Aunque los más jóvenes
simplemente no puedan concebirlo, hubo un tiempo en el que los tiburones no nos
producían tanto miedo como ahora, en el que los arqueólogos no vivían aventuras
apasionantes como las de Harrison Ford y en el que los dinosaurios
cinematográficos no parecían ni mucho menos realistas...
Al realizador estadounidense Steven Spielberg (nacido en 1946) hay
que otorgarle el mérito de haber hecho evolucionar el cine con películas tan
influyentes como “Tiburón” (1975), “En busca del Arca perdida” (1981) o “Parque Jurásico” (1993), todos ellos
inconmensurables éxitos de taquilla que han pasado a la Historia del Séptimo
Arte no sólo por su comercialidad sino por sus valores puramente
cinematográficos. En 1982, Spielberg
tenía 35 años y, tras la apoteosis que había supuesto la primera aventura de
Indiana Jones, quiso dedicar su siguiente película a una historia más pequeña e
intimista que, contra todo pronóstico, acabó convirtiéndose en la más
taquillera de todos los tiempos. Pero
¿por qué se produjo tal fenómeno…?
La historia que originó el guión
de “E.T., El ExtraTerrestre”, libreto
que firmaría Melissa Mathison,
esposa, por cierto, de Harrison Ford, procede de las propias vivencias del
realizador, cuyos padres se divorciaron cuando él era un niño y tuvo que
concentrar su imperiosa necesidad de cariño y atenciones en la creación de un
amigo imaginario. El propio Spielberg
sería, por tanto, el alter ego de ese
Elliott que una noche conoce a un pequeño extraterrestre que, abandonado en la
Tierra por sus semejantes alienígenas, es perseguido por la NASA, la CIA y el
FBI. La amistad de Elliott y E.T. es tan
entrañable como conmovedora, porque el niño nunca considera a la criatura como
un peligro o como un extraño espécimen de laboratorio, sino simplemente como un
compañero de juegos y aventuras, un compañero de vida, al que tiene que
inculcarle los valores familiares, culturales y sociales que él mismo ha ido
aprehendiendo desde pequeño. No son
casuales las alusiones a los personajes de “La
guerra de las galaxias” (creación del gran amigo de Spielberg, George
Lucas) ni tampoco la utilización de una maravillosa escena de “El hombre tranquilo” de John Ford para
ilustrar el beso que un enamorado Elliott (Henry
Thomas) propina a una infantil Erika
Eleniak que, con los años, se convertiría en toda una Vigilante de la
Playa. Aunque la historia seminal de “E.T.” parezca a veces simple y
esquemática, está narrada con tanto mimo y cariño que diríase que los
sentimientos traspasan la pantalla y contagian de emoción a todos los
espectadores de cualquier nacionalidad y cultura; doy fe de que todo el mundo
iba a ver “E.T.”, no sólo los que
íbamos al cine por costumbre o casi por vicio, sino incluso los que llevaban
años o décadas sin acudir a una sala, y
todos salían encantados porque habían podido disfrutar, reir y llorar como no habían
hecho en mucho, mucho tiempo.
No quiero terminar sin destacar a
la encantadora Drew Barrymore que
interpreta a la hermana pequeña de Elliott, al encantador animatronic hiperrealista que diseñó el italiano Carlo Rambaldi, y, sobre todo, a la portentosa
banda sonora compuesta por John Williams. Cuando os sintáis solos y echéis de menos a
alguien, recordad la promesa de E.T.: “Estaré
allí mismo”, y buscad a esa persona en vuestro recuerdo o en vuestro
corazón.
Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)
Nota: este artículo lo publiqué originalmente en el número de Octubre de 2024 de la revista "El Eco del Guadalentín"
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