Cambios de look


Coincidiendo con el inicio de esta nueva (y no dudo que mejor) etapa de mi vida, durante unos días he lucido un nuevo aspecto que confío no tenga que recuperar. Como si de un monje franciscano se tratara, mi cabello parecía recortado tras haber utilizado como molde una ensaladera invertida encasquetada en mi cabeza. Naturalmente, mi carismático y campechano barbero Sebastián no fue culpable íntegramente de este desaguisado. El sólo cumplió mis indicaciones de “igualar y emparejar”, pero lo cierto es que a un barbero le gusta más cortar el pelo que a Leo Messi chupar balones, y el hombre se afanó tanto que mi finísimo cabello lució tan emparejado y tan igualado que los destellos de mi cráneo turgente resplandecían homogéneos por toda la superficie. Estaba claro que algo había que hacer para que mi precaria imagen no quedara irremisiblemente deteriorada, y opté por orientar mis folículos capilares en dirección “norte/sur” y no “oeste/este” como de costumbre, un camuflaje temporal que me pareció honroso. “Veo que has cambiado tu look”, me comentó un compañero mientras yo me lavaba mis manos y él tenía entre las suyas una de sus posesiones más preciadas. “Sí, es que me han cortado tanto el pelo que no puedo peinármelo como antes”, respondí. “Vamos, que te estás quedando calvo y quieres disimularlo”, replicó el meón indomable, haciendo gala de un tacto exquisito. Salí del aseo y otro de los diplomáticos natos que trabajan codo a codo conmigo se me quedó mirando y me espetó: “Mejor que peinarte de esa manera, tendrías que asumir la calvicie como hago yo”. Mi compañera, la única fémina del lugar, al oírlo izó su cabecita por encima del mamparo de cristal que nos separa, y sonrió tenuemente sin decir nada. Menos mal. Alguien dijo una vez que “Quien no se parece a sus padres, es un marrano”, y yo no puedo renegar de mi irrenunciable herencia paterna. Mi padre, mis tíos y mis abuelos tienen o tenían auténticas bolas de billar sobre los hombros, y bastante mérito tiene el haber llegado a mis taytantos años pudiéndome peinar como me he peinado desde la niñez. Aunque tampoco yo disfruté cuando me detenía ante un espejo y lo que veía no se parecía al recuerdo que tenía de mi clásico aspecto. Durante tan aciagas jornadas, traté de conseguir el teléfono de José Bono, el ínclito Presidente del Congreso, que hace poco apareció con la testa repoblada, pero, como no pude averiguar de dónde sacó tan majestuosa melena, opté por llamar a mi amiguete Tomás, que me porporcionó bajo cuerda el número de su tricólogo de cabecera. Por si no lo sabéis, el tricólogo no es el diseñador de los tricornios de la Guardia Civil, sino el dermatólogo que se ha especializado en los dramas capilares. A mí me sigue pareciendo que, para conservar el pelo, lo único infalible es guardarlo en una caja una vez se te ha caído, pero es innegable que en estos últimos tiempos han proliferado diversos tratamientos mágicos que han permitido que tanto Bono como mi amigo Tomás ya no tengan que recurrir a hilarantes bisoñés para no tener que presumir de frente despejada. Yo todavía no me hago a la idea de que hace seis días mi incipiente alopecia era un secreto tan bien guardado como esas hemorroides de las que, por fortuna, aún no disfruto, y ahora, de repente, llevo tatuado en la frente que soy hijo de mi padre. Así que, en tanto en cuanto no me crece un poco el pelamen que aún no se ha caído y me decido a telefonear al tricólogo taumatúrgico, voy a tener que huir de los espejos como quien huye de la peste, y quién sabe si no le acabaré pidiendo a Caballo Loco la cabellera que le cortó al General Custer, a Indiana Jones su sombrero Fedora, a Fernando Alonso su gorra de piloto… o al teniente coronel Tejero su famoso tricornio.

Comentarios

bichito ha dicho que…
Pues yo te ví guapísimo!!!!!!
Qué quieres que te diga?.
Si la verdad, ofende, oféndete.
Anónimo ha dicho que…
Una ofensa tuya, en caso de que tus palabras pretendieran ofenderme, sería más valiosa que un cumplido (falso) de cualquiera. Gracias.

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