Tras la cortina
Detesto ir al médico. Esta es una de las conclusiones que obtengo cuando realizo una introspección a fondo por los entresijos de mi forma de sér. Yo, que siempre estoy aconsejando a todo el mundo que acuda al galeno más próximo al menor síntoma de que algo no anda bien, soy reacio a más no poder a la hora de predicar con el ejemplo. Ayer, sin embargo, me arriesgué a contravenir esa norma mía no escrita, y pedí cita con la doctora que hasta ahora me ha tenido como invisible paciente. Con todas estas jovencitas recién salidas de la Facultad de Medicina pasa siempre lo mismo. Te atienden cordiales y sonrientes, tuteándote (no seáis mal pensados: he dicho “tuteándote”, no “puteándote”) a las primeras de cambio, como para romper el hielo, pero, si el motivo de la consulta obliga a que tengas que exhibir tu varonil anatomía (vamos, a quedarte en pelotillas sin casi haberos presentado), comienzan a llamarte de “Usted” sin darse cuenta. El motivo de mi visita, según su punto de vista, requería que realizase una torpe imitación de Kim Basinger en “Nueve Semanas y Media” – sólo que sin música de Joe Cocker -, y la médica me indicó que, una vez stripteaseado, me tumbase boca arriba en la camilla situada tras la cortina. Estaba yo hecho un pelele, indefenso y con los pantalones bajados, con la susodicha palpándome aquí y allá, y entonces va la Doctora Quinn y me espeta, con voz algo temblorosa: “Tendrá que bajarse éso, bueno, bajarse o subirse o ladeárselo un poco, como quiera, pero tengo que explorar también lo otro”. Estas mujeres… No les basta con sacártelo todo y dejarte en calzoncillos; todavía quieren más. El caso es que aquella pobre chica se puso a jugar con un par de pelotas bastante más pequeñas que ésas que están de moda ahora (las que chutan con tanto arte David Villa y Fernando Torres), mientras yo no sabía si reir, llorar o recordarle que, si se sentía estresada, existían otras cosas que podría estrujar sin luego tener que sentirse culpable. Pero todo fue en vano. Hábilmente, la doncella de la blanca bata despejó el peligro y desplazó la pelota al tejado del especialista de turno, al que, a través de la enfermera, debería pedirle cita. ¿Lo véis? Todo aquel mal trago, con despelote incluído, para que me sintiese como en casa… de citas. ¿Tanto ruido para tan pocas nueces? ¿Acaso no pude de mis pudendas partes haberme ahorrado tan gratuita exhibición? Y ¿cómo será el próximo profesional sanitario que me toque los huevos? Preguntas sin respuesta que me acojonan, perdón, acongojan, mientras me convenzo de que es mucho menos comprometido aconsejar a los otros que visiten al médico, mientras yo contemplo la corrida tras la barrera.
Comentarios
Salud!
SOBRE TU ARTICULO, ME ENCANTA. JAJAJAJAJAJA...TE IMAGINABA EN SITUACION...
EN ESTOS CASOS LO MEJOR ES LA NATURALIDAD JAJAJA
DE TODAS FORMAS, PIENSA QUE TU ERES HOMBRE, IMAGINATE ALGUNA VEZ COMO SE PUEDE ENCONTRAR EN ESTA SITUACION O EN OTRAS PEORES UNA MUJER...
BESITOS DE TU MUSA