Desde su estreno en 1937, “Blancanieves” de Walt Disney presumía de
ser la película más taquillera de la Historia.
Como continuación de aquel éxito, Disney estaba intentando adquirir los
derechos del popular libro infantil “El
mago de Oz” de L. Frank Baum con
vistas a realizar una versión también animada.
Sin embargo, los ejecutivos de Metro-Goldwyn-Mayer, ansiosos por
arrebatar a la Factoría del Ratón la posibilidad de otro taquillazo,
adquirieron más rápido y más caros los derechos del cuento de Baum, iniciándose
así la gestación de uno de los films más queridos de todos los tiempos…
La
pequeña huerfanita Dorothy (“Dorita” en la versión española) vive una
existencia gris en compañía de sus tíos en una granja de Kansas, pero un
tornado la arrastra a un mundo fantástico y multicolor: el País de Oz. Una vez allí,
Dorothy se verá inmersa en una batalla entre dos brujas rivales, hasta que
averigua que la única manera de regresar a su hogar es siguiendo el camino de
baldosas amarillas que la llevará hasta la Ciudad Esmeralda, la capital del
reino. Durante el trayecto, se hará
amiga de un Espantapájaros necesitado de un cerebro, un Hombre de Hojalata que
anhela un corazón y un León ansioso por conocer el valor. Los cuatro juntos irán al encuentro del
todopoderoso Mago de Oz, con la esperanza de que satisfaga todas sus
necesidades…
El nada
disimulado intento de M-G-M por superar los éxitos de Disney les había llevado
a exprimirse los sesos hasta encontrar un cuento de popularidad similar a “Blancanieves
y los Siete Enanitos” en el que pudieran replicarse los mismos
ingredientes: una heroína huérfana, una bruja malvada, personas de baja
estatura, animales a los que se les atribuyen propiedades humanas y la
posibilidad de incluir pegadizas canciones.
Para interpretar a la protagonista de “El Mago de Oz”, la favorita del Estudio era Shirley Temple, pero la
Dorothy ideal estaba desde hacía años en la nómina de Metro-Goldwyn-Mayer: Judy
Garland. A Garland no se la había considerado
en principio porque parecía “poco atractiva” y demasiado mayor para el papel
(tenía 16 años en el momento de iniciarse el rodaje), aunque sus dotes para el
drama y su sorprendente voz acabaron por convencer al presidente de la
compañía, el todopoderoso Louis B. Mayer, quien ordenó que se sometiera
a la pobre Judy a un estricto control para asegurarse de que no ganaba peso
durante la filmación, suministrándosele anfetaminas para permanecer despierta
durante el día y barbitúricos para asegurarse de que dormía durante la noche. El resto del reparto lo conformaron Ray Bolger como el Espantapájaros, Jack Haley como el Hombre de Hojalata y
Bert Lahr como el León Cobarde, en
tanto que Margaret Hamilton daría
vida a Elphaba, la Bruja Mala del Oeste, y Billie
Burke a Glinda, la Bruja Buena del Norte, recayendo el papel del Mago en Frank Morgan. Como director quedó acreditado Victor Fleming (“Lo que el viento se llevó”), aunque también filmaron diversas
secuencias George Cukor, Richard Thorpe o King Vidor. Las popularísimas canciones fueron compuestas
por Harold Arlen (música) y E. Y. “Yip” Harburg (letra),
destacando por encima de todas la inmortal “Over
The Rainbow” (“Sobre el arco iris”).
A
pesar de que en España siempre se ha mantenido el doblaje realizado en los años
cuarenta del siglo pasado (el cual no da sensación, precisamente, de
modernidad), “El mago de Oz” ha envejecido muy dignamente. Su capacidad de fascinación sigue intacta,
con esa gran idea de reflejar la existencia cotidiana de Dorothy en blanco y
negro, para luego abrirse a una amalgama de fantasía multicolor en el momento
en que la acción se traslada al mágico mundo de Oz. Los diseños de los edificios de este país de
las maravillas mantienen, todavía hoy, un halo futurista, lo cual contrasta con
esa moraleja tan evidente de que lo realmente valioso se encuentra construido
sobre el sustrato de nuestro corazón: “Se está mejor en casa que en ningún
sitio”, dice Dorothy mientras entrechoca sus zapatos o “chapines” rojos,
sabiendo que, con ello, se esfumará la magia pero, en adelante, tendrá a su
alcance la posibilidad de hacer de lo cotidiano una fantasía digna de ser
vivida.
Luis Campoy
Calificación: 9 (sobre 10)
Nota: este artículo lo publiqué originalmente en el número de Noviembre de 2024 de la revista "El Eco del Guadalentín"
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