Y cayó la breva...


Aun en la distancia, un alicantino no se olvida de las tradiciones de la Terreta y, llegado el mes de Junio, no puede evitar que se le vayan los ojos detrás de un buen par de... brevas.  Eso es lo que se supone que se degusta en Alacant en estos días previos a las Hogueras de San Juan, bien acompañado (regado) con vino de La Condomina.  El otro día, mi padre, que no es alicantino pero posée un paladar muy bien adiestrado, me encomendó que acudiese a la frutería y preguntase si ya habían empezado a llegar las primeras brevas.  Así fue:  en el mostrador, en una bandejita de aspecto irresistible, yacían unas riquísimas “bacores” que, en su silencioso lenguaje gastronómico, parecían gritar:  "¡¡Cómeme...!!"  Además, si ya el look de las húmedas negritas era tentador, su precio era simplemente irrenunciable:  "0,99 euros el kilo".  Ni corto ni perezoso, me lié a recolectar los ejemplares más rutilantes, hasta que, de improviso, apareció el frutero disculpándose con notorios ademanes:  "Ay, perdona, perdóname...  se me ha caído el uno".  "¿El uno?", pensé yo.  Miré a los pies de Paco y no ví nada...  hasta que luego lo comprendí todo.  Se refería al rótulo que anunciaba el precio de la lasciva fruta.  "0,99" no era en realidad lo que costaba el kilo, sino que había que anexar un "1" a aquella pléyade de números...  ¿Sería el precio real...  "0,991"...?  No, me parecía demasiado poco....  ¿Sería "01,99"...?  No, que todos hemos oído decir alguna vez que un cero a la izquierda no computa ni tiene valor alguno....  Lamentablemente, el maldito "1" debía haberse ubicado a la izquierda del "0", como el PSOE, en condiciones normales, debería estar siempre a la izquierda del PP.  Es decir:  el primer número primo me había hecho quedar como...  éso, como un primo, ya que, de pagar 0,99 euros por el kilamen de brevas, ahora me tocaba apoquinar nada menos que ¡¡10,99!!.  La diferencia era bastante notable, pero...  ¿qué se le va a hacer…?  No soy yo de ésos que reclaman y se quejan y despotrican sin control temperamental, de modo que me encogí de hombros, agaché la testa y tuve que invertir más dineros en darle gusto al paladar.  Un error lo comete cualquiera, incluso los fruteros, y, al fin y al cabo, la sensación de volver a sentirse alicantino durante un rato, no tiene precio...

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