El peor año de mi vida
El 2011 ya es historia... gracias a Dios. Por mi parte, lo voy a recordar como el peor
año de mi vida, y mira que he vivido algunos malos....
Empezó con mal pie, o, mejor
dicho, mal brazo, el de mi madre, que arrancó convaleciente de su rotura de
codo, todavía curándose bajo una aparatosa escayola. Nada más liberarse de esa incómoda prisión de
yeso, le cedió el testigo del infortunio a mi padre, que una mañana de febrero
despertó aletargado por una trombosis...
leve, pero trombosis al fin y al cabo.
Fue una mañana neblinosa, pero ni siquiera entre la bruma pude dejar de
escaparme a la certeza de que no somos nada, que no poséemos lo que creemos que
tenemos, que somos como títeres de unos designios a los que no nos podemos
escapar.
Los días de hospital se pasaron rápidos, y mi padre siguió la recuperación entre la casa y la fisioterapia, y mejoró tanto que hasta me atreví a irme a ver las procesiones de Cartagena, cosa que desde tiempos inmemoriales no hacía.... Mi hija participó con éxito en un torneo triangular de gimnasia rítmica que nos permitió acompañarla en sus desplazamientos a las vecinas localidades de Totana y Alhama (que tan bien conozco), y parecía que iba a ser el año de los viajes y el turismo. También por aquel entonces se me recompensaron mis primeros 25 años de servicio en mi empresa, con una paga extra para la que tenía multitud de planes.... hasta que en la tarde del 11 de Mayo todo cambió.
Los días de hospital se pasaron rápidos, y mi padre siguió la recuperación entre la casa y la fisioterapia, y mejoró tanto que hasta me atreví a irme a ver las procesiones de Cartagena, cosa que desde tiempos inmemoriales no hacía.... Mi hija participó con éxito en un torneo triangular de gimnasia rítmica que nos permitió acompañarla en sus desplazamientos a las vecinas localidades de Totana y Alhama (que tan bien conozco), y parecía que iba a ser el año de los viajes y el turismo. También por aquel entonces se me recompensaron mis primeros 25 años de servicio en mi empresa, con una paga extra para la que tenía multitud de planes.... hasta que en la tarde del 11 de Mayo todo cambió.
Ante una catástrofe como la que
sufrió Lorca aquel día, lo primero es dar gracias, sí, por no haber sido una de
las nueve personas fallecidas, y también por no haber perdido todas nuestras
posesiones y nuestros recuerdos materiales en los derribos posteriores. Pero lo cierto es que fuimos gravemente afectados,
hasta el punto de quedarnos sin casa. ¿De
qué nos sirvió que nuestro edificio obtuviese desde el primer día el punto
verde que reconocía su carencia de daños estructurales, si nuestro arrendador
decidió que no le interesaba reparar la vivienda (que había quedado hecha
fosfatina, como casi todas las plantas bajas y primeras de la ciudad) y
prefería rescindir el contrato de arrendamiento? De repente estábamos en la calle, y no sólo
nosotros, de modo que los pisos de alquiler se convirtieron en un bien escaso y
de primera necesidad en Lorca, por lo cual aparecieron especuladores por todos
lados. Encontramos un domicilio
provisional en el que en teoría debíamos residir seis meses, y, mientras tanto,
contratamos a una empresa de mudanzas para que trasladase y mantuviese a buen
recaudo todos los muebles y enseres que no podíamos llevarnos a ese piso que
sabíamos que no iba a ser definitivo.
Llegaba el verano y quise
regalarme otro viajecillo, esta vez a mi tierra, Alicante, pero a mi regreso,
con las pilas nuevamente cargadas, descubrimos que mi madre padecía cáncer y
tenía que ser operada casi de inmediato.
Todos nuestros sueños veraniegos quedaron, también, hechos añicos, pero,
aun así, pudimos improvisar una breve estancia en un complejo hotelero de
Aguilas. La operación de mi madre fue un
éxito, y también por aquellos días pudimos localizar la vivienda que reunía las
características necesarias para poder ocuparla ya de modo permanente. ¿Habría cambiado de signo nuestra suerte? Desagraciadamente, no fue así. El edificio de al lado de aquél en que
estábamos residiendo, entró en la lista de derribos urgentes, y, con mi madre
convaleciente, debimos irnos unos días a un hotel para evitarnos las molestias,
con tan mala fortuna de que, mientras estábamos "huídos", no se llevó
a cabo la demolición, de modo que nos tocó sufrirla al poco de regresar.
El día doce de septiembre,
casualmente el cumpleaños de mi madre, tuve que llevarla al oncólogo para que
determinara cuál era la radioterapia que necesitaba, y ese mismo día debía
comenzar también el traslado de los muebles al duplex en el que íbamos a
vivir. De todas las mudanzas que me he
visto obligado a realizar en mi vida, ésta ha sido, con mucho, la peor. La más aparatosa, la más laboriosa, la más
larga... la más desastrosa. Cada día encontrábamos más objetos dañados,
cada día descubríamos que faltaba algo, y no todo lo que perdimos
apareció. De hecho, no me costó mucho
asumir que una caja de juguetes de mi hija y al menos cuatro cuadros, nunca
aparecerán. El resto de septiembre y
todo el mes de octubre fueron un completo desasosiego, tratando de ponerlo todo
en orden, acondicionando una casa en la que nadie nunca había vivido, reparando
muebles, aparatos y figuras dañadas en el traslado. Cuando quise hacer balance, ví que, desde el
día del terremoto hasta entonces, no sólo me había gastado, íntegra, la paga
extra de los 25 años, sino una buena parte de mis ahorros, y, por mucho que lo
intenté, no logré que institución alguna me resarciera por las pérdidas, ya que
ni era propietario de la vivienda dañada ni tenía seguro del contenido.
Entre noviembre y diciembre, mi
madre tuvo que ir a Murcia casi a diario, para recibir la radioterapia
estipulada, y, cuando ya le dieron el alta, para celebrar que por fin podíamos
tener un poco de tranquilidad... la
tierra volvió a temblar en Lorca. La
verdad es que nunca había dejado de hacerlo desde mayo, pero eran pequeñas
réplicas a las que casi nos habíamos acostumbrado, por lo que el terremoto de
la noche del 19 de diciembre nos inquietó a todos. Los científicos hablaban de que no podían
descartarse nuevos seísmos de cierta magnitud, pero nadie quería pensar que,
sin haber siquiera empezado la mayoría de tareas de reconstrucción de la
ciudad, otro movimiento pudiera volver a hundirnos, más aún, en la
miseria. Así y todo, esos segundos
horribles de zozobra parecieron haberse quedado en un susto, aunque no sería el
último del año.
Precisamente por lo pésimo que
había sido 2011, quisimos despedirlo con la mayor naturalidad posible, y no
faltaron el Belén ni el Árbol ni los adornos navideños, ni el pavo ni los
villancicos por Nochebuena. Pero el
penúltimo día del año, mi madre se cayó nuevamente, y se resintió del brazo que
se había fracturado 12 meses antes.
¿Cómo me iba a librar de visitar nuevamente el Hospital en un año tan horrible
como el que se acababa? Por fortuna, la
radiografía reveló que sólo se trataba de una contusión sin mayor
trascendencia, y pudimos celebrar la Nochevieja y comernos todas las gambas y
todo el cochinillo que nos cupo en nuestros ajetreados cuerpos, e incluso tomar
las uvas con la Pantoja y Paquirrín.
Quisiera creer que realmente 2012
va a ser un año mejor para todos y sobre todo para mi familia, pero, aun si
consiguiese escapar a la paranoia derivada de las archifamosas profecías mayas,
no puedo escaparme a la contemplación de la fachada del edificio contiguo a mi
casa, que está rajada y supurando cascotes un día sí y otro también, sobre todo
desde el último terremoto de hace una semanas. Veremos si todavía no tenemos
que emprender una nueva huída en fechas próximas, antes de que el fin del mundo
nos sorprenda todavía antes de lo profetizado…..
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