El Cine en Pantalla Grande, Vol. 2/ "LA SEMILLA DEL DIABLO"



Diabólico spoiler

Rosemary’s Baby

USA, 1968

Director: Roman Polanski

Productor: William Castle

Guión: Roman Polanski, según la novela de Ira Levin

Música: Krzysztof Komeda

Fotografía: William A. Fraker

Montaje: Sam O’Steen, Bob Wyman

Diseño de Producción: Richard Sylbert

Reparto:  Mia Farrow (Rosemary Woodhouse), John Cassavetes (Guy Woodhouse), Ruth Gordon (Minnie Castevet), Sidney Blackmer (Roman Castevet), Maurice Evans (Edward “Hutch” Hutchins), Ralph Bellamy (Dr. Abraham Sapirstein), Victoria Vetri (Terry Gionoffrio), Patsy Kelly (Laura-Louise), Charles Grodin (Dr. C. C. Hill), Elisha Cook Jr. (Nicklas)

Duración: 137 min.

Distribución: Paramount Pictures


A pesar de que, como reza el título, el principal antagonista de este clásico del terror es nada menos que Su Satánica Majestad, el mismísimo Demonio, para los cinéfilos españoles el verdadero villano de “La semilla del diablo” siempre ha sido… ¡el traductor!.  Lo que el resto de los lectores de la novela (de la que enseguida hablaremos) y los espectadores de la subsiguiente película no descubrían hasta el final de ambas, los españolitos lo conocíamos ya ¡en el propio título!.  “La semilla del diablo” es el mayor y más tremebundo spoiler de la historia de la Cultura universal, y el único consuelo es que, aun a sabiendas de lo que va a suceder, el film (al igual que el libro) es tan bueno que el suspense y la tensión no decaen hasta su desenlace...

 

Rosemary Woodhouse es una joven ama de casa que, junto a su marido, el aspirante a actor Guy Woodhouse, se instala en un edificio de apartamentos algo lúgubre y desasosegante, el Bramford, situado en el Upper West Side de Nueva York.  Muy pronto, Rosemary y Guy entablan amistad con un matrimonio de vecinos ancianos, Minnie y Roman Castevet, que se toman muy en serio el bienestar de los recién llegados.  A Guy le ayudan a conseguir un papel en una obra de teatro, justo cuando el favorito para protagonizarla se ha quedado misteriosamente ciego, y a Rosemary la animan y le insisten para que se quede embarazada, como si estuvieran muy ansiosos por conocer, criar y adorar a su futuro bebé: el bebé de Rosemary.

 

Cuando el novelista, guionista y dramaturgo neoyorkino Ira Levin escribió el que sería su libro más famoso, “El bebé de Rosemary”, ya tenía 38 años.  Sus primeros pasos como profesional habían consistido en la redacción de guiones para televisión, tras lo cual publicó su primer libro, “Bésame antes de morir” (1953), que fue llevado a la pantalla por Gerd Oswald tres años después, y, entre medias, saltó a Broadway, donde debutó con la obra “Sin tiempo para sargentos”.  En 1967, a Levin se le ocurrió la brillante idea de realizar una especie de analogía de la familia cristiana primigenia, María y José, trasladándolos de la Judea del año 0 a la Nueva York (el entorno que mejor conocía) contemporánea.  Su idea era renovar y estilizar el género terrorífico y, para ello, ubicó la acción en un edificio emblemático y estiloso como el Dakota, uno de los más bellos exponentes del renacimiento alemán en territorio estadounidense, que se terminó de construir en 1884 y está situado en la esquina noroeste de la calle 72 y Central Park West.  El Dakota era famoso por sus elevados gabletes, sus profundos tejados con ventanas y sus habitaciones de extraordinaria amplitud y techos altísimos, pero también por la leyenda negra que ya arrastraba en los años sesenta, desde apariciones fantasmagóricas hasta los rituales de magia negra que se decía que allí había llevado a cabo el “mago negro” Aleister Crowley.  En última instancia, para preservar la intimidad de sus muy famosos residentes (Rudolf Nureyev, Judy Garland, Boris Karloff, Lauren Bacall o Leonard Bernstein habían vivido allí), el nombre del edificio se cambió de Dakota a Bramford, lo cual, a decir verdad, tampoco desorientó a nadie.  El caso es que “El bebé de Rosemary” fue publicado por la editorial Random House en abril de 1967, y muy obtuvo el rango de best seller internacional, llegando a convertirse en la novela de terror más vendida de la década.  Truman Capote la comparó con “Otra vuelta de tuerca” de Henry James, Cherry Wilder la definió como “uno de los mejores thrillers jamás escritos” y estaba cantado que tenía que convertirse en película.  El agente de Ira Levin se puso en contacto con el “mago del suspense”, Alfred Hitchcock, pero éste no se mostró interesado y entonces surgió William Castle.  Castle, director de serie B relativamente popular por “La mansión de los horrores” o “Los 13 fantasmas”, había accedido al libro antes incluso de que fuese publicado y se dirigió a Paramount Pictures para convencerles de que tenían que llevarlo a la pantalla, con él como realizador.  Paramount le hizo caso a medias: se hizo con los derechos de la novela, pero posicionó a Castle sólo en tareas de producción, confiando al ascendente Robert Evans (futuro factótum de “El Padrino”), en calidad de productor ejecutivo, la elección del director.  La verdad es que en la mente de Evans había un único candidato: el polaco Roman Polanski (34 años), de quien le gustaban mucho sus primeros films “El cuchillo en el agua” y “Repulsión”.  Polanski, que estaba terminando “El baile de los vampiros”, se leyó el libro en una sola noche y, a la mañana siguiente, aceptó hacerse cargo de la película, siempre y cuando se le permitiese escribir el guión también, cosa que Evans le concedió.

 

Para protagonizar la película, Polanski quería a Jane Fonda, pero ésta prefirió convertirse en “Barbarella”.  Tras considerar brevemente a su propia prometida Sharon Tate, el polaco se fijó en Tuesday Weld (“Lecciones de amor en Suecia”, “Todo por amor”), aunque Robert Evans estaba empeñado en sacar de su retiro forzoso a la joven Mia Farrow, conocida por la serie “Peyton Place” y esposa por aquel entonces del mismísimo Frank Sinatra, a quien éste había “convencido” para que dejase de actuar.  Tanto se enfadó Sinatra cuando Mia aceptó la película, que durante el rodaje envió a su abogado con los papeles del divorcio.  Para interpretar a Guy, los primeros candidatos fueron Warren Beatty, Steve McQueen, Paul Newman, Tony Curtis (cuya voz suena en el film, interpretando al actor que se ha quedado ciego y cuyo papel recae en Guy), Jack Nicholson (rechazado por tener un aspecto “demasiado siniestro”) y Robert Redford, el mejor situado, pero ni Polanski quería realmente a alguien tan popular ni a Paramount le hacía ilusión “perdonar” a Redford, a quien tenía en su lista negra por incumplimiento de un contrato previo.  El elegido acabó siendo John Cassavetes (“Johnny Staccato”, “Donde la ciudad termina”), que asímismo había iniciado una carrera como realizador y necesitaba finalizar el film que tenía a medias, “Rostros”.  Antes de seleccionar al resto del reparto, Polanski realizó una serie de bocetos de cómo imaginaba el aspecto de cada personaje, y, en base a ésto, se fue seleccionando a los intérpretes.  El elenco de secundarios lo encabezarían la ilustre veterana Ruth Gordon, guionista, junto a su esposo Garson Karnin, de “Doble vida”, “Nacida ayer” o “La costilla de Adán” (se dice que los personajes que en esta última interpretaron Katharine Hepburn y Spencer Tracy eran un trasunto de los auténticos Gordon y Karnin) y actriz (en “La mujer de las dos caras”, “La rebelde” o “Todo por amor”), como la chismosa Minnie Castevet; Sidney Blackmer (“Alta sociedad”, “Más allá de la duda”) como el marido de ésta, Roman; Ralph Bellamy (“El hombre lobo”, la saga “Ellery Queen”) como el doctor Sapirstein; Maurice Evans (“Embrujada”, “El planeta de los simios”) como Hutch, el mejor amigo de Rosemary; la playmate Victoria Vetri, alias Angela Dorian, como la desdichada Terry Gionoffrio; un joven Charles Grodin como el doctor Hill; y el inquietante Elisha Cook, Jr. repitiendo prácticamente su papel de ascensorista de “¿Quién mató a Vicky?”.  El productor William Castle realizó un breve cameo haciendo del hombre que espera junto a la cabina telefónica a que Rosemary finalice su llamada.

 

Con un presupuesto de 3,2 millones de dólares, el rodaje de “La semilla del diablo” (refirámonos a ella así, de aquí en adelante) se inició en Agosto de 1967 en Nueva York, utilizando, como ya explicamos, el edificio Dakota para “interpretar” al Bramford del libro, si bien sólo se grabaron tomas de exteriores.  La filmación se completó en diversas calles de Los Angeles y en los estudios Paramount de California.  El verdadero “diablo” para los técnicos y, sobre todo, los actores, fue Polanski, a quien se le subió a la cabeza su repentino status de “director estrella” y martirizó a todos con su actitud tiránica y obsesiva.  Ordenaba repetir las tomas decenas y decenas de veces, se burlaba de John Cassavetes si éste protestaba (“Tú en realidad no eres un director, sólo un tipo que ha hecho algunas películas”) y a Mia Farrow la obligó a cruzar la Quinta Avenida sin haber cortado el tráfico, sólo para que su expresión de miedo al ver que los coches estaban a punto de atropellarla fuera “más realista”, y, no contento con ésto, la exigió que se cortara el pelo (ese famoso corte “pixie” que diseñó el popular peluquero Vidal Sassoon) y que comiese hígado crudo en una escena, aun a sabiendas de que era vegetariana.  El futuro realizador William A. Fraker fue el director de fotografía, Richard Sylbert (“Baby Doll”, “El mensajero del miedo”, “El graduado”) ofició como diseñador de producción y Krzysztof Komeda, paisano y colaborador habitual de Polanski, compuso la música, siendo la propia Mia Farrow quien entona o tararea la nana “Sleep Safe And Warm” (“Duerme a salvo y abrigado”) que constituye el tema principal.

 

La semilla del diablo” tuvo su premiere, evidentemente, en Nueva York, el 12 de Junio de 1968 (3 de Febrero de 1969 en España) y de inmediato se convirtió en un exitazo para Paramount Pictures, recaudando alrededor de 34 millones de dólares, esto es, diez veces su presupuesto.  Las críticas fueron básicamente positivas, si bien los comentaristas no acababan de ponerse de acuerdo sobre si era mejor el libro o la película.  En cuanto a premios, obtuvo también una “diabólica” cosecha: los Globos de Oro, los Hugo, el Directors Guild,. los BAFTA, los David de Donatallo e incluso los Fotogramas de Plata se fijaron en ella y reconocieron los méritos de Polanski y las interpretaciones de Mia Farrow y Ruth Gordon.  Y el día 14 de Abril de 1969, en el Dorothy Chandler Pavillion de Los Angeles, durante la ceremonia de entrega de los 41º Premios de la Academia, “La semilla del diablo” materializó una de las dos nominaciones a las que aspiraba, recibiendo Ruth Gordon el Oscar como Mejor Actriz Secundaria.

 

La repercusión de “La semilla del diablo” en la cultura popular fue decisiva e indeleble.  Películas como “El Exorcista”, “La Profecía” o incluso “Los Cazafantasmas” no se entenderían sin ella.  Su atmósfera opresiva, la sensación de que todos quienes nos rodean conspiran contra nosotros o la sospecha de que hasta nuestros vecinos aparentemente más inofensivos pueden formar parte de un maléfico aquelarre constituyen algunos de sus logros más reconocidos, así como su estética rompedora, sus audaces encuadres o la desarmante naturalidad de sus desnudos, lo que los hace aún más provocadores.  Y, claro está, es imposible no hablar de la famosa “leyenda negra” que todos asociamos, no sin motivo, a esta inquietante obra.  Desde el momento en que se supo que había adquirido los derechos del libro de Ira Levin para trasladarlo a la pantalla, el productor William Castle comenzó a recibir llamadas telefónicas anónimas amenazándole de muerte por traer el Demonio a la Tierra, y él mismo consideraba que el fallo renal que sufrió durante el rodaje y a punto estuvo de costarle la vida podría deberse a esta causa; además, hay que recordar que Castle murió de un infarto pocos años después, a la temprana edad de 63 años.  Bastante más joven era el compositor Krzysztof Komeda, que sufrió una extraña caída en la que se golpeó la cabeza, permaneciendo en coma cuatro meses hasta su fallecimiento, antes de cumplir los 38 años de edad.  John Cassavetes también tuvo una muerte temprana, a los 59 años, causada por una cirrosis que, a decir de algunos, comenzó a gestarse cuando trataba de ahogar en la bebida sus numerosos desencuentros con Roman Polanski.  Fue este último uno de los más perjudicados por la influencia nociva del Mal que se había atrevido a retratar.  En la noche del 8 de Agosto de 1969 (paradójicamente, el día en que los Beatles cruzaron el paso de cebra más famoso de todos los tiempos), la actriz Sharon Tate, ya casada con Polanski y embarazada de 8 meses, fue salvajemente asesinada, junto a otras cuatro personas, en su mansión de Cielo Drive de Los Angeles por una secta satánica conocida como la “Familia Manson”.  El líder del clan, Charles Manson, no participó físicamente en los asesinatos, pero fue su impulsor intelectual y se sabe que, en los sermones que brindaba a sus acólitos, unas veces se presentaba como Jesucristo y otras, como el propio Satán.  Polanski quedó destrozado por el dolor, lo cual no le eximió, siete años después, de ser culpable de la violación que cometió sobre una adolescente de apenas 13 años, razón por la que tuvo que huir de los Estados Unidos y nunca pudo regresar.  No estaría completa esta crónica de las circunstancias que rodean a “La semilla del diablo” si no hablamos brevemente de algunos sucesos acaecidos en el interior y las inmediaciones del ya citado Edificio Dakota, que acogió su rodaje.  No sólo se cuentan por decenas las apariciones del fantasma de Boris Karloff, uno de sus míticos habitantes, sino que, en su portal, el ex-Beatle John Lennon fue asesinado a balazos por el demente Mark David Chapman el 8 de Diciembre de 1980.  Lennon había cantado a la paz y al amor, pero también osó decir que “los Beatles eran más famosos que Jesucristo”.

Luis Campoy

Calificación: 9 (sobre 10)


(Nota: Una versión resumida de este artículo fue publicada en el número de Noviembre de 2025 de la revista "El Eco del Guadalentín")

 

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