Misterio en Viena
¿Sabéis lo que es una
cítara? Se trata de un instrumento
musical de madera, derivado de la antigua lira, de forma trapezoidal y que, a
diferencia de la guitarra o el violín, puede tener hasta 20 ó 30 cuerdas. Pues bien, tras la icónica imagen del Big Ben,
el reloj más famoso del mundo, dando sus dieciséis características campanadas,
una cítara (la del músico austriaco Anton Karas) comienza a desgranar
una alegre y pegadiza melodía durante los títulos de crédito iniciales de “El
tercer hombre” (“The Third Man”, 1949), considerada la “mejor
película británica” o la “mejor aportación británica a la Historia del Cine”.
Viena, 1947. Apenas ha concluido la II Guerra Mundial y ya
está empezando la Guerra Fría, y la ciudad está dividida en cuatro sectores,
controlado cada uno por las potencias vencedoras de la gran contienda (Estados
Unidos, Inglaterra, Francia y la Unión Soviética). Un escritor norteamericano en paro, Holly
Martins (Joseph Cotten), viaja a la capital austríaca para encontrarse
con un amigo, Harry Lime (Orson Welles), que le ha ofrecido un
sustancioso empleo. Sin embargo, nada
más llegar, Holly descubre que Lime acaba de fallecer en un extraño y estúpido
accidente de tráfico, siendo después su cadáver transportado por tres hombres:
dos de los mejores amigos del difunto, quienes, casualmente, pasaban por allí
en aquel preciso momento, y un misterioso desconocido del que nadie sabe nada. Son malos tiempos para que un extranjero
deambule sin rumbo por las calles vienesas, pero Holly barrunta algo turbio y
decide quedarse en la ciudad, a pesar de la presión a la que lo somete el Mayor
Calloway (Trevor Howard), oficial británico que sostiene que Lime no era
en absoluto trigo limpio y estaba implicado en negocios muy sucios como el
tráfico de penicilina adulterada. Ni
Holly ni Anna (Alida Valli), la novia oficial de Lime, se dejan
convencer por las palabras de Calloway, iniciando por su cuenta una peligrosa
investigación cuyo último objetivo es determinar quién era el tercer hombre que
ayudó a levantar el cadáver del pobre Harry...
“El tercer hombre” fue una
producción de Alexander Korda escrita por Graham Greene,
novelista británico (“El Poder y la Gloria”, “El fin del romance”,
“El americano impasible”, “El factor humano”) que anteriormente
había sido espía del Mi6, y dirigida por Carol Reed, autor de “Larga
es la noche”, “El ídolo caído”, “¡Oliver!” o “El tormento
y el éxtasis”. La autoría de Reed
sobre “El tercer hombre” siempre estuvo en tela de juicio, por el mero
hecho de contar en el reparto de la película con un genio como Orson Welles,
que acababa de dejar boquiabierto a todo el mundo con “Ciudadano Kane”. En realidad, Welles sólo retocó algunos de los
diálogos que su personaje debía pronunciar y le sugirió a Reed cómo ubicar la
cámara en algunos planos para darle más relevancia a su presencia, pero la
gente se empeñó en que una película tan genial como “El tercer hombre”
era demasiado buena como para haber sido dirigida por un “artesano” como Carol
Reed. De este maravilloso film destacan
sobre todo su fotografía en blanco y negro, llena de luces y sombras
expresionistas y encuadres casi imposibles, y la captación de ambientes
retratados con poética languidez. Siendo
toda ella una gozada cinéfila, podríamos destacar cuatro secuencias inolvidables:
la primera aparición de Orson Welles, que surge de entre las sombras mientras
suena la inconfundible melodía; la conversación de Holly y Lime en lo alto de
la noria vienesa; la persecución en las alcantarillas; y la escena final en el
cementerio, un prodigio minimalista que nos habla de dolor, decepción y
pérdida. La película, injustamente, no
triunfó en los Oscar (apenas obtuvo el premio a la Mejor Fotografía), pero sí
logró la Palma de Oro del festival de Cannes y, por supuesto, el BAFTA como mejor
film británico del año, algo a lo que nadie tuvo nada que objetar.
Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)
Nota: este artículo lo
publiqué originalmente en el número de Enero de 2025 de la revista "El Eco
del Guadalentín"
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