Regalos que ilusionan

Si tuviera que hacer un listado de los regalos menos ilusionantes que a lo largo de mi vida he recibido, la palma se la llevarían los calcetines. Sí, es cierto que todos los hombres solemos usar tales prendas (yo, incluso en verano), pero desgarrar un papel de regalo cuidadosamente elegido sólo para hallar en su interior un par (o dos) de calcetines siempre me ha parecido casi tan deprimente como encender la radio sólo para escuchar que el Barça ha palmado en el Camp Nou. Vale, estoy exagerando y un regalo siempre es un regalo y “A caballo regalado, no le mires el dentado”, pero es que casi prefiero que no me regalen nada a recibir algo tan manido y tan poco original. Pienso que, para hacer un buen regalo, un regalo que de verdad conlleve acierto asegurado y auténtica ilusión, sólo existen dos caminos: uno, preguntarle directamente al destinatario qué le hace falta o, mejor aún, qué le gustaría recibir; y dos, averiguarlo sutilmente y sorprender gratamente al afortunado o afortunada. Confieso que entre mis padres y yo prácticamente hemos dejado de cruzarnos obsequios, dado que ellos nunca me dicen lo que quieren e incluso se enfadan cuando les sorprendo con algo que me ha supuesto un desembolso económico más o menos considerable, y, por otra parte, como apenas salen a la calle y desconocen dónde adquirir los complementos informáticos o películas en DVD que me podrían hacer ilusión a mí, después de muchos años de ser yo mismo quien compraba el artículo en cuestión y luego pasarles la cuenta, el ritual se ha hecho tan anodino que apenas lo practicamos en ocasiones muy señaladas como las fiestas navideñas. Con mis niños la cosa es muy diferente. Ayer mismo nos reunimos los tres para decidir qué es lo que les gustaría que Sus Majestades los Reyes Magos les trajeran. Si por ellos fuera, pedirían cada uno una videoconsola y un montón de juguetes, pero tuve que hacerles comprender que Melchor, Gaspar y Baltasar son muy sabios y muy bondadosos pero su disponibilidad económica no es precisamente ilimitada, así que hay que hacer una lista de cinco cosas, de entre las cuales probablemente no recibirán más que dos o, como mucho, tres. Como hacemos cada año, además de anotar el nombre del juguete en cuestión (había que renunciar a algo, y finalmente declinaron la Nintendo) convenía decirles a los Reyes en qué tienda lo habían visto, y, a ser posible, el nombre de su fabricante. Por lo que respecta a mi hijo, los pokemons o gormittis que le hacen soñar sólo pueden conseguirse vía eBay, por lo que hay ponerse manos a la obra desde ya mismo, con el fin de que Sus Majestades de Oriente se lo encuentren todo “a huevo”. “Pero, papá, ¿cómo les vas a mandar a los Reyes Magos la lista que estás haciendo?”, me preguntó mi pequeña. “Por correo electrónico”, le contesté, sin tener que pensarlo mucho. “¿Y tú cómo sabes su dirección?”, inquirió ella. “Tesoro, es algo que sólo sabemos los padres. A mí me lo dijo mi padre, tu abuelo. Antes era una dirección postal y ahora, como los tiempos han cambiado, se trata de una dirección electrónica”. “¿Y a tu padre quién se la dijo?”, intervino mi primogénito. “Pues a él se la debió decir su padre. Pero el caso es que es algo que uno averigua solamente cuando tiene un hijo, en el momento en que se convierte en padre. Así que yo os lo revelaré a vosotros únicamente cuando tengáis vuestros propios hijos”. No sé si mis pequeñajos se quedaron completamente satisfechos con tal explicación, pero sí espero que comprendieran que, en esos años mágicos de la niñez y la inocencia, el regalo que más felices nos hace a los padres es mirar la carita de ilusión de un niño cuando por fin recibe el regalo que anhelaba, el cual, por cierto, casi nunca suele ser un par de calcetines.
Comentarios
Es algo que nunca he contado a nadie, y mucho menos a mis progenitores. ¿Cómo quitarles la ilusión que tenían sus Majestades, aun cuando se tienen varios hijos y hacían un sofreesfuerzo para alegrar la cara de sus vástagos?.
Creo que desde ese momento, intenté no pedir nada desorbitado, para que sus Majestades no resintieran aun más sus bolsillos.
Cada año tenía que hacer el mismo papel para no decepcionar a los "Reyes Magos" que venían de....Oriente?, ó de los establecimientos que ya conocía, cuando pasaba delante de ellos.
¡¡¡¡Qué inocencia la de aquellos maravillosos años....!!!!!
Besitos.
Bichito.