Si yo fuera Pep


El Miércoles Santo, en un entorno ciertamente favorable (el Gran Bar de Alhama de Murcia), tuve la ocasión de vivir uno de esos momentos que, ya desde el mismo instante en que los estás viviendo, sabes que serán inolvidables. Se disputaba el encuentro de ida de los Cuartos de Final de la Champions League, que enfrentaba en el Camp Nou al titular del estadio, el FC Barcelona, y al potente Bayern de Munich alemán. El establecimiento poseía (posée) una pantalla gigante y en torno a ella se había congregado una cantidad nunca vista de culés alhameños, que bebían como cosacos y fumaban como carreteros (no creo que haga falta decir que me molesta mucho más lo segundo que lo primero). Me llamó mucho la atención la gran cantidad de personas de piel os… de seres humanos pertenecientes a la etnia afri… de ciudadanos cuya pigmentación epidérmica poseía elevadas dosis de mela… de negros, vamos, quién sabe si por empatía hacia un equipo en el que militan muchos jugadores de su raza como Samuel Eto’o, Thierry Henry, Touré Yaya, Eric Abidal y Seydou Keita. El caso es que, durante quince o veinte minutos del primer tiempo, el Barça cuajó un fútbol de ensueño, un fútbol perfecto en ataque y en defensa, en el que no sólo se marcaron cuatro goles sino que se privó al rival de la posesión del balón, con un control total que hizo parecer marionetas a los alemanes y casi se dejó sentenciada la eliminatoria sin tener que jugar, hoy, el partido de vuelta. Casi.

Si yo fuera Pep Guardiola, lo primero que haría sería perseverar en esa actitud humilde, respetuosa y cauta que ha venido desarrollando hasta ahora. Por muy bueno que uno sea, todos los rivales se merecen respeto y consideración, y no hay que tomarse en serio los patéticos lloriqueos del entrenador del Bayern, Jurgen Klinsmann, que tras acabar el partido dijo que “habían dicho adiós a Europa” puesto que “era imposible ganarle a este Barcelona”, y ayer mismo remató que lo único a lo que podían aspirar era a “marcar algún gol para caer con dignidad”. Si yo fuera Pep Guardiola, no daría por bueno ni siquiera un resultado tan abultado como este 4-0 (ya sabemos lo que pasó hace dos años con la eliminatoria en Copa del Rey ante el Getafe), y procuraría mantener en la alineación a los “buenos”, a los jugadores que son capaces de desarrollar un juego que ha enamorado al mundo entero; la diferencia entre el encuentro del miércoles ante el Bayern y el del sábado ante el Recreativo de Huelva no sólo radicó en la falta de motivación o el eventual cansancio, sino en la ausencia de algunos futbolistas determinantes como Xavi, Puyol, Touré o Eto’o. Si yo fuera Pep, evitaría hacer experimentos de aquí al final de temporada, y por “experimentos” me refiero a veleidades como la de conferir un protagonismo excesivo a determinados señores como Gudjohnsen y Hleb, que han demostrado que lo suyo es, como mucho, tapar agujeros, o situar a Puyol como lateral izquierdo, con lo cual no sólo se priva a esa banda del peligro y potencial que ostenta la banda derecha desde que la ocupa Dani Alves, sino que en el centro de la defensa se pierde seguridad, garra y contundencia. Si yo fuera Pep, independientemente de si se consiguen este año alguno o la totalidad de los tres títulos aún en juego, empezaría desde ya a trabajar en el futuro del equipo de cara a la próxima temporada, para lo que tendría como prioridades la contratación, como dije anteriormente, de un buen lateral izquierdo y, sobre todo, de un portero con menos afán de protagonismo que Víctor Valdés, quien, como apenas toda la pelota gracias al buen hacer de sus defensas, parece empeñado en llamar la atención encajando goles absurdos o provocando penaltis tan innecesarios como el del sábado pasado, que, afortunadamente, se lo tragó el árbitro, hambriento, como todo el mundo (lo reconozcan o no), de disfrutar más victorias aplastantes de este Barça que es una auténtica gozada.

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