del secador o el taladro dental (Aaay).

Sobre lo del racismo, también yo he sido testigo de comentarios hechos sin ningún tacto ni vista sobre negros y moros, en este caso, el lugar de reunión para intercambio de tan valiosas opiniones era el gimnasio. Y es que berracos hay en todos lados.

Veo que te gusta Loquillo. Hace poco fui al concierto que dieron en Madrid, en la sala Riviera. En mi blog expuse mi crítica. Visitala y rememora tus tiempos, aunque, los tiempos actuales son también de Loquillo, pues este hombre está más fresco y renovado que nunca.

Un saludo
Anónimo ha dicho que…
Pero creo que estamos cargando mucho las tintas respecto al trasfondo racista de aquellas conversaciones.... También hubo un manifiesto anti-barcelonismo, lo cual es extrapolable, en estos tiempos que corren, a cierto anti-catalanismo, por no hablar de las soluciones a nivel popular para acabar con el terrorismo vasco....
Anónimo ha dicho que…
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