Píldoras de cine (Junio de 2024)

 


Son días electorales y también en la vieja Europa las salas de cine están perdiendo adeptos.  Para volver a llenarlas, ¿qué mejor que difundir la cultura cinematográfica con la emisión de una nueva dosis de nuestras PÍLDORAS DE CINE?

 

EL EXORCISMO DE GEORGETOWN

Me consta que más de uno y más de dos incautos han picado el anzuelo.  La publicidad engañosa de “El exorcismo de Georgetown”, que muestra al gran Russell Crowe crucifijo en ristre y vestido con sotana y alzacuello, pretende confundir a los espectadores más predispuestos de que están a punto de sumergirse en una continuación de “El exorcista del Papa” (2023).  ¡Nada más lejos de la realidad!.  “El exorcismo en Georgetown” se rodó hace cinco años, pero, muy acertadamente, los productores y la distribuidora se dieron cuenta de que se trataba de una película tan, tan mala que era mejor que no viese la luz.  El inesperado éxito de “El exorcista del Papa” (que, siendo mala también, al lado de la de la que se estrena ahora parece una rutilante obra maestra) ha conseguido que “Georgetown” tenga una oportunidad…  por desgracia para todos.  Salvo algún destello de la innegable calidad interpretativa de Crowe, todo lo demás es pura basura fílmica sazonada de efectos especiales de baratillo y una sucesión de escenas a cada cual más ridícula.  Una vergüenza sin paliativos.  El director (supongo que incluso en un bodriaco como éste se necesitaba que hubiera un director) ha sido Joshua John Miller, el hijo del recordado Padre Karras de “El Exorcista”, Jason Miller, que, desde donde quiera que esté, seguro que debe estar preguntándose qué demonios hizo en vida para que su apellido haya sido mancillado de esta manera.




LA MUJER DORMIDA

Una atractiva joven, de profesión sus oposiciones, viaja hasta Canarias para cuidar a una mujer que yace vegetativa postrada en una cama.  El marido de la enferma es también atractivo y, claro, los dos atractivos se atraen entre sí y acaban compartiendo una de las muchas camas libres que hay en el casoplón…  Pero algo sale mal y, repentinamente, empiezan a sucederse extraños fenómenos extraños que causan extrañeza…  No, no me ha gustado mucho “La mujer dormida”, que ha dirigido la andaluza Laura Alvea (47 años).  No da miedo aunque lo intenta (¡esos efectos sonoros de Primero de Cutreterror…!), la historia es tan predecible que se ve venir desde el minuto uno) y los dos protagonistas (Almudena Amor y Javier Rey) vocalizan tan mal que debería ser obligatorio subtitularlos.  Por lo menos, los homenajes cinéfilos se agradecen y, da casi pena que “la mujer dormida” se llame Sara y no… Rebeca.




JUGANDO CON FUEGO

La cinematografía francesa regresa a nuestra cartelera, pero esta vez no se trata de una comedia con Christian Clavier sino de un thriller dirigido y protagonizado por Yvan Attal (59 años), quien interpreta a un marido aburrido y fiel que acostumbra a hacerle las coberturas a su mejor amigo, hasta que se enamora de la última amante de éste.  Una serie de casualidades (el título original del film es “Un coup de dés”, algo así como “Un golpe de suerte”) hacen el resto, pero la suerte no siempre es buena, ¿verdad…?  Se nota que a Attal le gusta mucho el cine de Hitchcock y no se corta a la hora de demostrarlo:  la dirección de actores es correcta, buena la ambientación y hasta la música llama la atención.  Hombre, ya puestos a sacarle defectos, me chirría un poco que el “casanova” al que interpreta Guillaume Canet le ponga los cuernos a la bellísima Maiwenn, pero esto último no deja de ser una apreciación personal no exenta de algo de humor. 



UNA MUJER ITALIANA

Me lo estoy imaginando: alguien de la distribuidora española debe haber pensado que el título original de esta película, “Cabrini”, se prestaba a la realización de chistes de mal gusto apenas variando la primera “i” por una “o”, de modo que era preferible retitularla “Una mujer italiana”, que, ya lo veis, es un dechado de originalidad…  En cualquier caso, la mujer homenajeada y biografiada en este film, la madre Francesca Cabrini, sí era italiana, aunque sus mayores logros los realizó en Nueva York, a donde viajó en 1889 para ayudar a los inmigrantes transalpinos que residían en los Estados Unidos y que eran tratados poco menos que como bestias de carga.  Confieso que, durante todo el (generoso) metraje, 142 minutos, me pareció que la película estaba a puntito de traspasar las líneas de lo cutre y lo ridículo pero, sorprendentemente, tal debacle no llegó a producirse.  Eso sí, sus méritos se reducen a una conjunción de estética funcional y muy buenas y nobles intenciones, con el claro objetivo de realizar un nada inoportuno lavado de cara a la fe católica.  Dirige no un italiano sino un mexicano, Alejandro Monteverde, y protagoniza una fabulosa Cristiana Dell’Anna, a la que escoltan Romana Maggiora Vergano, Giancarlo Giannini y los americanos John Lithgow y David Morse.



 


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