Depender

 


Con lo fácil que sería llevar una vida común, de casa al trabajo, del trabajo a casa, luego un rato de TV y finalmente a la camita para dormir 8 horas…, y todavía hay gente inquieta que ambiciona algo más.  La necesidad de trascender lo estrictamente necesario, el deseo de crear, crear lo que sea, lo siente quien lo siente y no se puede explicar el porqué.  A partir de cierto momento de la vida, a algunos les apetece, o, como digo, necesitan rellenar las lagunas del existir con la sustancia indefinible de la que están hechos los sueños.

 

Hay sueños más fáciles de llevar a cabo que otros.  Pintar o escribir dependen básicamente de uno solo, de uno mismo, del arte que se es capaz de plasmar sobre un lienzo o un papel.  Pero claro, cuando el sueño es un poco más ambicioso y tienes que ser capaz de motivar a un equipo de colaboradores, todo es más dificultoso.  Imagináos que habéis escrito un guión, el guión de un cortometraje (¡mucho peor si se trata de un largometraje!) y tenéis que depender de una serie interminable de colaboradores voluntariosos y altruistas para convertirlo en realidad.  A uno le pides que te escriba un diálogo, a otro que te preste una cámara, a otro que te monte el material cuando ya lo has filmado…  La cadena de favores a solicitar es interminable, y os lo digo por propia experiencia.  ¿Por qué creéis que tan sólo existen en mi brevísima filmografía dos exiguos títulos…?

 

Pero no sabes/no puedes/no quieres dejar de crear, y entonces surge una cosa, y luego otra, y de nuevo otra…  Como digo, tanto más fáciles de consumar son los proyectos individuales como complejos los colectivos, y te resulta accesible publicar no uno sino tres libros, y, para la publicación del cuarto, tienes la inmensa suerte de poder contar con el apoyo de esa asociación en la que llevas más de dos décadas participando.  Pero no te quedas ahí, y anhelas todavía más, porque, si no haces algo, la vida que vives no tiene sentido.  Pues sí, podría haberme lanzado a practicar senderismo o apuntarme al gimnasio, pero los que hemos nacido ratones de biblioteca vamos a morir siéndolo, aunque mi última locura no se haya producido precisamente en una biblioteca.  El día que cumplí sesenta años emití mi primer podcast, una tardía secuela de aquel programa radiofónico que había iniciado en 1992 y que, a trancas y barrancas, duró hasta 2004.  Lo del podcast es una experiencia inexplicablemente satisfactoria, y lo es mucho más si consigues involucrar a más gente con la voluntad de brindarte ese apoyo incondicional que, lógicamente, intuyes que no va a ser eterno.  De hecho, lo raro es conseguir la lealtad consolidada de una sola persona, que es mucho más de lo que, tras un año completo, has tenido el privilegio de poder conservar.

 

La idea central de este pensamiento vuelve a reincidir en que lo mejor para desarrollar la creatividad y, al mismo tiempo, vivir tranquilo es, definitivamente, no tener que depender de nadie más.  Porque involucrar a alguien, depender de alguien, es no ser el dueño de ese pequeño destino que, de otra manera, sí serías capaz de pilotar.  Por otra parte, cuando te arriesgas a correr el riesgo de alistar a más tripulante en el bajel de tus sueños, cada cable que éstos te echan es como si, al levantar la tapa de un viejo cofre, surgiera de sus entrañas un reluciente lingote de oro: un tesoro de valor incalculable.

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