La Santa Faz




Hoy es un día de Fiesta en Alicante, mi ciudad natal. Cada año, el segundo jueves después del Jueves Santo, se celebra una populosa romería hasta la Ermita de la Santa Faz, situada en el término municipal de San Juan, ésto es, a casi 8 kilómetros de la capital alicantina. Cuenta la leyenda que hasta Alicante llegó, en el siglo XV, el lienzo sagrado con el que la Santa Mujer Verónica enjugó el rostro de Jesucristo durante su fatal recorrido en dirección al Gólgota. Naturalmente, no hay que ser muy listo para darse cuenta de que lo que en realidad se venera no es una impresión facial espontánea fruto de una radiación o un milagro, sino una hermosa pintura, un icono bizantino que, no obstante, provoca la fe y el delirio de miles de fieles así como de amantes de la tradición y el folklore, que anualmente se pegan un madrugón de padre y muy señor mío para entregarse en cuerpo y alma a este hermoso ritual. Yo nunca tomé parte de la salida oficial de la Peregrina (nombre popular con el que se conoce a la marea humana que participa en esta romería), que parte de las puertas de la Catedral de San Nicolás y suele contar con la participación de las máximas autoridades municipales (dicen que incluso el cuestionado Presidente de la Comunidad Valenciana, Francisco Camps, ha tomado la salida a primera hora de esta mañana), sino que, menos madrugador, me incorporaba a ella en algún punto de la Carretera Nacional 340 (más conocida como “Carretera de Valencia”), lógicamente cortada al tráfico y atestada de romeros cuya intención inicial es darse un paseíto de casi siete mil metros. El atuendo oficial del peregrino consta de camisola negra, pañuelo azul y blanco, sombrero de paja y bastón de caña, aunque hay quien utiliza para apoyar su caminar un trozo considerablemente alto de caña de azúcar, golosina cien por cien natural que se vende en los puestos situados a lo largo del camino y en los aledaños de la Ermita. Con el fin de que los marchadores puedan refrescarse y aliviar el natural cansancio, suelen realizarse “paraetas” o breves paradas en determinados lugares, donde al efecto se han dispuesto improvisados bares de campaña en los que la mistela y el calimocho corren generosos y gratificantes, y los rollitos de anís apaciguan el hambre creciente. Entre plegarias (“Faz Divina, ¡misericordia!”), rezos del viacrucis, cánticos y risas, se culmina la travesía bajo un sol de justicia, llegándose hasta la Basílica a cuyo alrededor se han congregado los habituales mercaderes que te venden desde una medallita de la Santa Faz hasta el DVD pirateado del último éxito cinematográfico, pasando por la citada caña de azúcar, los trocitos de regaliz, las consabidas cervecitas heladas o las manzanas caramelizadas pinchadas en un palito que es mejor coger con un pañuelo para evitar las babas azucaradas subsiguientes. Los más afortunados o los más pacientes consiguen hacerse hueco en el interior del Monasterio a tiempo de escuchar alguna de las misas que se celebran cada hora, y luego hacen cola para mirar de cerca el retrato de Cristo que se ha convertido en uno de los iconos más reconocibles de Alicante. A partir de entonces, los ya exhaustos romeros se esparcen por los campos y bosques próximos, donde en cuestión de minutos empieza a olerse a leña y a barbacoa. Una vez descansados y ya provistos de los inevitables souvenirs, los peregrinos se dividen entre quienes persisten en culminar la hazaña regresando también a pie, y los que consideran que ya han hecho bastante con pegarse la caminata matutina y caen en la tentación de bajarse en autobús. A mí, no sé muy bien por qué, se me quedó particularmente grabada la peregrinación de 1987, quizás porque era la primera que hacía desde que había dejado de residir en Alicante, y recuerdo que me llevé mi radiocassete y “The Final Countdown” de Europe y “Fantasy” de Earth, Wind and Fire sonaban sin parar. La última vez que me uní a la Peregrina debió ser en 1992, y en aquel peregrinar incluso me acompañó mi guitarra, cuyas cuerdas rasgué tanto en los campos anexos como, a la vuelta, en la Playa de El Postiguet. Las canciones que cantamos fueron, hasta el momento, el canto del cisne de mi vida como romero, pero todos los años, cuando llega esta fecha, me emociono recordando el cansancio, el sol, el calor, el sudor, el calimocho, la fe ciega y la sana ilusión de un pueblo que clama misericordia divina a su Santa Faz.

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