Cine actualidad/ “ROMA”


¡Esto es cine!

Hace ya algunos años, tuve ocasión de ver una película que me sorprendió muy gratamente:  La princesita” (1995), que, a partir de una temática muy socorrida (una historia a medio camino entre “Annie” y “Oliver Twist”), poseía una puesta en escena tan hermosa e imaginativa que logró que enseguida se me quedara grabado el nombre de su realizador:  Alfonso Cuarón.

Cuarón (57 años) nació en Ciudad de México y se crió en el barrio conocido como “Colonia Roma” de la capital azteca.  Después de la citada “La princesita”, que fue su debut en Hollywood, fue ascendiendo poco a poco en el escalafón de las industria, llegando a cosechar tres éxitos muy significativos:  Harry Potter y el prisionero de Azkaban” (2004), “Hijos de los hombres” (2006) y “Gravity” (2013).  El triunfo comercial de esta última ha permitido a Cuarón tomarse cinco años sabáticos sin dirigir, los cuales dedicó a preparar el que sería su nuevo y más personal proyecto:  una especie de pseudobiografía de sus años de infancia, los cuales vivió, como hemos dicho más arriba, en la Colonia Roma de México D.F.

En “Roma”, como en casi toda la filmografía de Cuarón, es bien patente una dicotomía entre lo que se cuenta y cómo se cuenta, o, lo que es lo mismo, entre el fondo y la forma.  En este sentido, el argumento de “Roma” se puede resumir en bien pocas palabras:  en una familia mexicana de clase media-alta, residen el matrimonio (bueno, más bien la esposa, ya que el marido pasa fuera la mayor parte del tiempo), los cuatro hijos, la abuela materna y las dos criadas, indígenas oaxaqueñas, una de las cuales, Cleodegaria (conocida coloquialmente como “Cleo”) se queda embarazada y, abandonada por su novio, llega a temer por su puesto de trabajo.  Por fortuna para ella, los lazos familiares no sólo se basan en vínculos de sangre y la inocente Cleo mantiene y aun mejora su status en la nueva estructura matriarcal que se ha establecido en la mansión.

La aparente simplicidad de este argumento (que, de haber caído en unas manos menos motivadas, fácilmente podría haber dado lugar a un simple culebrón de Televisa) resulta absolutamente trascendida por una puesta en escena capaz de dejar boquiabierto al cinéfilo más pintado.  Rodada en blanco y negro (en “glorioso blanco y negro”, como decía mi añorado Carlos Pumares) debido a que así son las fotos que conserva Cuarón de aquellos primeros años setenta y, por tanto, su propia memoria sentimental, “Roma” es, de principio a fin, una especie de catálogo de todos los virtuosismos que se pueden llevar a cabo con una cámara de cine.  Sus increíbles planos secuencia (larguísimos y en los que decenas de figurantes no dejan de entrar y salir de cuadro) son tan elegantes como hipnóticos, y algunos presentan la (enorme) dificultad añadida de que, además, están rodados mediante elaboradísimos travellings.  Si un director decide mantener un plano durante varios minutos, las posibilidades de que algo salga mal (algún actor puede olvidar un diálogo, tartamudear, tropezar con cualquier objeto etc.) ya de por sí son muy altas, tanto más altas cuanto más largo sea dicho plano;  pero si, además, le añadimos el hándicap de que la cámara tiene que ir sobre un raíl y los actores y los extras se hallan en movimiento, la complejidad se multiplica exponencialmente y, en consecuencia, el mérito es todavía mayor.  Lo que ha conseguido Cuarón está solamente al alcance de algunos pocos elegidos (Hitchcock, Welles, De Palma, Iñárritu…), pero es que, además, la maravillosa textura del blanco y negro le permite recrearse en algo que cada vez se valora menos: la profundidad de campo.  Roma” cuenta en apariencia una sola historia, pero en el segundo y tercer plano (es decir, cuanto más lejanos se hallan los sujetos u objetos del objetivo de la cámara) pueden percibirse otras historias secundarias.  En este sentido, la escena en la que Cleo acude en busca de su novio, que participa en un entrenamiento de artes marciales, es especialmente asombrosa:  mientras en el primer plano no pasa nada o casi nada (la criada se baja de un autobús, pregunta una dirección y echa a andar en el sentido que le han aconsejado), en el segundo plano se desarrolla un festejo multitudinario en el que, incluso, un hombre bala es disparado desde un cañón hasta una colchoneta, todo ello narrado con un aparente desdén que, en realidad, es todo lo contrario).  Asímismo, la secuencia del parto, la de la manifestación estudiantil o la del incendio en la finca son igualmente antológicas, como en realidad lo son cada uno de unos de los casi imperceptibles travellings que se suceden en el interior de la casa.

En resumidas cuentas, “Roma” es una de las más hermosas y memorables obras de arte que se pueden disfrutar en una pantalla (sean cuales sean las dimensiones de esa pantalla;  ya estaréis al tanto de la polémica por la casi nula exhibición en salas de cine, al haber sido producida por la plataforma televisiva Netflix), y me parecería muy triste que, por haber elegido el blanco y negro y por no tratarse de una producción inundada de acción y disparos, hubiera gente que no estuviera dispuesta a darle una oportunidad.  Para finalizar, sobre el otro foco de polémica que se ha generado en torno a la cinta (la emisión con subtítulos traducidos al “español de España”), yo hubiera sido partícipe de que dichos subtítulos se hubieran mantenido de manera optativa para cada espectador, ya que, por ejemplo, las escenas en las que las dos criadas hablan entre sí en su dialecto nativo mixteco resultan más bien ininteligibles.  Pero bueno, así y todo, me considero en la obligación (y llevo días haciéndolo) de recomendar fervientemente “Roma” a todos aquellos que se consideren verdaderos amantes del denominado Séptimo Arte.

Luis Campoy

Lo mejor:  se trata de una de las películas más bellas, poéticas y, sobre todo, técnicamente deslumbrantes que se han visto en décadas
Lo peor:  habrá algunas personas que la evitarán por ser en blanco y negro y no contener escenas de acción
Calificación:  9,5 (sobre 10)

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