Penne e milanesa (Seconda puntata)
Quizás de tanto usarla, mi cámara de fotos parecía haberse vuelto loca. Las nuevas fotografías se empeñaban en albergarse en la exigua memoria interna del aparato, y con una resolución vergonzante. Sin saber a ciencia cierta qué diávolos estaba pasando, tiré por la vía de enmedio y compré una memory card que también se llamaba SanDisk pero me la cobraron a precio de SanRobo. Lo mismo pudo decirse del cafe latte y el acqua frizzante (gaseosa), por no hablar de la frutería callejera donde les das la mano y te toman el mango: prego, signori, un mango (uno) a cinco euros con cincuenta.
El sábado por la mañana, salimos a desayunar y nos costó un horror hacernos medio entender por el trío de camareros. Supongo que estos italianos están tan acostumbrados a tratar con spagnolos como yo con macarroni, y casi que tuvieron que irse al olivar para traerme un poco de aceite de oliva para la tostada; por no hablar de la misión imposible que constituye pretender pedir un gofre, si tu mundología no te dicta que "gofre" no se dice "gofre" sino "waffle".
En Italia, o, al menos, en Treviglio, la gente madruga para casarse. A las tres, concretamente, si bien la novia ejerció su derecho consuetudinario de llegar un quartito de hora tarde. Los sacerdotes oficiantes me parecían aferrados a la tradición y adictos al pasado más rancio, hasta que caí en la cuenta de que no era que hablasen en latín prehistórico... sino en italiano moderno, que suena más o menos igual. En un autobús nos trasladaron al ristorante donde iba a celebrarse el convite nupcial. Nunca había visto tanta nieve en los alrededores, ni que en una boda existiese un buffet libre. Embutidos cortados en lonchas, quesos de varias clases, croquetas, verduras a la plancha, espárragos y alcachofas rebozados, uvas y nueces a disposición del trajeado invitado.
Antes de las siete, ya estaba saciado de queso y salchichón, y empezaron a sonar los primeros merengues (y más se dejarían oír los otros merengues en España, al ver que un Barça irreconocible perdía ante Osasuna y le regalaba la Liga al Madrid). Pegado al iPhone como antaño se pegaba uno al transistor, me zafé de los bailes latinos pero acabé más traumatizado que si me hubieran obligado a danzar todas las bachatas del mundo.
Lo primero que escuché en la madrugada del domingo fue que Whitney Houston había pasado a mejor vida, una vida sin alcohol ni cocaína y sobre todo sin Bobby Brown. Descanse en paz la diva de "El guardaespaldas". Tras tres trepidantes horas de tren, frío y nieve, desembarcamos en Venecia, o sea, Venice, quiero decir la muy romántica Venezia. Pero los Hombres G se equivocaban, y ni la Mafia nos amenazó ni los gondoleros vestían jersey a rayas, sino gruesos anoraks. El nuestro, concretamente, en un correctisimo castellano se excusó aludiendo a una inoportuna ronquera, y ni nos regaló el "O Sole Mio" ni se arrancó por Charles Aznavour. Que gélido, pero que maravilloso paseo. La góndola, negra como todas las demás con las que nos cruzábamos, nos meció en un trayecto de ensueño, y las aguas verdosas reflejaban los rayos del sol mientras navegábamos frente a la casa de Marco Polo o el antiguo Teatro de la Opera.
A mediados de febrero, Venecia se prepara para el Carnaval, y las máscaras inundan literalmente sus calles. Perderse en ellas debe ser fácil, pero no será porque el Ayuntamiento no ponga todo de su parte para que tal cosa no suceda. Los atractivos turísticos principales están señalizados por doquier, a veces manualmente, y llegamos a la Piazza San Marco sin tener que preguntarle a nadie. Leones alados y muchos, muchos figurantes bellamente disfrazados ornamentan una Plaza tan hiper concurrida que, si Indiana Jones volvió a salir por una alcantarilla, no tuvimos ocasión de verle. Por desgracia, cuando nos alejamos de aquella fuente natural de calor humano, el frío volvió a apoderarse de nosotros, y hubimos de cobijamos en la confortable habitación del hotel hasta que el hambre nos acució para salir de nuevo en busca de una pizzería en la que concluir la jornada.
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