Para lo que hay que oir...
Todo un verano teniendo que escuchar una interminable sarta de gilipolleces tiene luego estas consecuencias. Gripe A, crisis, paro, golpes de calor, diálogo social, escuchas ilegales, persecución política, y, sobre todo, Cristiano Ronaldo, Kaká y el fantasma de Michael Jackson no podían sino provocarme fatales consecuencias en mis tiernos pabellones auditivos. Una otitis acompañada de un cultivo de hongos más ponzoñosos que las setas venenosas ha sido lo que el otorrino me ha diagnosticado. Además, me ha extraído un yacimiento de cera que hubiera hecho feliz a la mismísima abeja Maya. ¿Os han hecho alguna vez una limpieza de oído? Primero te echan un chorro de agua oxigenada, y luego el doctor y su asistente te meten en la oreja un tubo de longitud inverosímil del que brota un líquido que disuelve el tapón de cera que te había estado turbando. Esto de la otitis es el paradigma del enemigo silencioso e invisible. Parece mentira que algo tan cotidiano, tan humilde y tan poquita cosa como una oreja pueda doler tanto y producirte tanto desasosiego cuando presenta un mal funcionamiento. ¿Y la pérdida de calidad de vida que supone pasar de una audición en stéreo a una recepción en mono? Los monos evolucionados que somos los seres humanos poseemos una maquinaria tan precisa y sofisticada que, hasta que alguno de sus componentes no desentona del resto, no nos damos cuenta de lo bien diseñados que estamos. Aunque a veces, volviendo al caso del oído, casi resultemos beneficiados con alguna sordera galopante; total, para lo que hay que oir…
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