ETA, suma y sigue


Es el tema del día. Supongo que la mayoría, como yo, os habréis despertado con la desagradable noticia de que ETA había vuelto a matar. Cuando tengo que explicarle a un niño, o a un inmigrante, el origen de esta inacabable sed de violencia que enfrenta a los vascos (a algunos vascos) con el Estado español, siempre les digo que la complejidad del asunto se debe a su longevidad histórica. Aunque la banda terrorista ETA propiamente dicha eclosionó durante la dictadura de Francisco Franco, el espíritu separatista o distanciador de los habitantes del País Vasco viene de muchos siglos atrás. Incluso si analizamos su lengua autóctona, el euskera, veremos que, a diferencia del catalán o incluso el gallego, nada tiene que ver su ortografía o su fonética con la lengua castellana. Así pues, es a la Historia, al idioma e incluso a su carácter algo peculiar a lo que determinados sujetos atribuyen su derecho natural a no ser españoles… sino, simplemente vascos. ¿Pero cómo dejar de ser españoles cuando, geográfica y políticamente, se ven ligados a esa unidad territorial llamada España? A finales de los años 50 empezó a operar una organización de carácter terrorista denominada Euskadi Ta Askatasuna (Euskadi y Libertad), cuyas siglas se hicieron terriblemente populares casi de inmediato. Ni siquiera el gabinete ultrarrepresor de Franco pudo aplastarles, y no pudo porque, mal que nos pese a muchos, estos señores tienen una gran cobertura popular. No se trata de cuatro asesinos sedientos de sangre que matan en contra de la voluntad de sus paisanos; muchos de sus paisanos apoyan sus ideales, y, por desgracia, incluso justifican sus métodos. No sé si debe ser genético, pero, mientras que a mí y a la mayoría de los demócratas sólo se nos ocurre la vía del diálogo para tratar de conseguir lo que deseamos, hay quien considera lícito el ejercicio de la fuerza bruta. La violencia es consustancial a la mismísima especie humana (ya conocéis aquéllo de “El Hombre es el lobo para el Hombre” o lo de “De entre todas las criaturas, sólo el Hombre mata por placer y no por necesidad”), y lo peor para las mentes crédulas y pusilánimes es darse de bruces con algún caudillo manipulador que les convenza de que cualquier método es legítimo para obtener el fin deseado (Maquiavelo dixit). ¿Cómo expulsar de “su” país a los invasores opresores españoles? Pues exterminando a sus dirigentes locales, o a los representantes de sus cuerpos de seguridad. Políticos, militares, guardias civiles, policías y ertzainas son sus objetivos favoritos a la hora de la eliminación, mientras que, cuando el apoyo ciudadano no es todo lo generoso que ellos consideran, se dedican a recolectar fondos adicionales mediante el secuestro y la extorsión. Todo sea por la causa. ¿Cómo erradicar de una vez para siempre esta lacra de inmunda violencia? No hay fórmulas mágicas, y sólo se me ocurren dos posibilidades: o por la fuerza, o mediante el diálogo. Ya he expuesto más arriba lo retrógrada e inhumana que me parece cualquier acción armada, así que sólo se me ocurre factible la vía del diálogo, entendiendo que, para dialogar, las dos partes deben estar dispuestas a llegar a un punto de acuerdo y a ceder lo que haya que ceder. Y, por supuesto, para sentarse a platicar con una banda de asesinos que se ocultan tras un pasamontañas, lo primero es que se desenmascaren y que, a continuación, entreguen las armas como muestra de buena voluntad. Esto fue lo que ocurrió durante la frustrada tregua de hace dos años, impulsada demasiado alegremente por un Zapatero empeñado en obtener el Premio Nobel de la Paz. No sé muy bien qué fue lo que se les prometió a los dirigentes etarras que se sentaron a negociar con los representantes socialistas, pero el chocolate del loro caducó antes de lo previsto, y, desde entonces, parece que los integristas de la txapela están rearmándose a marchas forzadas, perpetrando acciones cada vez más audaces. Como la de esta madrugada, que ha arrebatado la vida a un hombre de 46 años que simplemente estaba cumpliendo su trabajo en el destino que le habían impuesto, y que no tenía nada que ver con la administración de los derechos ancestrales que determinados vascos creen poseer sobre sus territorios.

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