¿Pe-pero qué te pasa, Pepe?


Normalmente, no suelo escribir dos artículos tan seguidos que tengan relación con el mundo del fútbol. Por éso, el de hoy voy a encauzarlo por otros derroteros, más próximos a la lucha libre o el kickboxing que al balompié. Cuando el miércoles publiqué el post en el que hablaba del modo en que los comentaristas deportivos de la Cadena SER se mostraban tan indisimuladamente afines al Real Madrid, confieso que todavía no había visto las imágenes del defensa Pepe enfrentándose a dos jugadores del Getafe con un estilo más parecido al de Chuck Norris que al de Pelé o DiStéfano. Cuando este individuo llegó al Madrid hace dos veranos, se criticó mucho al entonces Presidente blanco, Ramón Calderón, por haber invertido la bagatela de 30 millones de euros en un futbolista que no era precisamente un crack mediático. Supongo que no sería justo decir taxativamente que nadie le conocía, por cuanto es de suponer que, al menos, su santa madre y su agente sí debían saber de su existencia, aunque, muy posiblemente, desde el martes casi desearán no haberle conocido jamás. Pero recordemos cómo se sucedieron los hechos. Se frisaba el minuto 90 con un 2-2 en el marcador, y, por tanto, el partido estaba poco menos que finiquitado, con lo que el Madrid cedía dos puntos valiosísimos que prácticamente le alejaban irreversiblemente de la lucha por la Liga. El delantero del Getafe, Casquero, trata de internarse en el área madridista y el defensa Képler Laveran Lima Ferreira, alias Pepe (acojonante la inventiva del susodicho a la hora de elegirse el seudónimo), va directamente a por él, desentendiéndose ostensiblemente del balón y buscando únicamente frenar su carrera del modo más expeditivo posible. El árbitro, aplicando a rajatabla el reglamento, pita el clarísimo penalti y enseña a Pepe la correspondiente tarjeta roja. El brasileño-luso proveniente del Oporto, no satisfecho con esta primera hazaña, se dirige al jugador al que ha derribado, y que aún se retuerce en el suelo, y le propina una patada, a la cual sucede otra, que da la impresión de no alcanzar el objetivo, aunque, desde luego, no fue por falta de intencionalidad y de saña (el entrenador merengue Juande Ramos diría después que “Pepe se estaba limitando a dar patadas al aire”). Todavía los fotógrafos tienen tiempo de retratar cómo el energúmeno vestido de blanco se agacha sobre el contrincante abatido y se recrea dándole diversos manotazos, pellizcos y tirones de pelo. Dos jugadores getafenses se aproximan a tan luminoso adalid de la deportividad para pedirle que se calme, y el muy bárbaro empuja a uno, y al otro, Albín, le propina un puñetazo. Si no es porque el portero Iker Casillas, que ya sabemos que se siente seguro en cualquier situación, le convence para deponer su actitud, posiblemente aún tendríamos al Pepe de las narices liándose a hostias con todo bicho viviente. Con la adrenalina disparada hasta niveles estratosféricos, el defensor expulsado pasa por delante del cuarto árbitro, que es de suponer que, viéndole venir, estaría temblando y encomendándose a todos los santitos del santoral, y le escupe en una mezcla de portugués y spanglish que se entendió perfectamente: “Sois todos unos hijos de puta”. Incomprensiblemente, el Getafe falla el penalti que podía haber sido más que decisivo y, dos minutos después, el Pipita Higuaín consigue anotar un golazo que da la vuelta al marcador. El amigo Pepe, que, recordémoslo, no se halla sentado en el banquillo esperando el autobús, sino defenestrado por su comportamiento deleznable, no duda en saltar nuevamente al campo para abrazarse con el autor del tanto y el resto de sus compañeros, cosa prohibidísima para quien ha sido expulsado del terreno de juego. Una joya, oiga. Este tipo vulneró en tres minutos la mitad de las reglas del fútbol y brindó un inolvidable recital de salvajismo, barbarie e inquina barriobajera, y quizás pensó que, por presentarse ante la prensa con los ojitos enrojecidos y pidiendo perdón con la excusa de haber sido presa de una enajenación transitoria, su gesta quedaría olvidada. Esperemos que no sea así. Independientemente de las predilecciones de cada uno, es de justicia reconocer que el Real Madrid es un club con un señorío y una trayectoria lo bastante intachable como para que tamaña exhibición de violencia y antideportividad no le salga gratuita a este gangster con pantalones cortos. Paralelamente, hoy mismo se conocerá la decisión del Comité de Competición, que puede emitir un veredicto ejemplarizante de entre seis y doce partidos de suspensión para un psicópata balompédico cuya carrera ha quedado manchada para el resto de sus días.

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