Una odisea pilosebácea (y II)

Uno de los artículos más exitosos que he publicado en este blog, uno de los más visitados, leídos y comentados, no ha sido una crítica de cine o la enésima loa a mi musical favorito, "Los Miserables".  No, en realidad uno de los temas tratados que más ha interesado al personal ha sido el afán de conservar el cabello sano y en su sitio (no en una caja, como me decía mi padre), tal como lo narré bajo el título de "Una odisea pilosebácea".  A pesar de que cada vez son más las cabezas completamente rasuradas que campan por ahí, y aunque señores como Pep Guardiola parecen más interesantes con el coco despejado, todos los hombres (y algunas mujeres) luchan con todas sus fuerzas para impedir la victoria irreversible de la alopecia.  Por lo que a mí respecta, lo último que os había contado fue que finalmente me resistí a confiar ciegamente mi salud capilar a una marca para mí desconocida (Rougj Hair), por lo que acudí más o menos escépticamente al dermatólogo de la Seguridad Social.  Sobre los productos Rougj Active en sí mismos, nada tengo que objetar, pues no llegué a probarlos.  Lo que hizo que se me encendieran las luces de alarma fue que la supuesta dermatóloga que visitaba cada miércoles la farmacia tuviese una actitud tan poco profesional, y, sobre todo, que, muy sospechosamente, dicha “doctora” no fuese imparcial y plural, sino que, de entre el amplísimo mercado de este tipo de productos, sólo fuese capaz de recetar la loción, el champú y las vitaminas de esa marca en concreto.  ¿No es eso un poco inquietante?  En una farmacia, te ofrecen un análisis gratuito del cuero cabelludo, pero el resultado de ese análisis, para absolutamente todas las personas analizadas, es que deben atiborrarse con productos Rougj Active.  Para eso, no hacía falta que te analizaran, joder…  Y repito que no seré yo quien diga que esos remedios son malos o ineficaces, simplemente que me desagradó que me tomaran por tonto con todo aquel montaje.

Pero, ¡ay!, tampoco mejoró mucho mi vida tras comparecer ante la simpar Iris Graciela, dermatóloga titulada.  La señora me dio de todo menos ánimos:  “¿Por qué hay tantos millonarios calvos?  Pues porque, si el pelo ha de caerse, se caerá irreversiblemente”.  Sin embargo, en ese desierto de desesperanza, me sugirió probar unas vitaminas y una loción, cuya fórmula copió de un vetusto incunable.

Durante un año, seguí al pie de la letra los consejos de aquella dermatóloga, sin cuestionarme nada… y sin percibir ninguna mejoría.  Perdí la cuenta de los frascos de loción a base de minoxidil que vertí sobre mi cabezota, cada noche antes de acostarme….  Imposibles de contar  las cajas de “Kaidax” que deglutí al final de cada día...  Pero, un año después, aburrido y desanimado, cambié de dermatóloga en busca de una segunda opinión.  La nueva doctora no fue más animosa que su predecesora, y en realidad se limitó a retocar la fórmula de la loción (quitándole el corticoides) y a aumentar su periodicidad:  2 aplicaciones diarias.

Pocos días después, pareció que, todas las mañanas, me tumbaba al solete en la playa antes de ir a trabajar.  Los tomates de la mata no tenían nada que ver con el rubor que pintaba mis mejillas y mi frente.  Pelín mosqueado, indagué en las redes de internet y, junto con algunos testimonios de alopécicos aferrados a una esperanza, leí diversas advertencias acerca del minoxidil.  Se trata de un potente vasodilatador que, ciertamente, puede ocasionar crecimiento de vello y, en algunos casos, auténtico cabello, si se utiliza dos veces diarias durante cuatro meses ininterrumpidos.  Pero la letra pequeña, que la dermatóloga no me había advertido, reza que, asimismo, el minoxidil puede acarrear latidos del corazón irregulares, taquicardias, irritación del cuero cabelludo y la piel anexa, desmayos o náuseas, dificultad para respirar al acostarse e incluso aumento de peso.  Cuando, una noche, sufrí un ataque de ansiedad del que casi no salgo, pensé que tal vez no sólo el creciente stress laboral tenía culpa de mi malestar.  Por si las moscas, suspendí temporalmente el tratamiento, y enseguida comprobé cómo, ciertamente, tal como había leído, el primer efecto colateral era que la caída del cabello se acrecentaba.

Esperé un par de semanas y, cuando creí sentirme mejor, tonto de mí, retorné paulatinamente al minoxidil.  Primero, un riego nocturno, y, algunos días después, otro matutino.  No tardaron en manifestarse de nuevo los síntomas adversos antes indicados.  Primero, nuevamente, el enrojecimiento y, hace unas noches, me desperté sudoroso sintiendo, varias veces, cómo toda la sangre de mi cuerpo fluía violentamente hace la cabeza.  ¿Serían las temibles contraindicaciones de la mágica loción?  Probablemente no pueda saberlo con certeza, pero el mal rato que pasé me ha convencido de hasta la más rutilante piedra filosofal puede emitir rayos de oscuridad.


Mi consejo, para quienes me leáis y estéis también necesitados de conservar la flora capilar, es que, antes de utilizar cualquier producto de estas características, os informéis profusamente, y, aún mejor, consultéis con un médico de vuestra absoluta confianza.  Tonto no es el que no tiene un pelo de ídem, sino quien tontamente supedita el pelo a todo lo demás.

Comentarios

Unknown ha dicho que…
Yo había leído hace tiempo que el único fármaco que realmente funcionaba era Propecia. El principio activo es el mismo que el que se usa para los medicamentos para la próstata sólo que para estos últimos es en dosis inferiores. De hecho, creo que lo averiguaron como uno de los efectos secundarios o algo así.
Mira, te envío la entrada de la wikipedia... aunque con los efectos secundarios que puede tener, quizás es mejor quedarse calvo :P
http://es.wikipedia.org/wiki/Finasterida

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