Yo soy Flanders
Todos tenemos un personaje de ficción que nos agrada especialmente, que nos inspira, con el que nos sentimos identificados, al que quisiéramos parecernos. Yo siempre he querido ser Spiderman. O Indiana Jones. Pero, según mi amigo Matías, me quedé en Flanders. Flanders es ese vecino de Los Simpson para quien la vida es casi de color de rosa, convencido de sus propios y elementales principios morales de simpleza e inocencia y que, al cabo, parece vivir en un mundo idílico sólo habitado por él y su familia. Yo no es que sea inocente en el sentido infantil de la palabra, ni soy ni he sido todo lo bueno que me hubiera gustado ser y desde luego que no todo es para mí de color de rosa, pero soy consciente de que muchas veces dedico un tiempo y un esfuerzo inacabables a hacer lo que creo a ultranza que es correcto, y que, asímismo, en ocasiones me dejo manipular fácilmente, porque elifo creer determinadas cosas en detrimento de otras posibilidades que prefiero ignorar. Como todo el mundo, cada día recibo toneladas de emails de ésos que igual contienen un apabullante despliegue de tetas y culos que un maravilloso reportaje fotográfico sobre los palacios de Dubai que la escandalosa revelación del secreto mejor guardado del Universo. El otro día, "descubrí" que el motivo por el que Zapatero le ha dado aún más poder a "La señorita Trini" (Alfonso Guerra dixit) es porque son amantes desde los lejanos años de la universidad, y ayer mismo pude averiguar por qué Antonio Gala colecciona bastones, qué hace con ellos y por qué no fue nombrado Hijo Predilecto de su pueblo. No me creo nada de nada. Soy Flanders, ¿recordáis? Para mí ciertas cosas tienen que ser de cierta manera y no puedo concebir que otras sean tan rematadamente horribles como alguien se empeña en contarlas. Por ejemplo, el 11-M. Todos habréis leído que ciertos medios de comunicación y aquéllos que los apoyan, los leen, los escuchan y los ven sostienen contra viento y marea que quien colocó aquellas bombas no fue ningún comando islamista, sino… Bueno, la identidad de los verdaderos ejecutores materiales de la matanza no es realmente lo importante para estos miles de españoles, sino el hecho de que quienes, poquísimos días después, ganaron las elecciones generales, obtuvieron un enorme beneficio tras haberle cargado el muerto a los islamistas, un beneficio de proporciones tan incalculables que es imposible que las explosiones y las pruebas que apuntaban a una dirección y no a otra fuesen meramente casuales. Para ellos, todo fue un montaje perfectamente estructurado, en el que estuvieron implicados conocidos políticos, reputados periodistas y más de un alto cargo de las fuerzas de seguridad. Es decir, la muerte de ciento y pico personas inocentes sería el daño colateral causado por tan maquiavélico plan meticulosamente diseñado para que los socialistas llegaran a la Moncloa. El Flanders que llevo dentro jamás ha creído y jamás creerá esa teoría, por muchas pruebas que tales informadores afirmen poseer. Pero ésa es otra. ¿Qué son "pruebas", al fin y al cabo? No se trata sólo de aportar datos aparentemente bien documentados. Ese tipo de datos que leemos en un periódico o, ya puestos, en un powerpoint o en un correo electrónico, pueden ser tan apabullantes, tan convincentes... como falsos. Quienes leen esas informaciones y las creen a pies juntillas ¿se toman la molestia de comprobarlas por sí mismos? Esta mañana me han revelado que los trenes que chocaron no sé cuándo llevando a no sé cuántas personas a bordo, en realidad se hallan no sé dónde, en una especie de hangar secreto. Asímismo, el terrorista que supuestamente se autoinmoló durante el citado 11-M no estaría muerto, sino prisionero en una cárcel marroquí (si lleva o no una máscara de hierro cubriéndole el rostro, ya no me lo han concretado). Según esta misma línea de oscuras revelaciones, el Juez Garzón sería en realidad más criminal que los criminales que ha encerrado, el Rey Juan Carlos se habría bajado a última hora del tren del 23-F y Alfredo Pérez Rubalcaba sería poco menos que un Darth Vader sin máscara respiratoria. Lo mejor de todo es que, si uno sabe cómo buscarlas, las pruebas para todas estas acusaciones están al alcance de cualquiera. Lo malo es que descubrir verdades tan horribles sería aún peor que aceptar las bucólicas certezas entre las que algunos hemos elegido vivir. Por éso no andaba tan descabellado Matías cuando me llamó "Flanders". Claro que prefiero ser Flanders a ser el taxista que interpretaba Mel Gibson en "Conspiración", un pobre diablo que, tras pasarse años y años tratando de destapar insidiosos complots que sólo veía en su propia mente calenturienta, daba con uno real, tan real que a punto estaba de costarle la vida. Estoy seguro que entre uno y otro caso (el que se fía de todo el mundo y el que no se fía de nada ni de nadie) hay una sabia y mesurada posición intermedia, que es la que uno quisiera poder adoptar. Pero, puestos a elegir, si por estar "bien informado", por ser terreno abonado para todas las informaciones conspiratorias habidas y por haber, tengo que ver la realidad aún más lúgubre y ponzoñosa de lo que ya me parece... leñe, pues elijo pintarme de amarillo la cara y seguir siendo el buenazo de Flanders.
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