Cine actualidad/ "NUESTRO ÚLTIMO VERANO EN ESCOCIA"
Cuando algo nos resulta gracioso
o divertido, solemos calificarlo como “salado”;
cuando algo emana ternura y rezuma optimismo, lo denominamos “dulce”. “Nuestro último verano en Escocia” adolece de
tal carga de azúcar que los diabéticos harían bien en verla sentados en las
últimas filas del cine…
Una familia londinense se
desplaza a Escocia para participar en el que probablemente será el último
cumpleaños del abuelo, aquejado de una grave enfermedad. Durante esas vacaciones, los hijos de la
pareja descubrirán algunos secretos de la vida y la muerte, y sufrirán de cerca
la preocupante inmadurez de los adultos que les rodean…
El subgénero conocido como “feel-good
movies” (películas para sentirse bien) no es cosa que haya nacido ayer; los mejores films de Frank Capra podrían
fácilmente ser catalogados como tales.
Sin embargo, es desde “Pequeña Miss Sunshine” y, sobre todo, “Mamma Mia”
cuando se han puesto de moda este tipo de producciones, alternativa sentimental
a los blockbusters, actioners y aventuras superheroicas varias. En todos estos casos, drama y comedia están
hábilmente desequilibrados (en beneficio de esta última), y uno tiene la
sensación de que le han tratado de coger el corazón en un puño, si bien al
salir del cine la sensación de felicidad está asegurada.
En el caso de “Nuestro último
verano en escocia”, diríase que el tándem de directores Andy Hamilton y Guy
Jenkin, curtidos en la televisión británica, han querido prestar tanta atención
y dedicar tanto mimo a cada detalle, que, en la mayoría de las escenas, la
línea que separa la ternura de la ñoñería parece trazada con un portaminas de
0,5 mm extralight. Con todo, siempre hay
algo que impide que se dé el fatídico paso:
alguna réplica ingeniosa, unas notas de la banda sonora, un oportunísimo
devenir de lo triste a lo irrisorio, o viceversa. No obstante, para glosar sus virtudes,
primero hay que admitir que, a los diez minutos de metraje, uno ya está
empachado de tanto hermosísimo paisaje fotografiado en el preciso instante en
que resulta más embriagador, y de tantos mohínes de la adorable/insoportable
Harriet Turnbull, un huracán deslenguado de cinco añitos. Dicho esto, procede ponderar la entrañable
interpretación del gran Billy Connolly (Chanquete en versión highlander), el
precioso soundtrack basado en músicas celtas, y el cariño con el que está dibujado
cada personaje secundario, dando pie a que podamos intuir mil y una pequeñas
historias apenas esbozadas. Y por
supuesto, como decíamos al principio, lo mejor de todo es esa pátina de paz y
satisfacción que a uno se le quedan al abandonar la sala, convencido de que
incluso en este sórdido mundo de injusticias, de guerras y de corruptos, todavía
queda un resquicio para que la esperanza de mejorar se abra camino.
Luis Campoy
Lo mejor:
Billy Connolly, haciéndose inolvidable con apenas veinte minutos en
pantalla
Lo peor:
el miedo a que lo cursi pueda derrotar a la ternura y el humor
El cruce:
“Pequeña Miss Sunshine” + “Un tipo genial” + “Verano azul”
Calificación: 7 (sobre 10)
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