Libros/ "EL CLUB DUMAS"
“El club Dumas” narra la historia de Lucas Corso, definido como un
“cazador de libros” que se dedica tanto a conseguir ejemplares raros como a
verificar la autenticidad de los mismos.
A Corso le encomiendan certificar la autoría de un capítulo manuscrito
de “Los tres mosqueteros” de Alejandro Dumas, pero, cuando está ya
inmerso en esta tarea, le surge otra que deberá acometer paralelamente:
comprobar que las tres únicas unidades existentes de “Las nueve puertas del
reino de las sombras”, una obra del siglo XVII que en teoría debería servir
para invocar al Diablo, quien incluso podría haber sido su autor, están completas
y son útiles para realizar el ritual… Corso
tendrá que recorrer diferentes lugares de España, Portugal y Francia para
cumplir su misión, hallándose su vida en peligro en más de una ocasión…
Cuando leí el libro nada más ser
publicado, me dejó tan buen sabor de boca que lo incluí en la lista de mis
ficciones favoritas. En esta relectura
me ha costado un poco terminarlo;
incluso lo dejé varado durante algunas semanas, aburrido de las
larguísimas peroratas que nos regala Pérez-Reverte, escritor al que admiro
sinceramente pero que en no pocas escenas se enrolla de lo lindo. No quiero que ésto suene como un demérito del
escritor, persona dotada de una amplísima cultura que aprovecha cualquier
ocasión para intentar trasladar al lector, así como de un muy aplaudible amor
por los libros impresos en papel, mas en las numerosas secuencias en
las que la Literatura adquiere todo el protagonismo, los diálogos repletos de referencias
y alusiones interminables, personalmente se me atragantaron un poco. Asímismo,
como ya dije en mi reciente comentario sobre “La tabla de Flandes”, me choca la manera en la que los
protagonistas de sus obras recurren tan ansiosamente al alcohol y el tabaco; no
hay escena en la que Corso no se apure un vaso de ginebra o se fume algún
cigarrillo. Los personajes principales
(el citado Corso; la misteriosa chica que le ayuda, que se hace llamar “Irene
Adler”, como la mujer que creyó haber derrotado a Sherlock Holmes; el librero Flavio
LaPonte; los coleccionistas Boris Balkan, Varo Borja, Victor Fargas y la
baronesa Ungern; los villanos “Milady” (Liana Taillefer) y “Rochefort”, que
toman sus apodos directamente de “Los
tres mosqueteros”…) están caracterizados de manera bastante irregular,
siendo unos demasiado ambiguos y otros excesivamente superficiales. Y no tengo ninguna duda de que, entre las
(lógicas) influencias que han inspirado la trama, además de la citada “Los tres mosqueteros” y los relatos de
Sherlock Holmes, se encuentran “En busca
del Arca perdida” y su segunda secuela, “Indiana Jones y la Ultima Cruzada”, de las que toma la descripción
del villano principal y los rituales que éste debe desempeñar. En cualquier caso, se trata de una lectura
interesante y tanto más recomendable cuanto más le interesen al lector la
literatura en general y los libros en particular, a la que desluce un poco un
final que sorprende por su falta de tensión, su ambigüedad y por lo
peligrosamente que coquetea con el ridículo.
En 1999, el gran Roman Polanski dirigió la adaptación cinematográfica del libro, “La novena puerta”, que se conformó con adaptar únicamente la trama “diabólica”, dejando totalmente en el tintero la que concierne a “Los tres mosqueteros” y Alejandro Dumas (tan trascendental que daba nombre a la novela); tal vez Polanski, que dirigiera con tanto éxito “La semilla del diablo”, le tenía especial querencia a esta temática. Los protagonistas fueron un Johnny Depp pre-Jack Sparrow interpretando a Corso (que ahora ya no se llama “Lucas” sino “Dean” y no vive en Madrid sino en Nueva York); Emmanuelle Seigner, la joven esposa de Polanski, como “La chica”; Frank Langella como Boris Balkan; Lena Olin como Liana Telfer (americanización de Taillefer); y el veterano Jack Taylor como Victor Fargas. A pesar de una a ratos adecuada partitura del polaco Wojciech Kilar, la película nunca llega a despegar del todo y, tras una primera mitad, como mucho, correcta, se va tornando torpe y pueril y desemboca en un desenlace que, esta vez sí, bordea ampliamente las fronteras de lo cutre y lo ridículo. Una vez más, manifiesto mi tristeza ante la poca suerte que ha tenido Arturo Pérez-Reverte en la traslación de sus obras a la pantalla.
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