Cuando un niño, como yo, es hijo
único y nace y crece en los años sesenta del siglo pasado, existen sobradas
ocasiones de que, por muchos amigos que tenga, refugie sus soledades en la
lectura, ese universo en el que a veces se adquieren amistades extraordinarias
que duran para toda la vida. Me temo
que, a los ojos de un adolescente de los años 20 del siglo XXI, actualmente
puede parecer poco habitual pasarse horas y horas leyendo y releyendo libros y
tebeos (así es como se llamaban los “comics” de ahora), pero os aseguro que
gran parte de mi niñez (y juventud) se desarrolló surcando las maravillosas
páginas de los libros que me regalaban, me prestaban o yo mismo alquilaba en la
biblioteca o el bibliobús.
Con el fin de ayudar a los más
jóvenes a adentrarse en la literatura, por aquel entonces proliferaron diversas
colecciones de libros en las que los protagonistas eran niños o muchachos que
vivían asombrosas aventuras llenas de emociones. Mis amigos estaban enganchados a las series
escritas por Enid Blyton (“Los Cinco”, “Los Siete Secretos”…),
pero yo prefería a “Los Hollister” de Jerry West y, sobre todo, a “Los
Tres Investigadores”.

“Los Tres Investigadores”
fue una longeva colección de libros de misterio destinada al público juvenil,
cuyo creador fue el escritor y guionista norteamericano (aunque nacido en
Filipinas) Robert Arthur Jr. (1909-1969). Arthur, que se había rebelado contra la
recomendación paterna de desarrollar una carrera militar, cursó estudios de
literatura inglesa y trabajó como profesor universitario, periodista y editor,
hasta que en 1942 se dedicó a escribir guiones para programas de radio y,
posteriormente, de televisión. Conocida
su inclinación hacia el misterio y el suspense, comenzó a colaborar con el
famosísimo director de cine Alfred Hitchcock (1899-1980) en algunos
episodios de la serie televisiva que éste auspiciaba, “Alfred Hitchcock
presenta”, colaboración que fue muy fructífera ya que a partir de entonces
ambos compartieron varios proyectos literarios (Arthur escribía o recopilaba
diversos relatos, y “Hitch” aportaba su popularidad y prestigio para darlos a
conocer). De esta manera y, pretendiendo
interesar a los lectores más jóvenes de cada casa, Robert Arthur crea a “Los
Tres Investigadores” en 1964, de nuevo balo el auspicio del realizador de “Psicosis”,
de modo que la colección inicialmente se titularía “Alfred Hitchcock y Los
Tres Investigadores”.

“Misterio en el Castillo del
Terror” (“The Secret Of Terror Castle”, 1964) es el primer libro de
la serie, y sentaría las bases de todo lo que vendría después. Jupiter Jones, Pete Crenshaw y Bob
Andrews son tres adolescentes que viven en una localidad ficticia de
California, Rocky Beach, situada no muy lejos del núcleo urbano de
Hollywood. Cuando se inician sus
aventuras, no se especifica la edad de los muchachos, pero se deduce que están
entre los 13 y los 15 años, ya que Pete participa en competiciones deportivas
cuya edad mínima son los 13 y ninguno de ellos posée carnet de conducir, que
por aquel entonces se otorgaba a los 16.
Jupiter (quien en ocasiones es llamado simplemente “Jupe”) es
huérfano y vive con sus tíos, Titus y Mathilda Jones. Cuando era niño, Jupiter era la estrella de
un programa de televisión infantil titulado “Bebé Gordito” (“Baby
Fatso” en inglés), y esa fama aún le sigue precediendo, pues su físico
continúa siendo recio y casi obeso.
Quizás debido a su aspecto poco agraciado, resulta sorprendente su
petulante forma de hablar, que es la punta del iceberg de un intelecto superior
marcado por la cultura y la facilidad para realizar complejas deducciones. Si Jupiter es el “Primer Investigador” y
además el líder incuestionable, Pete ostenta el rango de “Segundo
Investigador”; para compensar las
“deficiencias” de su amigo, Pete es atlético y fuerte y le encanta la acción, y
su padre trabaja como técnico de efectos especiales en la industria
cinematográfica, algo normal al vivir tan cerca de Hollywood. Bob es, obviamente, el “Tercer Investigador”,
y aunque físicamente es más menudo y frágil que sus compañeros, ha “mamado” la
escritura desde pequeño (su padre es periodista) y su trabajo ocasional en la
biblioteca le ha hecho adquirir una mecánica de conducta ideal para erigirse en
“secretario” y archivero del trío. Los
Tres Investigadores se constituyen como asociación cuando Jupiter decide que no
es suficiente con costearse sus aficiones detectivescas a base de trabajar a
tiempo parcial en la inmensa chatarrería de sus tíos, el “Patio Salvaje”
(“Salvage Yard”) y hace imprimir unas tarjetas de visita en las que él, Pete y
Bob se identifican como detectives juveniles capaces de resolver misterios bajo
el lema “Investigamos todo” y utilizando como logotipo tres signos de
interrogación (“???”). Gracias a su
participación en un concurso radiofónico, Jupiter obtiene como premio el uso y
disfrute de un espectacular Rolls Royce dorado, conducido por un chófer de
ascendencia británica llamado Worthington.
A bordo del lujoso coche, los tres muchachos acuden a las oficinas en
Hollywood del archiconocido “mago del suspense”, Alfred Hitchcock, quien está
buscando una casa encantada que sirva como escenario para el rodaje de una
próxima película. Hitchcock y Jupiter llegan
a un acuerdo muy interesante: si los
chavales son capaces de localizar para él una mansión que cumpla los requisitos
deseados, el realizador se compromete a dar a conocer al mundo a Los Tres
Investigadores.

El mundo de “Los Tres
Investigadores” está perfectamente construído en torno a las colinas de
Hollywood y las soleadas playas situadas entre Malibu y Marina Del Rey. Como es lógico, dado que Robert Arthur era un
experimentado guionista de televisión y conocía perfectamente el mundo del
espectáculo, la mayor parte de las historias que él concibió tenían como telón
de fondo la industria del entretenimiento y sus pintorescos integrantes, desde
estrellas de cine mudo venidas a menos hasta desquiciados especialistas en
efectos visuales. Pero Los Tres
Investigadores no tienen su sede en una lujosa oficina de Hollywood Boulevard,
sino en un viejo remolque situado en el Patio Salvaje de los Jones, oculto por
toneladas de chatarra hábilmente dispuestas para que nadie repare en que sirven
de tapadera para un cuartel general (“Puesto de mando”, lo llaman ellos) en el
que cuentan con la tecnología puntera de la época (no olvidemos que estamos en
1964): teléfono, máquina de escribir e
incluso un laboratorio para revelar fotografías. Los dos ayudantes bávaros del tío Titus, Hans
y Konrad, también correrán no pocas aventuras en compañía de los intrépidos
muchachos, quienes se enfrentan frecuentemente a dos enemigos recurrentes: Skinny Norris, un chaval un poco mayor,
celoso de Jupiter y que sí posée permiso de conducir, y, sobre todo, el
carismático Victor Huganay, un refinado ladrón francés especializado en la consecución
de valiosas obras de arte.
La prematura muerte de Robert
Arthur en 1969 no hizo desistir a la editorial Random House de la publicación
de más historias de Los tres Investigadores.
A Arthur le sustituyeron, entre otros, Dennys Lynds (bajo el seudónimo
de William Arden), Kin Platt (alias Nick West), Marcus Beresford (conocido como
Marc Brandel) y Mary Virginia Carey, de manera que la primera saga de libros
constó de 43 volúmenes, a los que siguieron cuatro números especiales (“Los
Tres Investigadores necesitan tu ayuda”) que dieron paso a una segunda
etapa en la que colaboraron algunos de los escritores originales. A partir de 1993, los derechos de publicación
los adquirió la editorial alemana Kosmos, la cual lanzó al mercado más de cien
nuevos relatos firmados por Andre Minninger, Ben Nevis o Astrid Vollenbruch,
que, adaptados al castellano por la colombiana Panamericana Editorial, pasaron
a convertirse en “Los Tres Detectives”.

En el año 2007, cuando ya los
libros se publicaban en Alemania, se produjo la primera adaptación al cine de los
personajes, ”Los tres Investigadores y el Secreto de la Isla del Esqueleto”,
dirigida por un tal Florian Baxmeyer y protagonizada por tres jóvenes actores
norteamericanos, Chancellor Miller (Jupiter Jones), Nick Price
(Pete Crenshaw) y Cameron Monaghan (Bob Andrews). A pesar de que los resultados artísticos y,
sobre todo económicos, fueron más bien decepcionantes, en 2010 se estrenó una
continuación, ”Los tres Investigadores y el Secreto del Castillo del Terror”,
con el mismo equipo técnico y artístico y que fue tan mal recibida que dio al
traste con la incipiente saga.
Cuando Alfred Hitchcock murió en
1980, sus herederos no quisieron renovar el contrato que tenían con Random House,
de modo que, a partir del libro número 31 de la serie, quien introduciría las
aventuras de Los Tres Investigadores ya no sería “Hitch”, sino un tal Hector
Sebastian, un antiguo detective metido a escritor de novelas de misterio
que sería quien, de ahí en adelante, ejercería de mentor de Jupiter, Pete y
Bob.

Publicados en España por Editorial
Molino (la misma que, por ejemplo, editaba también los relatos de Agatha
Christie) los libros de “Los Tres Investigadores” lucían llamativas portadas
pintadas por Angel Badía Camps, que sustituyeron a las originales de la
edición americana, obra de Ed Vebell, mientras que las ilustraciones
interiores de Harry Kane fueron “adaptadas” por Ramón Escolano. El caso es que, si bien es innegable que las
traducciones de M.L. (María Luisa) Pol de Ramírez se han quedado un poco
desfasadas (esas exclamaciones del tipo “¡cáscaras!” o “¡cacahuetes!” te sacan
un poco de la trama), el tono y la ambientación de las historias resulta tan “camp”
como entrañable, y la ambientación cinematográfica reviste a los misterios a
resolver de una atmósfera impresionantemente adictiva. Leí y releí la mayoría de los libros de “Los
Tres Investigadores” tantas veces que me sabía de memoria diálogos y
párrafos enteros, pero, junto con la intriga de cada uno de aquellos relatos,
lo que mejor recuerdo es el inmenso valor que se otorgaba a la amistad, al uso
altruista de la inteligencia en beneficio del Bien y a la reivindicación de la
adolescencia como esa mágica etapa de la vida en la que el misterio y la
fantasía todavía estaban al alcance de nuestra mano.
Luis Campoy
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