La luna llena sobre Calenda



La sombra de “Crespúsculo” es alargada.  Los ecos de la saga creada por Stephanie Meyer resuenan desde el primer hasta el último capítulo de “Luna, el misterio de Calenda”, la serie producida por Globomedia para Antena 3.  Confieso que he seguido todos y cada uno de los doce episodios de que ha constado esta primera temporada del serial, cosa que no he hecho con producciones realmente importantes como “Perdidos”, “Mad Men” o “Juego de tronos”.  Debe ser que esa equilibrada mezcla entre la citada “Crespúsculo”, los ecos notabilisímos de “Un hombre lobo americano en Londres” y el toque castizo de los contemporáneos guardias civiles me ha llegado al corazón…

Hasta Calenda, un pueblo ficticio de la meseta española, llegan una noche la nueva jueza Sara Costa (Belén Rueda) y su hija adolescente Leire (Lucía Guerrero), aparentemente para iniciar una nueva vida al lado de su marido y padre, el capitán de la Benemérita David Costa (Leonardo Sbaraglia), del que llevaban años alejadas.   Pero las cosas nunca salen como uno imagina, y el capitán Costa es brutalmente asesinado, y su cuerpo, salvajemente mutilado.  Mientras Sara, sobreponiéndose al dolor, inicia las investigaciones ayudándose del teniente Raúl Pando (Daniel Grao) y la hermana de éste, la oficial Olivia (Olivia Molina), la joven Leire se enamora del atractivo y misterioso Joel (Alvaro Cervantes), quien, sin siquiera saberlo, personifica una de las horribles leyendas medievales que llevan siglos recorriendo Calenda:  en el pueblo hay uno o más hombres lobo que, durante las noches de luna llena, campan a sus anchas sin que nadie pueda detenerles.

Como dije al principio, no me he perdido un solo capítulo de “Luna…”, gracias, entre otras cosas, a la facilidad que proporciona el poder verlos cómodamente a través de la web de la cadena.  Aunque, en realidad, a mí me ha ocurrido como a la audiencia en general, que dio su plena confianza a la serie la noche de su estreno y, poco a poco y sin que las cifras hayan sido realmente preocupantes, ha ido perdiéndole un poquito el interés.  Supongo que una de las razones para tal desenamoramiento ha podido ser la ausencia de violencia explícita, aunque también la calculada ralentización, la generosa parsimonia con la que ha ido avanzando la trama, cosa que es justamente lo que a mí me ha enganchado.  A pesar de lo expuesto en el somero argumento que he narrado más arriba, ni se ve a un solo hombre lobo de cuerpo entero ni se explicita hasta el penúltimo episodio el cantadísimo romance de los protagonistas.  Los guionistas, encabezados por Laura Belloso y David Bermejo, han sabido acogerse a las enseñanzas del maestro David Lynch y han comprendido que, como sucediera en su aclamada “Twin Peaks”, lo realmente importante no es la acción, la violencia, el terror y ni siquiera el amor, sino la creación de un clima, de una atmósfera, de una creíble y querible fauna de personajes secundarios.  Así, junto a los ya citados, habría que destacar al apuesto guardia civil Castro (Fran Perea), a su compañera Murillo (María Cantuel) y al veterano sargento Basilio (César Goldi);  a los jóvenes Vera (Macarena García), enamorada de Castro a pesar de ser menor de edad e hijastra del teniente Pando, y su hermano Pablo (Alex Maruny), así como al primo de éstos, el paralítico Tomás (Carlos Cuevas), hijo de Olivia y obsesionado con encontrar al hombre lobo para que le transforme y le libere de su minusvalía;  o a Fernando (Marc Martínez), el padre de Joel;  Carola (Belén López), la sexy tabernera, esposa de Pando y ex-amante del capitán Costa);  Salva (Daniel Ortiz), profesor del instituto;  y los más episódicos Gerardo (Antonio Durán), el desquiciado conserje y Francisco Elías (Gorka Aguinagalde), el maquiavélico alcalde de la localidad.

Durante doce semanas, nada menos que tres meses, hemos vibrado, hemos padecido y hemos reído cada noche de martes;  hemos oscilado entre la credulidad y el escepticismo;  nos hemos dado cuenta de que la publicitada historia de amor entre Joel y Leire era sólo la punta de un iceberg en el que también se enamoraban Sara y Pando, Castro y Vera, Fernando y Olivia y, últimamente, Murillo y Salva;  y, lo fundamental, nos hemos dejado atrapar de tal modo que el último episodio, emitido ayer, nos ha sabido a poco, a poquísimo, y ha dejado en el aire tantas dudas y tantos interrogantes que, desde ya mismo, estamos en vilo pensando si habrá o no una segunda temporada, con más hombres lobo y ¿por qué no?, con algún que otro vampiro, con lo cual el paralelismo con “Crespúsculo” sería todavía más evidente y atractivo.  Mientras tanto, quedémonos con el recuerdo de ese ominoso mundo rural tan bien retratado;  de esa exploración de la licantropía hispánica heredera de “El bosque del lobo” de Pedro Olea”;  y con el descubrimiento (al menos, para mí) de un estupendo actor que se llama Daniel Grao y al que le auguro una importante carrera.

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