Ángeles bajo el terror
La primera vez que oí hablar de
Ariana Grande (Florida, USA, 26 de Junio de 1993) fue cuando estaba
investigando para realizar mi recopilación de Andrea Bocelli. Junto al extraordinario cantante italiano, la
joven Ariana interpretaba “E Piu Ti Penso”, que no es sino una versión cantada
del hermoso leit-motiv compuesto por Ennio Morricone para el film “Erase una
vez en America”. Muy pronto, me enteré
de que Grande es en la actualidad uno de los mayores ídolos de los adolescentes
de todo el mundo, sobre todo desde que interpretó el personaje de Cat Valentine
en la serie de Nickelodeon “Victorious”, y averigüé que ya ha grabado 3 LP’s de
estudio, el último de los cuales, “Dangerous Woman”, había venido a promocionar
a Europa.
Angie, mi hijastra (palabra
malsonante para una realidad que debería significar “prácticamente hija”) de 12
años, es una de las innumerables fans de Ariana Grande. Los niños y adolescentes, tan apasionados
como inocentes, constituyen, como he dicho anteriormente, el público potencial
de Ariana, y muchos de ellos acuden a sus conciertos con orejitas de gato,
haciendo alusión a su citado personaje de “Cat” (“Gata”) Valentine. Anoche, en el estadio Manchester Arena de la
celebérrima localidad británica, el odio, la maldad y el terror golpearon de
nuevo, cuando menos nos lo esperábamos y cuando más hubiéramos deseado que algo
así no sucediera.
Porque, si horrible e
injustificable es que se prive de la vida a cualquier persona, tal infamia es
infinitamente más monstruosa cuando las víctimas son los seres más indefensos e
inocentes y que apenas están empezando a vivir.
Las Torres Gemelas, el 11-M,
Charlie Hebdo, la sala Bataclan, el paseo de Niza, Bruselas, Berlín, Estocolmo,
el Parlamento británico… Por desgracia y
a pesar de nuestra estéril convicción de que nuestras fuerzas de seguridad nos
protegen, la verdad es que nuestra tradición y nuestra cultura nos exponen día
tras día a la locura del terror. Terror
abominable, terror irracional, terror convertido en guerra sibilina y
silenciosa. Asumir que se trata nuevamente
de terrorismo islámico nos haría pensar en un irreversible conflicto de
civilizaciones, de Oriente contra Occidente, del islam contra el resto de los
credos…. Me niego a pensar que eso sea
exactamente así.
Estoy convencido de que llamar “terrorismo
islámico” a este tipo de ataques es una peligrosa generalización. Dudo mucho que una persona devota del Islam
defienda la realización sistemática de actos criminales como el de anoche, por
mucho que alrededor del homicida se extiendan no pocos vínculos con la religión
coránica. Se trata de una compleja red
de mentiras y medias verdades cuya finalidad última es la globalización del
odio, la universalización del miedo.
Ahora me alegro de que criaturas
inocentes como la pequeña Angie no estuviesen anoche en el Manchester Arena,
como me alegro de que cualesquiera otros seres amados y sus respetivos hijos se
hayan mantenido a salvo del azote del terror.
Son muchas las personas que, inconscientemente o no, van poco a poco
retrayéndose de asistir a los eventos más multitudinarios, a veces porque
existen dificultades económicas y a veces porque en un rinconcito de su cerebro
perciben el latido de una señal de alerta;
“Evita la ocasión y evitarás el remedio”, reza el sabio refrán español…..
Mas la solución para el problema
no es sólo extremar las precauciones y abstenerse de las aglomeracione; la solución, si la hay, precisa de la
adopción de medidas conjuntas y consensuadas por parte de la Comunidad
internacional. No, no estoy proponiendo
que se “bombardée a los moros”, sino que se tiendan puentes reales de cultura y
tolerancia, que se construya un futuro de concordia aun tras un presente de dolor.
No me llaméis “cursi” todavía. También, naturalmente, hay que extremar las
actuaciones policiales y asegurarse de que los dirigentes “iluminados” que han
logrado extender la filosofía del Mal sean anulados y confinados donde no
puedan hacer más daño. Asímismo, hay que
controlar de cerca a cualquier persona que presente síntomas evidentes de
radicalización. Sólo así podremos
afrontar el problema sin convertirnos para siempre en parte de él.
Nada de lo que hagamos ahora
devolverá la vida a los pequeños ángeles que anoche sólo aspiraban a un
instante de felicidad. Y nada de lo que
ahora podamos decir nos liberará de la sensación de que el o los criminales de
Manchester nos han propinado un nuevo golpe bajo que no nos esperábamos ni nos merecíamos. Nuestra ilusionante e ilusa democracia nos ha
convencido de que el imperio del bienestar es un hecho real, pero la verdad es
que nuestro mundo es un espejismo, un espejismo que, para que sea real, debemos
ganárnoslo paso a paso y golpe a golpe, golpe de Ley y golpe de
Democracia. Ley y Democracia, con toda
su rotundidad y rigidez, son el credo que debe iluminarnos, la luz que nos debe
orientar.
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