El cine en Pantalla Grande vol. 2/ "ROCKY"
Llega el Potro Italiano
Rocky
USA, 1976
Director: John G. Avildsen
Producción: Irwin Winkler & Robert Chartoff
Guión: Sylvester Stallone
Música: Bill Conti
Fotografía: James Crabe
Montaje: Scott Conrad, Richard Halsey
Diseño de
Producción: William J.
Cassidy
Reparto: Sylvester Stallone (Rocky Balboa), Talia Shire (Adrian Pennino), Burt
Young (Paulie Pennino), Carl Weathers (Apollo Creed), Burgess Meredith (Mickey
Goldmill), Joe Spinell (Tony Gazzo), Thayer David (Miles Jergens), Tony Burton
(Tony “Duke” Evers)
Duración: 119 min.
Distribución: United
Artists
Las cinco gigantescas letras que
componen la palabra “ROCKY” se deslizan en scroll de derecha a izquierda. La pantalla queda en negro y, a continuación,
lo primero que vemos es el retrato de un Cristo con un cáliz en la mano del que
extrae una hermosa hostia. ¿Es esa
decoración del gimnasio de Philadelphia en el que combate el protagonista un
aviso para lo que está por venir, una advertencia de las muchas “hostias” que
vamos a contemplar…?
Rocky Balboa es un boxeador que ya ha
traspasado la treintena y que, decepcionado de su paso por los cuadriláteros,
malvive como matón de un prestamista de tercera. Su única ilusión consiste en contarle chistes
malos a Adrian, la retraída dependienta de una tienda de mascotas, de la que
está secretamente enamorado. Pero la
suerte de Rocky está a punto de cambiar cuando al campeón del mundo de los
Pesos Pesados, Apollo Creed, se le ocurre la brillante idea de poner su título
en juego frente a un ilustre desconocido que se preste a comprobar que el
“sueño americano” existe…
El 24 de Marzo de 1975, el boxeador
más famoso del universo, Muhammad Ali (anteriormente conocido como Cassius
Clay), brindó a un contrincante casi anónimo, Chuck Wepner, de 36 años, la
posibilidad de competir por el Campeonato del Mundo. Impresionado por aquel acontecimiento, un
aspirante a actor de origen italoamericano, Sylvester Stallone (nacido en 1946), escribió en tres días el guión
de una película que pretendía asimismo homenajear la figura del legendario púgil
Rocky Graziano, de quien el personaje protagonista de su historia tomaría el
nombre. Stallone (nótese la similitud de
su apellido con la palabra anglosajona “stallion”, “potro”) tenía 28 años en
aquel momento y pretendía abrirse camino en el mundo de la actuación, pero en
su pequeño curriculum sólo figuraban una película pseudo-pornográfica de 1970,
“La fiesta en casa de Kitty y el Potro”
(que tuvo que rodar para poder pagarse las clases de Arte Dramático y que más
tarde sería rebautizada como “El potro
italiano”, para aprovechar su famoso apodo) además de breves apariciones en
films como “Bananas” (1971) de Woody
Allen, “Rebel” (1973), “Días felices” (1974), “Capone” y “La carrera de la muerte del año 2000” (ambos de 1975) o un episodio
de la serie “Kojak”, también de 1975. Cuando Stallone presentó su guión a los productores
asociados a United Artists, Irwin Winkler y Robert Chartoff,
lo hizo con la condición inexcusable de que fuese él mismo el protagonista de
la película resultante, pero aquéllos trataron por todos los medios de
disuadirle, pues tenían en mente a estrellas consagradas como Robert Redford,
James Caan, Burt Reynolds o Ryan O’Neal.
Stallone, contra viento y marea, se mantuvo firme y rechazó una
sustanciosa oferta de 100.000 dólares a cambio de no actuar en el film,
acabando por convencer a los productores a base de tenacidad y cabezonería (y,
claro está, de utilizar el libreto como moneda de cambio: o lo hago yo, o no lo
hace nadie). Si bien Winkler y Chartoff
tuvieron que tragar con un semi desconocido como protagonista, fueron bastante
más cautos a la hora de confeccionar el resto del reparto. Para encarnar al gruñón pero entrañable
entrenador Mickey Goldmill, se contrató al veterano Burgess Meredith (65 años, recordado por haber encarnado al
Pingüino en la serie televisiva de “Batman”),
y a Burt Young (35, visto en “Chinatown”) para incorporar a Paulie, el
desagradable cuñado de Rocky. Los
actores que desempeñarían los roles trascendentales de Apollo Creed y Adrian se
decidieron a ultimísima hora y no sin algunas dificultades. El personaje de Apollo, clarísimamente
inspirado en Muhammad Ali, le fue ofrecido en primer lugar al boxeador
auténtico Ken Norton, quien lo rechazó sin dudar, y acabó recayendo en otro
desconocido, Carl Weathers (27
años), ex jugador de fútbol americano con alguna experiencia en series como “Kung Fu”. Para dar vida a Adrian, audicionaron Carrie
Snodgress o incluso Susan Sarandon (a quien se consideró “demasiado guapa”),
resultando elegida la hermana pequeña del realizador Francis Ford “El Padrino” Coppola, Talia Shire (29) quien en la
maravillosa epopeya mafiosa había interpretado a la hija de Don Corleone,
Connie, con cuya boda comenzaba la película.
Para pequeños papeles se recurrió a Joe
Spinell (“El Padrino II”) como el
prestamista Tony Gazzo, Thayer David
(“Pequeño gran hombre”, “Salvad al tigre”) como el promotor
George Jurgens o Tony Burton (ex-boxeador
metido a actor en films como “El padrino
negro”) como el preparador de Apollo, Tony “Duke” Evers, quien, a partir de
ese momento, se convertiría en un secundario recurrente en la saga. Debido a la no muy boyante dotación
presupuestaria (poco más de un millón de dólares), muchos familiares de
Stallone y otros miembros del elenco actuaron como extras, registrándose
también diversos cameos como los de los periodistas Stu Nathan y Diana Lewis,
el cineasta Lloyd Kaufman y, muy
especialmente, el ex-púgil Joe Frazier,
uno de los rivales recalcitrantes de Muhammad Ali. El perro Butkus
(llamado así en honor al jugador de rugby Dick Butkus), un bullmastiff que realmente pertenecía a Sylvester Stallone y que
éste tuvo que “vender” por 25 dólares por no poder mantenerlo (si bien lo
recuperó en cuanto cobró el primer cheque por “Rocky”) figura en el reparto como si se tratase de un actor más,
con el nombre de “Butkus Stallone”. Por
otra parte, y ya que hablamos de mascotas, las dos tortugas del protagonista, Cuff y Link, continúan con vida a día de hoy, con casi 50 años a cuestas.
Como director se seleccionó a John G.
(Guilbert) Avildsen, nacido en Chicago en 1935 y que era conocido por “Joe, ciudadano americano” (1970) o la
citada “Salvad al tigre” (1973), que
le había valido un Oscar a Jack Lemmon.
Avildsen, que ocho años después volvería a realizar otra de las mejores
películas deportivas que se recuerdan, “Karate
Kid” (1984) arrastraba cierta fama de conflictivo (fue despedido del rodaje
de “Serpico” en 1973, al igual que lo
volvería a ser del de “Fiebre del Sábado
Noche” en 1977), pero se le reconocían sus dotes para la motivación de
actores y la filmación de escenas de acción.
El rodaje de “Rocky” dio
comienzo en Enero de 1976 y tuvo lugar casi íntegramente en Philadelphia, con
algunas breves incursiones en Los Angeles.
Inmediatamente se hicieron célebres los 72 “escalones de Rocky”, los
pertenecientes a la escalera frontal que conduce al Museo de Arte de
Philadelphia, y que el protagonista asciende triunfante como colofón de su
última sesión de entrenamiento callejero.
Otra de las secuencias inolvidables del film, la del boxeador trotando
por las calles del mercadillo de la ciudad, se rodó de manera casi espontánea,
sin solicitar los permisos municipales requeridos. Fue en “Rocky”
una de las primeras veces que se utilizó la luego famosísima “steadicam”
diseñada por Garrett Brown y que permitió que los travellings de las secuencias deportivas tuviesen una estabilidad
impensable anteriormente. El director de
fotografía fue James Crabe, colaborador habitual de Avildsen, en tanto que el montaje
corría a cargo de Scott Conrad y Richard Halsey. El estremecedor e hiperrealista maquillaje
fue creado por Michael Westmore, dándose la particularidad de que el
combate final se rodó en sentido inverso, es decir, empezando con los actores
caracterizados con severas hinchazones, heridas y moretones y luego poco a poco
retirando capas y capas de maquillaje para presentarlos con el cutis intacto. Para componer la banda sonora, la elección
natural era Dave Grusin, quien había musicalizado el film anterior de Avildsen,
“Un caradura simpático”, pero Grusin se hallaba sobrecargado de trabajo
y recomendó a David Shire (marido de la actriz Talia Shire), el cual rehusó también
el ofrecimiento y propuso al joven (33 años) Bill Conti. Con un presupuesto irrisorio de 25.000
dólares, en el que se incluía el salario de todos los músicos, arreglistas y
vocalistas, Conti creó uno de los soundtracks más míticos que se
recuerdan, destacando temas instrumentales como “Going The Distance” y,
sobre todo, el superfamoso “Gonna Fly Now” (“Voy a volar ahora”, titulado
así en referencia a una sugerencia de John G. Avildsen, que quería “un sonido
para impulsar a Rocky a volar”. “Gonna
Fly Now”, a pesar de que contiene poquísima letra (escrita por Carol
Connors y Ayn Robbins e interpretada por DeEtta West y Nelson
Pigford), fue nominada al Oscar a la Mejor Canción y se ha acabado
convirtiendo en el acompañamiento habitual de casi cualquier deportista durante
sus entrenamientos.
“Rocky”
se estrenó en cines estadounidenses el 3 de Diciembre de 1976 (23 de Mayo de
1977 en España), con un éxito arrollador: su taquilla acabó ascendiendo a 225
millones de dólares, o lo que es lo mismo, ¡225 veces su presupuesto!
El público se enamoró de la historia y los personajes, la crítica
también los bendijo y la temporada de premios le fue propicia: seis
nominaciones a los Globos de Oro (materializando la correspondiente a Mejor
Película de Drama) y, el 28 de Marzo de 1977, tocó el cielo al convertir en
estatuilla dorada tres de sus diez nominaciones al Oscar (Mejor Montaje, Mejor
Director y Mejor Película). Stallone fue
doblemente nominado como Mejor Guionista y Mejor Actor, como también lo fueron
Talia Shire como Mejor Actriz, Burt Young como Mejor Actor Secundario y el
mencionado hit “Gonna Fly Now" en la categoría de Mejor Canción. Era inevitable que un triunfo semejante se
tradujera en la concreción de una secuela, la cual tuvo otra, y otra, y otra,
originando una saga de seis películas y, muchos años después, una trilogía de spin-offs que tomaba como héroe a Adonis
Creed, el hijo de Apollo, repitiendo Stallone su eterno personaje de Rocky, ya
maduro y avejentado.
He vuelto a
ver “Rocky” para tenerla fresca de
cara a este comentario, y tengo que admitir que, por primera vez, las
archiconocidas y luego imitadísimas escenas deportivas “casi” me han
sobrado. Quiero decir, me fijé
especialmente en esos “pequeños” activos que la ennoblecen y engrandecen y que
suelen pasar desapercibidos. El ritmo
interno, la fotografía, la ambientación, los diálogos, la sublime dirección de
actores… Sylvester Stallone está simplemente
fabuloso como ese boxeador “acabado” (a pesar de su relativa juventud) en pos
de subirse a su último tren en marcha, un solitario, un marginado, un tipo sin
estudios que no obstante se rige por un código moral muy personal (lo de
partirle los dedos a los prestatarios de su jefe no va con él) y que representa
el ideal más prototípico del llamado “sueño americano”: cómo un don nadie, un
desconocido, puede convertirse de la noche a la mañana en triunfador y famoso. Tampoco es casual que el guión (como hemos
recalcado, escrito también por Stallone) haga especial hincapié en el conflicto
racial siempre latente en los Estados Unidos, sólo que esta vez subvirtiendo
los términos: el rico y poderoso es el negro, y el pobre e insatisfecho, el
blanco.
Cada secuencia
y casi cada plano de “Rocky” es un
reflejo estético y sociológico de los añorados años setenta, tanto en el
excepcional diseño de producción y vestuario como en el retrato de un suburbio
de Philadelphia del que es poco menos que imposible escapar y en el que hay que
conformarse con lóbregos empleos para sobrevivir. Adrian y su repulsivo hermano Paulie,
treintañeros que se ven obligados a convivir, carecen de sueños y motivaciones,
y ambos se aferran a Rocky para que les salve de la ruina económica y, sobre
todo, espiritual: la una, con un latido de inesperado amor, y el otro, con el
ascenso social que representaría estar al lado de un futurible campeón
pugilístico. También el anciano Mickey
Goldmill se engancha a lo que representa Rocky y su promesa de éxito, como un
padre putativo ansioso por vivir a través del heredero lo que la mala fortuna
le impidió gozar en su lejana juventud.
Además de
ser una gran película en sí misma, y uno de los máximos exponentes del deporte
y la superación en el cine, “Rocky”
supuso el descubrimiento de una de las mayores estrellas del Séptimo Arte,
Sylvester Stallone, cuyo fulgor aún no se ha apagado casi cinco décadas
después, así como la irrupción en el firmamento musical de una melodía que se
ha hecho tan popular que ha trascendido con mucho al ámbito de cualquier banda
sonora.
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