“Ben-Hur”
(1959) no sólo es la película más vista en cualquier Semana Santa, sino que
constituye el mejor ejemplo posible de lo que es CINE con mayúsculas; sólo la
extraordinaria carrera de cuádrigas ya es un tesoro en sí misma, pero, además,
las interpretaciones, los diálogos, la fotografía, la música y la
reconstrucción de un tiempo glorioso constituyen una muestra incomparable de lo
que el Séptimo Arte puede ofrecer.
En
1880, 15 años después del final de la Guerra de Secesión norteamericana, un
antiguo oficial nordista, el general Lewis Wallace (1827-1905), hombre
creyente y aficionado a la Historia, aunó sus dos grandes pasiones en una novela
titulada "Ben-Hur: A Tale Of The Christ" ("Ben-Hur: Un
relato sobre Cristo"), que no sólo fue todo un best-seller en su
época, sino que fue calificada como "el libro cristiano más influyente del
Siglo XIX". La obra magna del
general Wallace ya había sido llevaba al cine en 1925 por Fred Niblo con Ramón
Novarro de protagonista, pero se trataba de una versión muda y en blanco y
negro, muy lejos de los gustos del público norteamericano de los años 50,
embelesado por la espectacularidad de las superproducciones en technicolor y
cinemascope. "Quo Vadis"(1951),
"La túnica sagrada" (1953), o "Los diez mandamientos"
(1956) habían arrasado en las taquillas y constituían luminosos ejemplos de un
subgénero que todavía no había entrado en decadencia: el peplum (nombre que se dio a ese tipo de cine épico-religioso,
tomado de la palabra griega “peplos”, que hacía referencia a las túnicas
sin tirantes que se utilizaban en la época antigua). El caso es que el éxito de “Los diez
mandamientos” hizo que los ejecutivos de Metro-Goldwyn-Mayer se pusieran
manos a la obra para presentar batalla con una producción de similares
características, y alguien se acordó de que desde 1952 tenían anunciada una
adaptación en color de “Ben-Hur” que dormía el sueño de los justos tras
varios aplazamientos y cambios de equipo creativo. Finalmente, el productor Sam Zimbalist
tomó las riendas del proyecto y le encomendó la redacción del guión al escritor
Karl Tunberg. El director
escogido fue William Wyler, quien, casualmente, había sido ayudante de
dirección de Fred Niblo en la versión de 1925, y que exigió la reescritura del
guión para eliminar muchas de las subtramas de la novela y que la película
finalizase con la crucifixión de Jesucristo.
Wyler quería a Charlton Heston (que había sido Moisés en “Los
diez mandamientos”) para interpretar al villano Messala, pero, al ser
incapaz de hallar un protagonista convincente y preferir Heston el rol de Judá
Ben-Hur, le dio a éste el papel principal y, como su antagonista, contrató al
irlandés Stephen Boyd. En cuanto
a la confección del resto del reparto, lo cierto es que, involuntariamente o
no, los personajes romanos (los “malos” de la función) acabaron recayendo en
actores británicos, mientras que los judíos (los “buenos”) fueron confiados a
actores americanos. La desconocida Haya
Harareet (de quien se rumoreó, falsamente, que había sido reclutada en el
ejército israelí) incorporó a la antigua esclava Esther, el interés romántico
del protagonista. Algunos se extrañaron
de que un papel tan importante se le hubiera encomendado a una actriz de tan
poca relevancia, y la respuesta era que, al fin y al cabo, la verdadera
historia de amor del film no era la de Judá con Esther… sino la que mantienen, en silencio, Ben-Hur y
Messala (esta última interpretación se le ocultó en todo momento a Charlton
Heston, hombre muy conservador y tradicionalista). Mención aparte mereció la designación de un
tal Claude Heater como Jesucristo, un cantante de ópera elegido
solamente por su físico y que, en un alarde de originalidad, nunca llega a
mostrar su cara. Para la mítica
secuencia de la carrera de cuádrigas se necesitó la participación de 15.000
extras, y se tardó un año en construir el decorado que representaba el Circo de
Jerusalén. Hicieron falta cuatro meses
para entrenar a los 72 caballos que correrían por la pista de tierra de 460
mts. de longitud, y otros tres meses para rodarla. Toda una hazaña que le valió al film la
friolera de ¡11 Oscars!, todos absolutamente merecidos.
Calificación: 9,5 (sobre 10)
Nota: este artículo lo publiqué originalmente en el número de Abril de 2025 de la revista "El Eco del Guadalentín"
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