Coquus


¡Coquus…! Había ido tan sólo una vez a este restaurante de Alhama al que podríamos calificar como “de lujo”. “Coquus”, se llama. Me encantó la exquisitez de su comida, sobre todo una deliciosa cebolla caramelizada que iba de guarnición, tan rica que resultaba adictiva. ¡Coquus…! El garito en cuestión era pequeño; el comedor principal apenas tenía cabida para 6 ó 7 mesas, si bien aún existía otra estancia, una especie de reservado para la celebración de comidas de empresa y similares. Los camareros, que eran educadísimos y atentísimos, se las veían y se las deseaban para sortear los obstáculos humanos e inanimados que se encontraban al paso, pero el contenido de sus bandejas merecía con creces el pequeño agobio de la estrechez e, incluso, la elevada cifra que figuraba al final del ticket. ¡Coquus…! Como suele suceder en estos casos, los platos eran grandes, muy grandes, y la cantidad de comida, pequeña, bastante pequeña, aunque, éso sí: deliciosa. Todo el mundo sabe que el mejor perfume se vende en frascos diminutos, y éso puede hacerse extensible a las viandas: los manjares más exquisitos se sirven en porciones exiguas. Otra cosa que es de dominio público es que un restaurante de postín jamás exhibe la cuenta al desnudo, no sea que el cliente sufra un fulminante corte de digestión; te la entregan en una carpetilla, en una carterita de piel o, como mínimo, pulcramente doblada, permitiendo que veas el listado de lo que has comido pero no la suma total de los costes. ¡Coquus…! Lo cierto es que aquel sábado en que comí allí con mis padres salí extasiado, henchido de gozo, y no me importó el mordisco que mis mordiscos causaron en mi cuenta corriente. Soñaba con volver, fantaseaba con abandonarme a la gula entre bosques de cebolla caramelizada, y anoche, al fin, satisfice mi fantasía. Había tenido la precaución de reservar una mesita para dos, no fuese que las típicas cenas de empresa colapsaran un entorno tan carismático como reducido; sin embargo, no hubiera hecho falta tal medida, pues una dentellada de crisis parecía haber devorado la clientela nocturna que en la velada de ayer lunes buscaba saciar el hambre paseando bajo el velo de la luna. ¡Coquus…! Lo bueno de estar prácticamente solos (frente a nosotros, cuatro mozalbetes con cara de gourmets y, en la sala VIP, los sonidos de una cena empresarial) fue que Domingo García Baño, el propio propietario del establecimiento, fue quien nos atendió y orientó, aunque, todo hay que decirlo, sus orientaciones vitícolas carecían de precio orientativo, y sólo supimos lo que valía el vinito “suavecito” una vez acabada la fiesta. ¡Coquus…! La ensalada de nueces y quesos estaba realmente exquisita, y los seis euros que costaba resultaban gustosamente amortizados entre gemidos de placer y aprobación. El pulpo, especialidad de la casa que, en palabras de su creador, “teníamos que probar”, se merecía un “Psché” ajustadito, y el vino que acabó enfriándose en una champanera, aun siendo cierto y verdad lo de su suavidad, no era ni mucho menos embriagador (en ningún sentido); de hecho, eché en falta mi característica botella de agua fresquita, lo mejor para la salud, el cutis y la cartera. El plato fuerte hubiera sido un festín para depredadores carnívoros: jabalí y cordero camuflados entre enormes semiesferas de patata. Ni postre pudimos tomar, más por hartazgo que por miedo al cocu, digo al coco, digo a la cuenta. ¡Coquus…! Y llegó el momento de la verdad, y fue una camarera quien depositó ante mis ojos recelosos el ticket plegado en un artístico doblez que, al deshacerlo, puso boca arriba la auténtica especialidad de la casa: la esgrima, concretamente en la modalidad de tiro con sable. O séase: el SABLAZO. ¡Coquus…! Una botellita de vinito suavecito (de cuyo nombre no quiero acordarme): veintidós eurillos de nada. Seis (6) trocitos de pulpo que ni siquiera habíamos pensado pedir: seis (6) eurazos del copón. ¡Coquus…! Salimos del local razonablemente satisfechos pero exquisitamente vapuleados, y lo más cachondo aún estaba por llegar. ¿A qué no adivináis, según la radio, qué establecimiento dedicado a la restauración, ubicado en la localidad de Alhama de Murcia, fue agraciado ayer con trescientos cincuenta mil euros del Premio Gordo de la Lotería, tras haber realizado su dueño un muy productivo viaje a Barcelona, donde visitó cierta afortunada Administración lotera?. Pues sí, lo habéis adivinado: ¡Coquus…! Qué mal repartido está el mundo: en lugar de obrarse el milagro de que, sin haber comprado ni una furcia papeleta (lo juro), me salpicase a mí la lluvia que cada 22 de Diciembre cae fina tras los cánticos de los St. Ildephonso Boys, con la cual se me hubiera hecho más llevadero el pago de la minuta al señor García Baño, es García Baño quien se da un muy lucrativo baño de billetes: los míos y los del sorteo. Como inútil desahogo, sólo se me ocurre berrear: ¡Coquuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuus!.

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