la noche que murió John Lennon

Como casi todo el mundo, yo sabía quiénes eran o habían sido Los Beatles, e incluso podía recitar sus nombres de carrerilla: John, Paul, George y Ringo. En la radio había escuchado sus canciones más famosas ("Submarino amarillo", "Yesterday", "Ob-La-Di, Ob-La-Da") y hasta sabía que el motivo de su separación tuvo que ver con las diferencias irreconciliables que surgieron entre John Lennon y Paul McCartney, pero hasta que un vecino llamado Tomás Miguel me prestó su LP "La Banda de Corazones Solitarios del Sargento Pimienta" no me hice una verdadera idea de lo que para el mundo de la música habían representado aquellos genios de Liverpool. Tenía yo 16 años, y conseguí que mi padre me comprase las mejores recopilaciones que por aquel entonces existían del cuarteto, dos discos dobles popularmente conocidos como el "Disco rojo" y el "Disco azul", en cuyas portadas aparecían los Beatles en contrapicado, es decir, fotografiados desde el suelo, apoyados en una barandilla y evidenciando perfectamente el paso del tiempo. El escenario y los músicos eran los mismos, pero en la portada del disco rojo aparecían cuatro chicos modositos con el pelo corto y perfectamente rasurados, mientras que en la del disco azul podía verse a los cuatro tal y como eran poco antes de separarse, melenudos, barbudos y máximos exponentes de la moda hippie. Todo un logro visual que no pasó inadvertido.



Era el año 1979, y, ya por separado, los Beatles seguían dando guerra. Con la única excepción de Ringo Starr, de quien no recuerdo ningún éxito en solitario, tanto George Harrison como Paul y John solían asomarse habitualmente a las radiofórmulas de la época (léase, cómo no, los "40 Principales"). De Paul me había gustado "Don't Say Goodbye Tonight", y de George, "Blow Away", pero ni la una ni la otra podían compararse con esa maravilla que John había creado y que se titulaba "Imagine", todo un himno contra la injusticia y la desigualdad.



John Lennon era un tipo que gustaba mucho a los jóvenes pero solía caerle mal a los mayores. No se le perdonaban algunas declaraciones chulescas ("Los Beatles somos más famosos que Jesucristo"), no gustaba su pacifismo militante, no eran bien recibidos sus desnudos junto a su musa Yoko Ono (respecto a ella, nunca fue más cierto aquéllo de que la belleza reside en el interior de las personas), estaban muy mal vistos sus coqueteos con las drogas y, por supuesto, aquellos carcas detestaban las pintas que se gastaba el ex-Beatle, con aquellas barbas y aquellas melenas desgreñadas. Pero en 1980, cuando sacó su álbum "Double Fantasy", John Lennon volvió a primera plana de la actualidad, y parecía un hombre distinto, un hombre nuevo. Había dejado la droga, llevaba el pelo más corto y más limpio y se había afeitado, y lo mejor de todo era que su música era igual de buena. Hacía cinco años que no grababa ningún disco, y sus nuevas canciones "Woman" y, sobre todo, "(Just like) Starting Over", me engancharon desde el principio.



La mañana del día 9 de Diciembre de 1980 iba a ser para mí como cualquier otra. Me desperté temprano, y, antes de salir hacia el Instituto, me detuve un momento en la cocina, donde mi madre me tenía preparado su riquísimo vaso de leche chocolateado con ColaCao. En la radio, comenzó a sonar precisamente "(Just Like) Starting Over" ("Como si empezásemos de nuevo"), y entonces un locutor interrumpió la canción para anunciar que John Lennon había sido asesinado la noche antes frente a su casa de Nueva York. Un perturbado llamado Mark David Chapman, lector obsesivo de "El guardián entre el centeno" de J.D. Salinger y fan fatal de Lennon, había disparado cinco veces sobre su ídolo, seis horas después de haber obtenido de él un autógrafo que John le firmó en la carpeta del disco "Double Fantasy" que Chapman llevaba consigo.



Aquélla fue una de las veces que más he llorado en toda mi vida. Sin poder evitarlo, los ojos se me llenaron de lágrimas de tristeza y, sobre todo, de rabia. ¿Por qué no sólo un músico, un cantante, sino un pacifista, un defensor de los derechos de las personas, tenía que morir así, en plena juventud? No lo entendía, y, treinta años después, aún sigo sin entenderlo. Leí "El guardián entre el centeno" y en aquel relato sobre las desventuras de Holden Caulfield no hallé ni una sola frase que pudiera conducir a Chapman a acometer tal atrocidad. Tampoco quise creer en la presunta maldición que se cernía sobre el Edificio Dakota, que era el nombre de aquella lúgubre mole de cemento y hormigón en la cual John vivía y ante la cual fue acribillado, y que asímismo fue donde otro loco homicida, Charles Manson, había asesinado a la esposa del director de cine Roman Polanski, Sharon Tate, en plena vorágine de lo que había parecido ser un ritual satánico.



No era la primera vez que un músico famoso moría de forma prematura y violenta. Ni sería la última. Pero John Lennon, para mí, era algo especial: era el cerebro de Los Beatles (Paul era el corazón), era el autor de "Imagine", era un modelo y un ejemplo para los jóvenes, con todo lo bueno y lo malo que éso podía llevar consigo. En todas las partes del mundo, millones y millones de personas se congregaron aquella noche para escuchar y cantar juntas "Imagine" y "Give Peace a Chance", y aún recuerdo cómo, meses después, el querido alcalde de Madrid Enrique Tierno Galván dedicó una calle al malogrado cantante (refiriéndose a él como "John LennoX", supongo que gajes de la edad). Lo cierto es que cuando un músico famoso se va antes de tiempo (caso de Elvis Presley, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin y, posteriormente, Freddie Mercury o Kurt Cobain), su voz no se apaga, su nombre no se olvida y, la mayoría de las veces, nace una leyenda.

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