Cuando uno es aún muy joven pero ya ha
aprendido a amar la música, la pérdida inesperada de artistas icónicos le
provoca un trauma casi tan hondo como cuando, repentinamente, se marcha un familiar
muy querido. Me sucedió con John Lennon
en 1980, pero ya me había pasado con Elvis Presley tres años antes. Todavía conservo algunos de los pósters que publicaron las revistas de
la época: Elvis dibujado a carboncillo en Lecturas,
Elvis como reclamo de los cigarrillos Winston
en Fotogramas… Elvis
Aaron Presley había nacido en Tupelo, Mississippi, en 1935, de modo que,
cuando las drogas, el alcohol y, por añadidura, los muchos kilos de más, le
mataron aquel triste día de Agosto, apenas tenía 42 años. Cuarenta y dos años y ya era super famoso,
tanto que, desde el mismo momento en que se divulgó la noticia de su óbito, se
dispararon los rumores acerca de que, en realidad, estaba vivo pero había
optado por esconderse e iniciar una nueva existencia marcada por el incógnito y
el secretismo… La relación del señor Presley
con el Séptimo Arte había sido muy fluída, pues había protagonizado películas
como “Amame tiernamente”, “El rock de la cárcel”, “Viva Las Vegas”, “El barrio contra mi” o “Charro”,
pero, desde que entró oficialmente en la inmortalidad, no dejó de aparecer
tanto en la pequeña pantalla como en la grande, ya fuese en biografías canónicas
como “Elvis” de John Carpenter (1979)
o realizando “cameos” más o menos breves en “La Bamba”, “Forrest Gump”,
“En la cuerda floja”, “Bubba Ho-Tep” o la reciente “Priscilla”. Se echaba en falta una cinta que le rindiese
el merecido homenaje que sin duda merecía, y ésto sucedió por fin en 2022,
cuando el australiano Baz Luhrmann
estrenó su propia versión del mito, titulada simplemente “Elvis”. Luhrmann no era para
nada ajeno al cine musical, pues suyas habían sido “Moulin Rouge”, “Romeo +
Julieta” o “El amor está en el aire”,
pero lo que pretendía en esta ocasión era un acercamiento más o menos
hagiográfico a la figura del Rey del Rock, narrado desde el punto de vista de
su representante, el Coronel Tom Parker.
Si en “Amadeus” se contaba la
vida de Mozart según la rememoraba su máximo rival, Antonio Salieri, en “Elvis” el relator era un Coronel Parker
obeso y antipático al que interpretaba, prótesis mediante, el gran Tom Hanks. A Elvis le daba vida un hasta entonces
desconocido Austin Butler, que tenía
30 años cuando rodó la película. A pesar
de que el rostro de Butler se parecía al de Presley lo mismo que yo me parezco
a Brad Pitt, los apliques capilares, el vestuario chillón y, sobre todo, la
fabulosa mímica corporal del actor, trabajada durante incontables horas de
ensayo, lograban en conjunto una recreación convincente. Al muchacho también le dejaron cantar algunas
(pocas) canciones de la banda sonora, y llegó a estar nominado al Oscar, aunque
lo perdió en favor del Brendan Fraser de “La
ballena”. Casi mejor perder el Oscar
que ganar el Razzie, el galardón que
se otorga a lo peor del año, que se llevaron tanto Hanks como la película en
sí. En todo caso, “Elvis” hizo una recaudación bastante satisfactoria, 286 millones de
dólares (el triple de su presupuesto), y tuvo el atrevimiento de no seguir los
derroteros habituales de los biopics
convencionales tipo “Bohemian Rhapsody”
o la citada “La Bamba”. Lo que más me gustó de la película, lo que
más se me quedó grabado, fue la fotografía y, en concreto, la maravillosa
iluminación, obra de la también australiana Mandy Walker. Sin embargo,
he de confesar que eché en falta el enfoque más tradicional de la cinta de
Carpenter del ‘79, donde, por cierto, fue el mismísimo Kurt Russell (mucho más
parecido al original que Austin Butler) quien incorporó a Presley. En esta “Elvis”,
el supuesto protagonista es casi un secundario de lujo, supeditado a la
particular visión del Coronel Parker, un tipo que había nacido en Holanda y que
con 20 años emigró (ilegalmente) a los Estados Unidos para trabajar en circos y
en conciertos de música country, tras
lo cual se convirtió en promotor y manager musical. Tal y como se nos narra en la película, en
1955 Parker conoció a Elvis, quedó deslumbrado ante el talentazo del chaval y,
convencido de sus posibilidades y pensando en su propio beneficio, le consiguió
un suculento contrato de 40.000 dólares con la discográfica RCA. A partir de ese momento, el Coronel rigió con
mano de hierro los destinos de su representado, que perdió casi totalmente su
autonomía, incluso en lo tocante a su relación con su esposa Priscilla (Olivia DeJonge en el film). Dicen que el verdadero matrimonio fue el que
conformaron Presley y Parker, y lo cierto es que, tantos años después, no nos es
posible concebir el mito de Elvis sin la maquiavélica guía del Coronel.
Luis Campoy
Calificación: 6,5 (sobre 10)
Nota: este artículo lo publiqué originalmente en el número de Marzo de 2025 de la revista "El Eco del Guadalentín"
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