Cine actualidad/ "GLADIATOR II"
A
finales del siglo XX, las películas “de romanos” estaban quedando poco a poco
en el olvido, hasta que en el año 2000 el prestigioso realizador británico Ridley Scott presentaba su peculiar
visión del género, “Gladiator”. La película, que protagonizaban Russell Crowe
como un heroico general romano obligado a convertirse en gladiador y Joaquin
Phoenix como un emperador malvado, histriónico y lascivo, tuvo un éxito
arrollador, acaparó 5 Oscars y la música de Hans Zimmer conquistó los oídos de
todo el mundo. Como tanto el
protagonista como el villano morían al final de aquella cinta, resultaba muy
complicado poner en marcha una segunda parte que permitiera seguir exprimiendo
la gallina de los huevos de oro, y han tenido que pasar veinticuatro años hasta
que el mismo director, Ridley Scott, haya aceptado volver a tomar las riendas
de la continuación. El problema es que
Scott ya tiene 86 años, y tal vez, sabedor de que el tiempo que le queda no es
una eternidad, ha tenido que conformarse con un guión que en otras
circunstancias me temo que habría rechazado.
Porque lo que cuenta “Gladiator II”
es más o menos lo mismo que contaba su predecesora, eso sí, variando de
protagonista y de villano. Pero todo lo
demás es un copia y pega indisimulado de conceptos, de situaciones, de
estructura argumental y de personajes, e incluso de motivos musicales. Ya desde el mismo inicio, el espectador con
un mínimo de memoria se da cuenta de que en realidad se trata de un refrito: la
película comienza con una trepidante batalla (en “Gladiator” era terrestre, aquí naval); a continuación, el
protagonista (allí, Máximo, aquí su hijo ilegítimo Lucio) es apresado,
encadenado y obligado a convertirse en gladiador; muy pronto se suceden
vistosos y violentos combates en el Coliseo de Roma, en los que el protagonista
tiene amplias dotes de mando para guiar a sus compañeros (en “Gladiator” estaba justificado porque, al
fin y al cabo, Máximo había sido general; aquí, no tanto); al mando de Roma vuelve
a haber un joven emperador vicioso, impulsivo y que ríe sacando la lengua
(bueno, en “Gladiator II” en realidad
son dos los emperadores, Geta y Caracalla); la mujer del protagonista muere
violentamente; un general romano (allí, Máximo y aquí Acacio/Pedro Pascal) es
obligado a batirse en duelo en la arena; Lucila, la hija del anterior emperador
Marco Aurelio, vuelve a instigar en las sombras un complot para derrocar al actual
emperador o, en este caso, emperadores; el propietario de los gladiadores (allí
Próximo/Oliver Reed y aquí Macrino/Denzel Washington) tiene también una gran
importancia en la trama; el protagonista envía a un mensajero de su confianza a
avisar a los ejércitos apostados cerca de Roma para que acudan en su
auxilio… En fin, son tantas las
reiteraciones argumentales que no acabaríamos nunca de exponerlas todas.
Se
habla mucho de la “extraordinaria interpretación” (entre comillas) de Denzel Washington incorporando al
villano Macrino, y, bueno, yo no veo que Washington, uno de mis actores favoritos,
esté mejor que de costumbre, siendo como es un intérprete descomunal; yo lo
encontré en su línea, correcto pero no genial.
Asímismo se ha criticado la supuesta “falta de carisma” (también lo
pongo entrecomillado) de Paul Mescal,
cosa con la que tampoco coincido, mientras que, no entiendo por qué, se
escatiman los elogios al soberbio Pedro Pascal, que, para mi, es quien mejor parado
sale de la función.
A
pesar de su total dependencia de la película original (digámoslo de nuevo, “Gladiator 2“ clona sin avergonzarse
todos y cada uno de los aspectos que hicieron grande a “Gladiator”, aunque, paradójicamente, no mejora ninguno de ellos),
la película me ha gustado, porque resulta un espectáculo de primer nivel, un
entretenimiento cinematográfico a la vieja usanza, un viaje en el tiempo a
otras épocas más felices y, ¿por qué no decirlo?, más inocentes. Y lo que, sin duda alguna, más me ha gustado
es el llenazo impresionante que había en la sala, con prácticamente todas las
butacas vendidas; eso sí me ha parecido una hazaña de proporciones épicas.
Luis Campoy
Calificación: 6,5 (sobre 10)
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