Todos los días vemos en redes
sociales diferentes comparativas acerca de cómo, gracias al cuidado
(¿obsesión?) por nuestro físico, las personas de cuarenta, cincuenta o sesenta
años se ven hoy mucho más jóvenes de cómo se veían, a la misma edad, en décadas
pasadas. Hace unos meses, Demi Moore, a
los 61 años, se permitió el lujo de lucirse, como Dios la trajo al mundo, en el
film de terror “La sustancia”, y
ahora, Nicole Kidman, que ya tiene
57, hace lo mismo en “Babygirl”. Definitivamente, hoy en día las personas (o,
al menos, las estrellas de Hollywood) han aprendido a difuminar mejor los
inevitables estragos causados por el paso del tiempo. “Babygirl”
es un término anglosajón que puede referirse tanto a un chico que, sin
abandonar su masculinidad a veces agresiva, tiene también lapsos tiernos y
sensibles, o bien, simplemente, a una mujer que se ve muy joven, una “chica-bebé”. La protagonista es Romy, una ejecutiva
cincuentona, esposa y madre aparentemente feliz, que se embarca en una aventura
con un joven becario en la que el sexo y el masoquismo irán de la mano hasta
extremos impredecibles… Creo que está
clarísimo que la realizadora y guionista holandesa Halina Reijn (49 años), que, por cierto, hasta ahora ha
desarrollado su carrera primordialmente como actriz, pertenece a ese millonario
club de lectoras que, en su momento, disfrutaron las novelas de E.L. James englobadas
dentro de la saga “Cincuenta sombras de
Grey”, adaptadas al cine con menor fortuna unos años después. Los elementos básicos de aquella franquicia
vuelven a repetirse en “Babygirl”,
como el sexo desenfrenado, el morbo, el sadomasoquismo o BDSM y el hecho de que
sea el varón quien en apariencia domina a la mujer. Así, el personaje de Nicole Kidman se ve
arrastrado a un torbellino clandestino de sensualidad y sumisión por parte del “inocente”
becario Samuel (Harris Dickinson, 28
años, visto en “The King’s Man” o “La chica salvaje”), que enseguida se
muestra capaz de subvertir el escalafón laboral y todas las normas
sociales. Pienso que, en plena era del “#MeToo”, hubiera sido mucho más
interesante alterar esta escala de poder y que hubiera sido ella, la jefa, la
“madre”, la que hubiese tomado la iniciativa, pero, claro, no olvidemos que,
según los parámetros fundacionales de ese movimiento, el hombre es el malvado y
la mujer, la víctima; no hubiera sido políticamente correcto que fuese la dama
quien incitase a pecar de esa manera a un chico al que, encima, duplica la
edad. En cuanto a aspectos puramente
cinematográficos, “Babygirl” pretende
ser audaz y provocadora (abundan los primeros planos, los colores son fuertes,
los encuadres intentan epatar y la música es deliberadamente dramática y su
volumen, altísimo), pero el desarrollo de la trama va cayendo en lo previsible,
por no decir en lo risible: la escena de la pela entre el amante y el marido
cornudo (¡pobre Antonio Banderas!)
es directamente ridícula, y la valiente y arriesgada composición de Nicole
Kidman acaba siendo lo único realmente meritorio, aunque ni siquiera es seguro
que, en una edición tan reñida como se prevé la de este año, acabe consiguiendo
la ansiada nominación al Oscar.
Luis Campoy
Calificación: 6 (sobre 10)
Nota: este artículo lo publiqué originalmente en el número de Febrero de 2025 de la revista "La Placeta de Lorca"
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