Cine/ "RED DE MENTIRAS"
Yo fui un espía (casi) adolescente
Confieso, de entrada, mi suprema admiración al señor Ridley Scott, director de “Red de mentiras”, no tanto por la calidad intrínseca de la totalidad de sus últimos productos, sino por el ansia infatigable de continuar activo, de seguir legando al séptimo arte una serie de trabajos como mínimo estimables, a pesar de haber rebasado ya la frontera de los 70 años. Tanto él como el otro septuagenario ilustre que ahora me viene a la cabeza, Clint Eastwood, son un par de auténticos ejemplos a seguir. Mientras que los recién llegados a ésto del Cine no tienen ninguna prisa por estrenar sus nuevos trabajos, que espacian a razón de dos ó tres años como mínimo, Scott y sobre todo Eastwood acuden fieles a su cita anual con sus fans, especialmente este último, que en este 2008 ha realizado no una sino dos películas.
Pero centrémonos en “Red de mentiras”. Para empezar, tengo que decir que, sin considerarme racista en absoluto, me temo que estoy totalmente predispuesto a que cualquier película que transcurre en Africa o en Oriente Medio constituya un hándicap absoluto para mí, es decir, que el entorno en que se desarrolla la acción me resulta muy poco atractivo, por no decir más bien desagradable. Ni “El Exorcista II: El Hereje”, ni “El Jardinero Fiel”, ni “Black Hawk Derribado” (dirigida, por cierto, por el propio Ridley Scott) ni la más reciente “Diamante de Sangre” (que también protagonizó Leonardo Di Caprio) son precisamente santo de mi devoción, y si acudí al cine más próximo para ver esta peli fue tan sólo por la presencia en su ficha técnico-artística de los ilustres nombres de su realizador y su pareja protagonista.
Leonardo DiCaprio interpreta al mejor y más chulo agente de la CIA en Oriente Medio, y Russell Crowe a su inmediato superior. Ni que decir tiene que, dado que se trata de un film de aventuras producido a mayor gloria de su rutilante estrella masculina, todavía un ídolo para las quinceañeras de todo el mundo, el film está trufado de detalles que patentizan lo guapo y lo listo y lo bueno y lo valiente y lo hábil que es el inefable Leo. En este sentido, las coincidencias con la citada “Diamante de Sangre” son numerosísimas: escenarios similares, comportamientos similares… composición muy similar a cargo de DiCaprio, uno más que llama a la puerta del clan de los actores-que-se-empeñan-en-interpretarse-a-sí-mismos (John Wayne, Harrison Ford, Fernando Tejero, etc., etc., etc.). Menos mal que por allí anda Russell Crowe, uno de mis intérpretes favoritos, un auténtico camaleón que no sólo se transforma físicamente (aquí aparece envejecido, barrigudo y odiosamente antipático) sino que se saca de no sé dónde un repertorio de gestos y de miradas que varían de una película a otra. Hace unas semanas le ví en “El Tren de las 3:10”, y de verdad que el forajido de allá y el jerifalte de la CIA de acá parecen encarnados por personas distintas. Imagino cómo debe divertirse Ridley Scott con éste su actor fetiche, al que recurre siempre que tiene ocasión, y al que primero le hizo ponerse cachas para “Gladiator” y luego descuidarse hasta lo indecible para esta “Red de mentiras”.
En “Red de mentiras” pueden encontrarse montones de defectos, como también bastantes virtudes. Tratándose de un film de espías, la complejidad en el guión se da por supuesta, y ello conlleva, lógicamente, la existencia de inacabables líneas de diálogo en las que se nos cuenta todo aquéllo que no podemos percibir nosotros mismos, y donde se citan los nombres de los personajes en los que tenemos que fijarnos especialmente. Por fortuna, la pericia visual de Ridley Scott acaba por imponerse a la morosidad de un libreto con bastantes altibajos, y en el que no faltan la estúpida e innecesaria historia de amor (como recuerdo que dice con motivo de “Diamante de Sangre”, ¿cómo iban a permitir los productores de la cinta que Leonardo Di Caprio, con lo reguaperas que es, no tenga un romance, aunque sea metido con calzador?) y el lamentable aunque esperado final feliz, en el que a los árabes aliados de la CIA tan sólo les falta cantar “The Star Spangled Banner” y enarbolar una bandera llena de barras y estrellas mientras les dan para el pelo a los malísimos árabes que no comulgan con la doctrina del Tío Sam. En cualquier caso, hay que destacar que el ritmo de las primeras secuencias y del último cuarto de hora de metraje son excelentes, que la fotografía y el montaje te dejan boquiabierto y que, Mark Strong, el actor que interpreta a Hani, el aliado casi incondicional de la CIA en las provincias árabes, es todo un hallazgo y compone un personaje sencillamente fascinante.
Luis Campoy
Lo mejor: Russell Crowe, Mark Strong, el arranque, la fotografía en general
Lo peor: algunas lagunas centrales que hacen bostezar, la poco creíble historia de amor, el final demasiado feliz
El cruce: “Spy Game” + “Munich” + “Diamante de Sangre”
Calificación: 7,75 (sobre 10)
Confieso, de entrada, mi suprema admiración al señor Ridley Scott, director de “Red de mentiras”, no tanto por la calidad intrínseca de la totalidad de sus últimos productos, sino por el ansia infatigable de continuar activo, de seguir legando al séptimo arte una serie de trabajos como mínimo estimables, a pesar de haber rebasado ya la frontera de los 70 años. Tanto él como el otro septuagenario ilustre que ahora me viene a la cabeza, Clint Eastwood, son un par de auténticos ejemplos a seguir. Mientras que los recién llegados a ésto del Cine no tienen ninguna prisa por estrenar sus nuevos trabajos, que espacian a razón de dos ó tres años como mínimo, Scott y sobre todo Eastwood acuden fieles a su cita anual con sus fans, especialmente este último, que en este 2008 ha realizado no una sino dos películas.
Pero centrémonos en “Red de mentiras”. Para empezar, tengo que decir que, sin considerarme racista en absoluto, me temo que estoy totalmente predispuesto a que cualquier película que transcurre en Africa o en Oriente Medio constituya un hándicap absoluto para mí, es decir, que el entorno en que se desarrolla la acción me resulta muy poco atractivo, por no decir más bien desagradable. Ni “El Exorcista II: El Hereje”, ni “El Jardinero Fiel”, ni “Black Hawk Derribado” (dirigida, por cierto, por el propio Ridley Scott) ni la más reciente “Diamante de Sangre” (que también protagonizó Leonardo Di Caprio) son precisamente santo de mi devoción, y si acudí al cine más próximo para ver esta peli fue tan sólo por la presencia en su ficha técnico-artística de los ilustres nombres de su realizador y su pareja protagonista.
Leonardo DiCaprio interpreta al mejor y más chulo agente de la CIA en Oriente Medio, y Russell Crowe a su inmediato superior. Ni que decir tiene que, dado que se trata de un film de aventuras producido a mayor gloria de su rutilante estrella masculina, todavía un ídolo para las quinceañeras de todo el mundo, el film está trufado de detalles que patentizan lo guapo y lo listo y lo bueno y lo valiente y lo hábil que es el inefable Leo. En este sentido, las coincidencias con la citada “Diamante de Sangre” son numerosísimas: escenarios similares, comportamientos similares… composición muy similar a cargo de DiCaprio, uno más que llama a la puerta del clan de los actores-que-se-empeñan-en-interpretarse-a-sí-mismos (John Wayne, Harrison Ford, Fernando Tejero, etc., etc., etc.). Menos mal que por allí anda Russell Crowe, uno de mis intérpretes favoritos, un auténtico camaleón que no sólo se transforma físicamente (aquí aparece envejecido, barrigudo y odiosamente antipático) sino que se saca de no sé dónde un repertorio de gestos y de miradas que varían de una película a otra. Hace unas semanas le ví en “El Tren de las 3:10”, y de verdad que el forajido de allá y el jerifalte de la CIA de acá parecen encarnados por personas distintas. Imagino cómo debe divertirse Ridley Scott con éste su actor fetiche, al que recurre siempre que tiene ocasión, y al que primero le hizo ponerse cachas para “Gladiator” y luego descuidarse hasta lo indecible para esta “Red de mentiras”.
En “Red de mentiras” pueden encontrarse montones de defectos, como también bastantes virtudes. Tratándose de un film de espías, la complejidad en el guión se da por supuesta, y ello conlleva, lógicamente, la existencia de inacabables líneas de diálogo en las que se nos cuenta todo aquéllo que no podemos percibir nosotros mismos, y donde se citan los nombres de los personajes en los que tenemos que fijarnos especialmente. Por fortuna, la pericia visual de Ridley Scott acaba por imponerse a la morosidad de un libreto con bastantes altibajos, y en el que no faltan la estúpida e innecesaria historia de amor (como recuerdo que dice con motivo de “Diamante de Sangre”, ¿cómo iban a permitir los productores de la cinta que Leonardo Di Caprio, con lo reguaperas que es, no tenga un romance, aunque sea metido con calzador?) y el lamentable aunque esperado final feliz, en el que a los árabes aliados de la CIA tan sólo les falta cantar “The Star Spangled Banner” y enarbolar una bandera llena de barras y estrellas mientras les dan para el pelo a los malísimos árabes que no comulgan con la doctrina del Tío Sam. En cualquier caso, hay que destacar que el ritmo de las primeras secuencias y del último cuarto de hora de metraje son excelentes, que la fotografía y el montaje te dejan boquiabierto y que, Mark Strong, el actor que interpreta a Hani, el aliado casi incondicional de la CIA en las provincias árabes, es todo un hallazgo y compone un personaje sencillamente fascinante.
Luis Campoy
Lo mejor: Russell Crowe, Mark Strong, el arranque, la fotografía en general
Lo peor: algunas lagunas centrales que hacen bostezar, la poco creíble historia de amor, el final demasiado feliz
El cruce: “Spy Game” + “Munich” + “Diamante de Sangre”
Calificación: 7,75 (sobre 10)
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