Cine actualidad/ "EL ASOMBROSO SPIDERMAN"


Reseteo arácnido

No soy un tipo presuntuoso, y nunca alardeo de saber de nada más que nadie.  Ahora bien, cuando me tocan a “mi” Spiderman, el héroe de comic al que llevo siguiendo casi ininterrumpidamente desde hace treinta y ocho años, no puedo evitar erigirme no sólo en fan sino en experto y en guardián de la memoria de un personaje que es mucho más que un superhéroe al uso.  Cuando Stan Lee lo creó, en 1962, lo que le hizo instantáneamente popular no fueron sus increíbles poderes arácnidos (capacidad de trepar por las paredes, fuerza proporcional de araña, agilidad sobrehumana, instinto que le advierte del peligro) sino la afortunada y realista caracterización tanto del personaje principal, el joven tras la máscara (Peter Parker), como de su entrañable elenco de secundarios, cada uno de los cuales no era un simple relleno argumental, sino que aportaba algo a la compleja y torturada psicología del protagonista.  “The Amazing Spiderman” (título original de aquella primera colección) sólo era un tebeo de superhéroes y supervillanos en apariencia;  lo principal era contemplar cómo se desenvolvía en la sociedad norteamericana de los años 60 un adolescente tímido y huérfano, dotado de una mente privilegiada pero vapuleado por sus compañeros más camorristas, prisionero de la inmensa responsabilidad que conlleva el haber recibido un don que siempre tratará de encauzar hacia el lado correcto, independientemente de que ello le convierta en atormentado enemigo de sí mismo.

Lo cierto es que los comics de Spiderman se hicieron populares casi de inmediato, y el héroe del traje rojiazul acabó por erigirse en el icono más representativo de la editorial Marvel, que muy pronto lo impulsó a territorios allende las viñetas.  Figuras de acción, novelas gráficas, merchandising, diversas series de dibujos animados e incluso una de acción real (con Nicholas Hammond como Peter Parker) cuyo episodio piloto vimos aquí en España en salas de cine, convirtieron al “amistoso vecino Spiderman” en uno más de la familia.  No cabía duda de que un personaje tan popular se merecía una gran película a su altura, pero la adaptación puramente cinematográfica se hacía y se hacía de esperar.  Diversos problemas legales, técnicos y artísticos hicieron que tuviéramos que aguardar nada menos que cuarenta años, hasta que “Spider-Man” (2002) de Sam Raimi se estrenase por fin, con un enorme éxito de taquilla.  Nunca me pareció que Raimi fuese el director idóneo, ni Tobey Maguire el intérprete adecuado.  El primero era experto en producciones de terror de bajo coste pero revestidas de un sangriento humor granguiñolesco, y su primera película arácnida (que ayer mismo revisé de nuevo) tiene un tufillo de telefilm que en ocasiones resulta molesto.  En cuanto a Maguire, no es un mal Peter Parker, pero hace demasiado el payaso, seguramente por indicación del realizador.  El caso es que aquel primer “Spider-Man” se benefició de un argumento bastante conseguido, que aglutinaba decenas de historietas y situaba muy logradamente a Parker en un entorno reconocible (el instituto Midtown High, el barrio de Queens, la corporación Oscorp, el periódico Daily Bugle) y, sobre todo, presentaba ágilmente a los personajes necesarios:  Mary Jane Watson (en realidad, la tercera novia de Peter… en los comics), el tío Ben, la tía May, Harry Osborn y su diabólico padre Norman (alias el Duende Verde), Flash Thompson, J. Jonah Jameson, Betty Brant y Joe ‘Robbie’ Robertson.  Dos años después, “Spider-Man 2”, aun a pesar de que introducía con calzador algunos personajes inexistentes en el universo arácnido, lograba un inapelable triunfo artístico, con una pantalla panorámica mejor utilizada, un guión que potenciaba lo humano sobre lo superheroico y una dirección más sosegada, más clásica (si bien Raimi se permitía alguna licencia terrorífica en la fuga del Doctor Octopus).  Cuando se anunció “Spider-Man 3” ninguno nos extrañamos (¿cómo  no seguir explotando la gallina de los huevos de oro?), pero, al ver la película en mayo de 2007 a más de uno nos sorprendieron sus excesos:  exceso de metraje, exceso de villanos (el Hombre de Arena, el segundo Duende Verde y un desperdiciado Veneno), exceso de efectos especiales, exceso de humor (muy mal resuelto), exceso de ambición…  Era como si quisieran contarlo todo de golpe para que nada se les quedase en el tintero, como si director, actores y guionistas intuyeran que su ciclo había terminado.  Aun así, se programó “Spider-Man 4” para 2010, y se barajaron varios posibles arcos argumentales, hasta que un buen día y casi por sorpresa, Sony (es decir, Columbia Pictures) anunció que no habría cuarta entrega sino un “reboot” (reinicio o relanzamiento) con nuevo realizador y nuevos protagonistas.  La elección del hombre tras la cámara (Marc Webb, apenas conocido por la comedia melodramática “500 días juntos”) ya daba a entender que se iba a priorizar la psicología y el romance sobre la acción, lo cual no sonaba tan mal en aquel momento.  La realidad era que los derechos legales del personaje estaban a punto de expirar y revertirían inexorablemente a Marvel, cuya nueva compañía cinematográfica estaba logrando fantásticos resultados a todos los niveles.  Es decir:  o se hacía una nueva película de Spiderman a la voz de ya, o había que renunciar a una jugosa tajada económica de la que nadie en su sano juicio querría prescindir...

“The Amazing Spider-Man” arranca con el niño Peter Parker presenciando cómo sus padres le abandonan precipitadamente en manos de sus tíos Ben y May.  Años después, el muchacho sufre acoso escolar en el instituto y se enamora secretamente de la estudiante más guapa de la clase, Gwen Stacy, pero todo cambia el día en que encuentra un maletín que perteneciera a su padre y ello le lleva a visitar el inmenso edificio de Industrias Oscorp en el que el científico manco Curt Connors realiza extraños experimentos para lograr la fusión de especies.  Allí, una araña alterada genéticamente le pica y le inocula una serie de asombrosos poderes, que Peter al principio no sabe cómo utilizar.  El asesinato de su tío Ben y la transformación del Dr. Connors en el viscoso Lagarto le obligarán a tomar una serie de decisiones que le proporcionarán no pocas magulladuras y sufrimientos…

Una vez vista, ayer mismo, “El asombroso Spiderman” (a la que me referiré así, con el título traducido al español), lo primero que tengo que decir es que el principal enemigo del héroe no es el Lagarto…  sino el recuerdo demasiado reciente de las tres películas de Sam Raimi y Tobey Maguire.  No me refiero a que aquella trilogía fuese ni mucho menos insuperable, sino a que los responsables de este relanzamiento han tratado de alejarse, de desmarcarse tanto de ella, que las diferencias forzadas llegan a ser un poco molestas.  El padre de Peter (al que ni caso se le hacía en aquellos films…  ni tampoco en la inmensa mayoría de los comics) se hace aquí poco menos que omnipresente;  a Peter la araña ya no le muerde en la mano, sino en la nuca;  los lanzarredes que utiliza ya no son orgánicos, es decir, la telaraña no le fluye de las muñecas, sino que se inventa un compuesto químico con un minúsculo disparador (como, por otra parte, siempre ha sucedido en los tebeos);  la chica ya no es la pelirroja Mary Jane Watson (con la que en los tebeos llegó a casarse) sino la rubia Gwen Stacy, el trágico gran amor de Parker;  la única relación de Peter con el mundo de la lucha libre (donde tradicionalmente trataba de sacar partido a sus nuevos poderes) es una visita inesperada a un viejo gimnasio en el que ve un poster con una máscara en la que se inspirará;  el periódico Daily Bugle brilla por su ausencia;  Norman Osborn es sólo un hombre en la sombra y su alter ego, el Duende Verde, el peor enemigo del Hombre Araña, queda relegado a posibles secuelas.

Cuando ayer me preguntaron, nada más salir del cine, si me había gustado la película, no dudé en responder que sí.  Cuando, a continuación, me inquirieron sobre si esta nueva versión era mejor o peor que las anteriores…  no supe qué decir.  La tangible proximidad en el tiempo del primer “Spiderman” de Raimi & Maguire (leñe, pero si es que parece que fue ayer mismo cuando miraba a diario la página “Super Hero Hype”, consultando su reloj de arena en el que se indicaban los días, horas, minutos y segundos que faltaban para el ansiadísimo estreno) e incluso el buen sabor de boca dejado por los dos primeros capítulos, sugerían más bien la posibilidad de una nueva secuela que la de este prematuro renacimiento.  En todo caso, decididos inexorablemente a recomenzar, se debió ser más valiente y pasar página de verdad, es decir, no evitando volver a contar lo que se nos acababa de contar sino obviando la misma existencia de lo ya narrado, sin miedo a resultar (aún más) repetitivo.  El resultado es, en pocas palabras, que se ha permitido que el “Spiderman” de 2002 siga siendo más genuino, más completo, más entretenido y más alegre.  Por el contrario, el “Spiderman” de 2012 aparece más serio, más oscuro, más trascendente, más adulto.

Creo que lo mejor es que caiga de lleno en la trampa de la comparación, y a ello voy a entregarme sin tapujos.  De lo que más seguro estoy es de que este nuevo Peter Parker, Andrew Garfield (visto en “La red social”) le da sopas con honda a Tobey Maguire.  A pesar de sus talluditos 28 años, Garfield resulta totalmente creíble como adolescente;  sus miradas, sus gestos y su lenguaje corporal no dejan lugar a dudas.  Un joven actorazo.  El nuevo Tío Ben de Martin Sheen empata a puntos con el que hiciera el ya fallecido Cliff Robertson, aunque se echa en falta (pero mucho) la famosa y determinante frase “Todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”.  La nueva Tía May, la algo olvidada Sally Field, tiene mucho menos peso específico en la trama y su aspecto no concuerda con el de la viejecita canosa de los tebeos, a la que sí clavaba Rosemary Harris.  En cuanto al nuevo objetivo amoroso, confieso que yo (como todos los viejos seguidores de las historietas) estaba secretamente enamorado de la dulcísima Gwen, pero algo en la caracterización de Emma Stone me echa un poco para atrás;  no sé si son los ojos, la nariz o los dientes o todo en conjunto, pero ésta no es “mi” Gwen (tampoco Kirsten Dunst daba el tipo como Mary Jane, pero aquel personaje sí estaba mejor descrito).  Por lo que respecta al villano, es indudable que el Duende Verde es consustancial a Spiderman como lo es el día a la noche o la tierra al agua, pero, como no se quería reiterar lo ya visto diez años atrás, se ha echado mano de este oscuro villano que debutó en el número 6 de la colección de comics (el Duende Verde no llegaría hasta el número 14, si bien su importancia ha venido siendo sido mil veces mayor), y al que un flojo Rhys Ifans no confiere las necesarias dosis de ominosidad.  La elección del Lagarto, por otra parte, parece asociarse a cierta tendencia ya manifestada en las últimas adaptaciones de superhéroes de DC, en las que los mayores enemigos aparecen en las segundas entregas.  Así ocurrió en “Batman begins” (donde el Hombre Murciélago se enfrentaba a Ra’s’Al Ghul y el Joker no aparecería hasta “El Caballero Oscuro”) o la aún no estrenada “Man of Steel”, en la que Superman lidiará primero con el General Zod, reservando a Lex Luthor para la eventual continuación.  En tareas de dirección, la labor de Marc Webb es muy digna aunque se nota que no ha querido arriesgar en las escenas de acción, territorio que le era demasiado ajeno.  También debería haber hecho más hincapié en el celebérrimo sentido de la responsabilidad de Peter Parker, a quien en principio mueven otros intereses como el egoísmo o la venganza.  Finalmente, la banda sonora compuesta por el oscarizado James Horner trata constantemente de enmendarle la plana a la partitura de Danny Elfman, pero no lo consigue y a ratos parece que estamos escuchando más de lo mismo.

Lo que más me ha molestado de “El Asombroso Spiderman” ha sido la absurda facilidad con la que todo el mundo averigua la identidad secreta del héroe, algo que en los comics se evitaba a toda costa.  Si entonces el Hombre Araña hacía lo imposible para impedir que su personalidad de Peter Parker saliese a la luz (lo cual, pensaba, conllevaría no pocos problemas a sus seres queridos), en esta nueva película Spiderman es una especie de exhibicionista ansioso de quitarse la máscara, y tan poco cuidadoso que cualquiera puede averiguar su “secreto”.  El último en descubrirlo es el padre de Gwen, el capitán de policía George Stacy (Denis Leary, muchísimo más joven y aguerrido de lo que era aquel venerable personaje en el papel), y precisamente, en la diferencia entre lo que le decía a Peter al morir en el comic y lo que le dice en el film radica una de las claves para entender este reinicio.  En el número 90 de la colección, durante una batalla entre Spiderman y el Doctor Octopus, el Capitán Stacy resultaba gravemente herido por unos cascotes, y cuando el arácnido trataba de llevarle a un hospital, el anciano demostraba que conocía su doble vida desde hacía tiempo, aunque nunca le traicionó:  “Peter…  prométeme que cuidarás de Gwen…  Ella te quiere muchísimo”, le suplicaba.  Sin embargo, lo que ahora el moribundo Stacy pide a Peter tras ser mortalmente herido por el Lagarto es algo muy distinto:  “Prométeme que te alejarás de ella”.  Los tiempos han cambiado y parece que la ingenuidad no está de moda.  Ahora lo que se lleva son los héroes depresivos y torturados, la maldad corporativa y el alejamiento conspicuo de los orígenes para poder reinterpretarlos de la forma más oscura.  Lo hemos visto en Batman y también en la línea “Ultimate” de la propia Marvel, en la que está de moda basarse.  No siempre para bien…

Luis Campoy

Lo mejor:  Andrew Garfield
Lo peor:  la poca estima que Spiderman le tiene a su identidad secreta
El cruce:  “Spiderman” + “Batman begins” + “Parque Jurásico”
Calificación:  8 (sobre 10)

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