La sencillez de los singles
En estos tiempos tan tecnificados
y más fríos que los de antaño, no pocas palabras y expresiones se han ido quedando,
por desgracia, en desuso, o han cambiado radicalmente su significado. ¿Qué se entiende ahora por “Single”? “Soltero”, me diréis. Sin embargo, no hace tanto tiempo, los “singles”
no eran sino discos de vinilo de tamaño pequeño, que funcionaban a 45 revoluciones
por minuto (rpm), a diferencia de los LP’s o long plays, a los que les bastaban
33 rpm. La inmensa mayoría de los
singles sólo contenían dos canciones, una en la Cara A y otra en la B, ya que,
recordémoslo, los vinilos eran reversibles y sus dos lados albergaban material sonoro
que debía ser “leído” por sabias agujas que, con el tiempo, fueron evolucionando
favorablemente, aunque, de tanto recorrer los surcos de los discos, eran
inevitables el desgaste y la suciedad. Los singles (“sencillos”, en español) se
editaban como adelantos o cartas de presentación de un disco LP que se lanzaría
pocas semanas después, con el fin de servir de aperitivo y de ir haciendo
boca. Tenían la ventaja de que, si te
gustaban, ya intuías más o menos cómo iba a ser el resto del álbum, y podías
decidir si te lo comprabas o no. Y, si
no te gustaba, pues como el disco era pequeño y finito y ocupaba poco lugar, lo
podías meter en cualquier lado o, algo mejor, podías intercambiarlo con algún
amigo. Eso es algo que también ahora se
ha perdido. Mis vecinos, mis amigos y yo
teníamos más o menos los mismos gustos musicales, y nos prestábamos los discos
que nos comprábamos cada uno, que podíamos grabarnos en una cinta de cassette, de esas que tan a menudo se
enredaban y que luego había que rebobinar utilizando un boli BIC. Pero volvamos al maravilloso mundo de los
singles. Como todos mis amigos y
conocidos, yo llegué a tener una buena colección de ellos, superando las 50
unidades. El primero que tuve, no
obstante, no lo tuve que comprar, sino que me lo regalaron, o, mejor dicho, se
lo regalaron a mi padre al abrir una cuenta corriente en la Caja de Ahorros
Provincial de Alicante. Se trató de un
disco promocional de la serie y películas de La Pantera Rosa (año 1973), que llevaba en la Cara A “The Pink Panther Theme” y en la B “One Shot In The Dark”, el tema del
Inspector Clouseau. Pasaron tres años
hasta que me decidí a comprar mi primer single propio, que fue el “Libertad sin ira” de los andaluces Jarcha, canción muy asociada a la
Transición española tras el fallecimiento del dictador Franco y la instauración
de la nueva Democracia. Aquel mismo año
me compré más singles, como las dos versiones que se comercializaron del tema
principal de la película “King Kong”
(mi favorita de aquel año), una instrumental a cargo de la Love Unlimited Orchestra (la formación creada por el gran Barry
White) y otra cantada por Demis Roussos,
además de la famosísima “Oxyígeno” de
Jean Michel Jarre que todo el mundo
tarareaba. 1977 fue el año en que murió
Elvis Presley, y un imitador llamado Ronnie McDowell le dedicó un precioso tema
titulado “The King Is Gone”, que
vendían en los kioscos. Fue también el
año de “La Guerra de las Galaxias” (aunque
la banda sonora de John Williams me la
compré en doble disco LP y la versión de Meco
directamente en cassette), así como de dos medleys o popurrís recopilatorios
que hicieron época: el “Rockcollection”
de Laurent Voulzy y el “Unlimited Citations” de Café Creme que homenajeaba a los
Beatles, pero, para mi, tuvo la peculiaridad de que me compré mi primer disco de
uno de mis grupos favoritos, Supertramp,
en concreto el celebérrimo “Dame un poco”.. En 1978 se lanzaron varias enciclopedias por
fascículos que mis padres comenzaron a coleccionar. Una trataba sobre la Guerra Civil española y
como regalo llevaba un single que contenía cuatro canciones que uno y otro
bando popularizaron durante la contienda, y otra, bajo el título “Las Estrellas”, era una biografía de los
más famosos actores de Hollywood y venía acompañada de un sencillo con 6 temas
de cine. Fue ese el año del “Ríos de Babilonia” de Boney M, del “¿Crees que soy sexy?” de Rod
Stewart, del “YMCA” de Village People, del “Échale la culpa al boogie” de los Jacksons y del “Chiquitita” de ABBA; todos
esos sencillos acabaron en mi colección.
En 1979 comenzó una nueva atapa en mi vida (¡el primer amor!) y sencillos
como “Reunidos” de Peaches & Herb, “Tropezando” de Suzi Quatro y Chris Norman,
“Harto de seguir sus pasos” de Rocky Burnette o “Por favor, no te vayas” de KC
& The Sunshine Band reflejaban la magia de aquel período. Con la entrada en la década de los ochenta,
comenzó a declinar por mi parte la adquisición de singles (supongo que prefería
hacerme con los discos LP’s completos), y los últimos que adquirí fueron dos
proyectos solidarios como el “We Are The
World” del "supergrupo" impulsado por Michael
Jackson “USA For Africa” y el “Let It Be” de la iniciativa Ferry Aid que promovió Paul McCartney. Poco tiempo después, la expansión del Compact Disc hizo que tanto los vinilos
como las cintas de cassette fuesen quedan un tanto arrinconados, y, como además
yo tenía tantos y tantos discos que al final me ocupaban un montón de
estanterías, poco a poco fui renunciando a ellos y los sustituí por sus réplicas
digitales. Hace más de 30 años que mis
viejos singles originales dejaron de pulular
por mi hogar, pero este verano comencé a sentir una inexplicable morriña y,
como ya no tengo tocadiscos ni tengo la intención de volver a comprar cincuenta
y un discos pequeñitos que, lamentablemente, no sólo estarán en malas
condiciones sino que, de encontrarlos, costarán a precio de oro, he optado por
rehacerlos, uno a uno, a imagen y semejanza de los que una vez tuve. Tras una ardua cacería de carátulas rebuscando
en todos los recovecos de internet, y, sobre todo, la consecución casi
milagrosa de todas las canciones que nutrían las Caras A y las Caras B de cada “disquito”,
hoy por fin he completado, nuevamente, aquella colección. Vuelvo a tener todos mis discos sencillos y,
aunque esta vez estén en discos compactos grabados por una sola cara y no en
vinilos reversibles, lo importante para mi es que vuelvo no sólo a poder
escucharlos como hace casi cincuenta años, sino que los puedo mirar, tener en
mis manos y hasta cantar las letras que muchos de ellos llevaban en su parte de
atrás. Con un poco de imaginación, y de tesón
y constancia, la tecnología puede resultar sencillamente
maravillosa.
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