Cine en el cine

 


El Cine, el cine visto en salas de cine, se muere.  Parece que ésto, triste e inevitablemente, es una realidad.  Claro que el cine visto en el cine lleva aproximadamente cuarenta años muriéndose...  A mediados de los míticos años ochenta, viviendo yo aún en mi Alicante natal, comenzaron a cerrar algunas de las salas más emblemáticas (Calderón, Rialto, Carlos III, Monumental, Chapí, los Astoria…), y lo mismo ha ido sucediendo en todas las ciudades del mundo.  Decían (dicen) que el público ha cambiado de hábitos, que ya no necesitan la espectacularidad de una pantalla de 500 pulgadas, que se apañan con un dolby surround casero de esos que se completan con los golpes del vecino aporreando la pared…  Yo, por suerte o por desgracia y le pese a quien le pese, no he variado mis costumbres y sigo yendo al cine.  Rara es la semana que no veo tres o cuatro películas, que acostumbro a acompañar con palomitas, golosinas y refrescos gaseosos y/o azucarados.  A veces pienso que lo mío con el cine es un vicio, una adicción sin sentido.  No siempre las películas que veo me interesan realmente, y muchas las veo simplemente por ir al cine, que es, no lo oculto, el lugar donde más momentos de felicidad he vivido.  Después de todo, ¿qué haría yo si no fuese al cine?  Ni siquiera yo puedo estar todo el tiempo escribiendo, ni leyendo ni haciendo podcasts, y tengo que admitir que, por mucho que me gusta el cine, me cuesta mucho ver una película en casa, donde se producen mil y una interrupciones, donde te distraes con cualquier cosa, donde tentaciones como atender el móvil resultan mucho más tentadoras…  Y no, tampoco consigo encontrar esa serie que me enganche tanto como para dedicar una tarde entera a despacharla.  Sin duda, lo mío es y seguirá siendo la sala, a pesar de todo y de todos.  Escucho siempre las mismas quejas, que se van generalizando y van desmotivando a algunos amigos cinéfilos que pensaba que resistirían como yo: que si ir al cine es muy caro (bueno, esto es real), que si las palomitas alcanzan precios prohibitivos (más deberían costar, a ver si algunos dejaban de comérselas a puñados incluso antes de haberlas pagado), que si hay mucho marrano y cafre suelto (desde luego, la falta de urbanidad de unos cuantos sujetos es deplorable)…  pero a mi no me convencen.  Lo siento.  Algunos de esos amigos cinéfilos a los que aludía me dicen que he bajado mucho el listón, que ya no entiendo de cine.  Me reprochan mi facilidad para tragarme cualquier película, mi predisposición para dejarme embaucar con los blockbusters de turno, ya sean los superhéroes de Marvel, las películas de terror para adolescentes o los bodriacos (según ellos) de Santiago Segura y compañía.  ¡Que piensen lo que quieran!  No me da ningún pudor admitir que yo prefiero mil veces ver una mala película en un cine que ver una obra maestra en mi casa.  Lo siento.  Así soy yo.  A ese extremo he llegado.  Quien me quiera, que me acepte, y quien no, que me mande… a tomar cine.

 

P.D.:  “Cine en el cine” es el nombre de mi sección mensual en la revista “La Placeta” de Lorca


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