Convivir con el miedo
A pocos días de cumplirse los seis primeros meses del doble terremoto que convulsionó Lorca en el mes de mayo, los grandes diarios provinciales y la televisión autonómica murciana volvieron a hacerse eco de una inquietante noticia: los geólogos no descartan la posibilidad de un nuevo seísmo de proporciones similares. Esta información, divulgada a finales de octubre, no hacía sino incidir (reincidir) en lo ya expuesto por los mismos científicos a mediados de julio, profetas de lo apocalíptico y oráculos de la catástrofe. Tal como hice entonces, me pregunto y me vuelvo a preguntar sobre la conveniencia de difundir este tipo de comunicados. Vale, es una noticia de alcance y de un indudable interés (y muy morbosa, por cierto), pero, además de conseguir que “La Verdad” y “La Opinión” se vendieran como rosquillas ese día (me cuentan que en algunos kioscos ya no quedaban ejemplares a las 9 de la mañana), ¿cuál es realmente la utilidad final de ese bombazo informativo? ¿Provocar el pánico indiscriminado en la población? ¿Causar una emigración en masa de los aterrorizados lorquinos? ¿Dar trabajo a los monitores de seguridad especializados en la realización de simulacros antisísmicos actualmente desempleados?
Que yo sepa, no existen equipos de operarios hipertecnificados trabajando en las profundidades de la tierra para corregir el progresivo hundimiento del municipio (recientes estudios han revelado que Lorca se ha hundido al menos 1,5 metros desde 1995, a causa de la sobreexplotación de los ya precarios recursos hídricos), ni me consta que “los americanos” estén aplicando sus “bombas sónicas” a la tarea de estabilizar las placas tectónicas que todavía no se han calmado. Es decir, tiran la piedra del alarmismo y esconden la mano paliativa de la resolución. Muy mal, señores sabihondos. Y peor todavía para los mercenarios del Cuarto Poder, que tan sólo aspiran a vender periódicos y captar telespectadores sin pensar en el daño anímico provocado. Cuando un médico revela la existencia de un tumor a un paciente, a continuación le prescribe el tratamiento que le curará o al menos le ayudará. ¿Pero qué han hecho estos geólogos? Tan sólo recomendar paupérrimas medidas arquitectónicas a largo plazo y poco más….. Los que nos vemos obligados a residir en la Ciudad Sísmica tenemos que aprender a convivir con el miedo, o, tal vez, a forzar mecanismos mentales que nos impidan pensar en tan negros presagios. La población está todavía viviendo las consecuencias del drama de mayo, y cada día surgen nuevos edificios dañados que hay que derribar…. A continuación, vendrá la reconstrucción propiamente dicha, que poquito a poco y muy tímidamente se ha ido iniciando a nivel particular. Los pronósticos más locamente optimistas calculan que Lorca podrá volver a ser lo que fue dentro de ¡5 años!, y esa difícil, compleja y lentísima labor constituye en sí misma un medio y un fin, una tarea sobrehumana pero también una ilusión vitalista y revitalizadora. Si tuviéramos que estar pendientes de que cualquier día de éstos se va a rajar de nuevo el suelo bajo nuestros pies, de que todo lo que estamos levantando con tanto esfuerzo y lágrimas va a volver a hundirse sin compasión, tal vez lo más fácil sería no hacer nada y abandonarse a la desidia de lo funesto. ¿Para qué vivir, si se sabe que al final nos toca morir? No, el vano alarmismo debería estar no sólo prohibido… sino penalmente sancionado.
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