Televisión/ "Aguila Roja"
En medio de una triunfal racha de audiencias estratosféricas (cuyo pico estuvo en la emisión del segundo episodio de la miniserie “23-F: El día más difícil del Rey”, de la que tal vez me decida a hablar algún otro día), La 1 de Televisión Española estrenó anoche su nueva serie de aventuras, “Aguila Roja”, con un resultado ciertamente espectacular: cinco millones de españolitos la acompañaron en su debut. Hace ya muchos meses que comencé a saber de este proyecto, y he de decir que las primeras imágenes que se difundieron daban ganas de apagar la tele. Lo mismo pasó, por ejemplo, con el primer tráiler de “Ghost Rider”, versión Nicolas Cage, antes de que los magos del ordenador metieran mano en el material primigenio. Hoy en día, cualquier obra audiovisual requiere de un “tuneado” informático que le lave convenientemente la cara y suavice sus eventuales arrugas, o, como mínimo, de un montaje bastante exigente que elimine del metraje final aquellos planos o secuencias que no están a la altura que los responsables se han fijado para su obra. Volviendo a “Aguila Roja”, hay que reconocer que, a medida que iba acercándose la fecha de su estreno, la pinta del producto iba mejorando, y, finalmente, cosa muy rara en mí, allí estaba yo anoche, ante el televisor, expectante por disfrutar su primer episodio. La acción de “Aguila Roja” transcurre en el siglo XVII, cosa que podemos deducir por la cuidada reconstrucción, aunque no por sus diálogos. Sus personajes, tanto adultos como infantiles, se expresan con una coloquialidad más propia del siglo XXI, tanto que, oyéndoles hablar, se hace raro no ver entre las manos de los rapaces alguna que otra Nintendo DS. El protagonista del serial es un joven maestro, casado y con un niño, que tan sólo aspira a malvivir ejerciendo su noble profesión. En un entorno bastante más ominoso, una secta de notables caballeros que ocultan sus identidades bajo unos capuchones de color rojo, conspiran para derrocar al Rey. De la forma más tonta, uno de los conspiradores decide desmarcarse del resto y, en su huída, mientras es perseguido por sus antiguos secuaces, se tropieza en plena calle con la mujer del maestro, la cual es acusada de conjura y muere a consecuencia de las heridas que se le infligen mientras es torturada. Transcurridos tres meses de estos sucesos, el pueblo llano recibe con regocijo el advenimiento de un justiciero enmascarado que vela a sangre y fuego por sus intereses: se trata del enmascarado conocido como Aguila Roja. Este es, en líneas generales, el punto de partida de esta serie que, si la audiencia acompaña, presidirá desde ahora el prime time de los jueves en la primera cadena de Televisión Española. Sus protagonistas principales son David Janer, Francis Lorenzo, Javier Gutiérrez, Adolfo Fernández, Myriam Gallego e Inma Cuesta. Sobre el primero, decir que responde al mismo criterio que, por ejemplo, el Rodolfo Sancho que protagoniza otra de las series estrella de la cadena, “La Señora”; en ambos casos se trata de intérpretes en los que el atractivo físico se antepone a las dotes dramáticas, que se limitan a luminosas sonrisas bajo las que chirría una voz impersonal a la que le vendrían de maravilla un par de cientos de horas de teatro clásico sobre los escenarios. Francis Lorenzo, que se dio a conocer acompañando a Emilio Aragón en “Médico de familia”, encarna con bastante convicción al villano de turno, resultando satisfactoriamente creíble, incluso en la fisicidad de su personaje, que le obliga a montar a caballo y empuñar la espada. Javier Gutiérrez da vida al pícaro ayudante del héroe, un Sancho Panza cómico que, al menos, logra desmarcarse de la composición que más me ha gustado de este actor, el padre angustiado de la terrorífica “La habitación del niño”. Adolfo Fernández, de la serie “Policías”, hace de cura díscolo que, bajo sus hábitos, discrepa de la actitud demasiado terrenal de la Iglesia y se erige en mentor del justiciero enmascarado. Myriam Gallego (“Periodistas”) e Inma Cuesta (vista en la segunda temporada de mi serie de cabecera, “Amar en tiempos revueltos”) son las “payas de la película” (que diría un murciano), y, al menos en el primer episodio, parecen más predispuestas a realizar una exhibición de sus encantos que de sus habilidades actorales. En cuanto a la caracterización del personaje principal, el hombre conocido como Aguila Roja (que, digámoslo ya, no es otro que el maestro vilmente atropellado por la villanía de los poderosos), es obvio que los guionistas se han sacado de la manga un héroe que reúne en sí mismo las principales características de Batman, adaptadas a un entorno social copiado de aquél en que El Zorro lleva a cabo sus hazañas, y que domina estrategias de lucha dignas de V, el misterioso enmascarado de “V de Vendetta”. Que en un contexto en el que los ricos oligarcas ejercen sin piedad el derecho de pernada, atropellando un día sí y otro también al pueblo llano, pueda surgir un adalid de los menesterosos, no seré yo quien lo niegue… Pero que, de la noche a la mañana, como consecuencia de un deseo de venganza por la muerte de su esposa, un pacífico maestro se convierta en un saltimbanqui que no sólo es un virtuoso de la esgrima sino que es capaz de realizar más volteretas y saltos mortales que el más experimentado de los atletas circenses, no parece muy creíble. Siento curiosidad por conocer cómo evolucionan las cifras de audiencia cosechadas por este episodio piloto. Cualquier cosa me parecería posible: que el público se siguiera entusiasmando con esta ambiciosa serie que reconstruye con un buen nivel presupuestario una época histórica reconocible, insertando en ella locuciones propias de nuestros días y, al igual que ocurría en el comic “1602”, introduciendo un (super) héroe fácilmente reconocible; o que, decepcionados por la notable debilidad del guión y risiblemente sorprendidos ante los saltitos del enmascarado y la torpeza y apatía de sus rivales, acabasen por sintonizar cualquier otro canal. Yo creo que sí voy a darle otra oportunidad a “Aguila Roja”; al menos, porque ese tufo a historieta me resulta irresistiblemente atractivo, y porque, aunque, argumentalmente, la serie adolezca de un evidente infantilismo, su factura técnica es más que irreprochable y eso siempre se agradece.
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