Libros/ "EL LEJANO PAIS DE LOS ESTANQUES"
Hace unos meses tomé una decisión
un tanto continuista, por no decir conservadora: leer (o, mejor dicho, releer)
viejos libros de esos que anidan en mis pobladísimas estanterías, o, como
mucho, echar mano de aquéllos que, aun teniéndolos desde hace siglos, todavía
no habían desfilado ante mis ojos.
El último de esos “vetustos”
tesoros literarios que acabo de despachar ha sido “El lejano país de los estanques”, publicada por el escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966) en 1998,
es decir, cuando frisaba los 32 años de edad.
Recuerdo que la primera vez que leí este entretenido thriller policíaco fue allá por 2003,
justo cuando acababa de reeditarse a rebujo del éxito de la película basada en su
continuación, “El alquimista impaciente”,
que databa originalmente de 2000. Ya por
aquel entonces me propuse degustar de un tirón lo que ya era una trilogía de
novelas, completada con “La niebla y la
doncella”, que había visto la luz en 2002. Sí, leí, una detrás de otra, “El lejano país…”, “El alquimista…” y “La niebla…”,
que, digámoslo ya, están protagonizadas por los mismos personajes: el inteligentísimo
sargento de la Guardia Civil Rubén
Bevilacqua (apodado “Vila” para no comprometer la precariedad fonética de
sus compañeros y superiores) y la inexperta agente Virginia Chamorro (nombre basado, según el propio autor, en un
juego de palabras malvado: se trata de una chica presumiblemente virgen y de
aspecto “machorro”).
“El lejano país de los estanques” es, por tanto, la primera aventura
de Bevilacqua y Chamorro (en la actualidad ya se han publicado trece libros) y
está ambientada en Mallorca, donde ha sido hallado el cadáver de una joven
austríaca, Eva Heydrich, cuyo asesinato los policías mallorquines sospechan que
puede haber sido perpetrado por su amiga y amante Regina Bolzano, varias
décadas mayor y que se ha dado a la fuga.
Bevilacqua y Chamorro deberán hacerse pasar por una pareja de recién
casados para poder infiltrarse sin ser detectados en un entorno mallorquín
poblado por lugareños poco habituados a la modernidad y, sobre todo, turistas
con demasiadas ganas de marcha, para ninguno de los cuales había pasado
desapercibida una mujerona como la difunta Eva, altísima y bellísima y capaz de
enamorar por igual a hombres y mujeres para luego despreciarlos y granjearse,
así, primero el amor y luego el odio de un sinfín de posibles sospechosos…
Como digo, “El lejano país de los estanques” (denominación que sólo al final
sabremos que se refiere a Austria, el país natal de la muchacha asesinada) es
una novela policíaca (nunca mejor dicho) que tiene como protagonistas a dos
guardias civiles y se nos narra desde el punto de vista de Bevilacqua, un tipo
bastante cínico poseedor de un cerebro privilegiado, tanto que en las últimas
páginas del libro es capaz de realizar mentalmente una meticulosa reconstrucción
del crimen que deja ojiplático al lector, porque el asesino resulta ser… Bueno, evidentemente no voy a revelar aquí la
identidad del asesino, pero sí diré que Lorenzo Silva fía la resolución del
crimen a la credulidad y benevolencia de su público, que, por muy avezado que
sea en este tipo de lecturas, jamás podría haber llegado por sí mismo a una
conclusión tan pillada por los pelos. En
general, el libro está muy bien escrito, a veces demasiado (el narrador, o sea,
Bevilacqua, se excede un poco en la utilización de palabras rebuscadas que se
me atragantaron un poco), lo cual se manifiesta en algunos diálogos atribuídos
a personajes como la italiana Andrea (que se supone que no conoce mucho nuestro
idioma) y, sobre todo, la carta final de Regina Bolzano, redactada en un
lenguaje tan barroco y cursi que no me resulta para nada creíble. Por otra parte, creo que Silva, narrador ágil
a quien se agradece el buen ritmo que imprime a la acción, se excede un poco en
la acumulación de caracteres secundarios, sobre todo guardias civiles (Perelló,
Zabalza, Pereira, Satrústegui, Barreiro…
ufff, al final no sabes quién es uno y quién es otro) y abusa de alguna
que otra situación inverosímil (la larguísima secuencia en la playa nudista),
pero lo cierto es que, como me sucedió hace veinte años, ha sido terminar de
leer “El lejano país de los estanques”
y echar mano de “El alquimista impaciente”,
lectura que voy a emprender (o reemprender) a la voz de ¡ya!. Eso, para mí, es el mayor cumplido que un
lector puede realizar a una novela y, por ende, a un novelista.
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