Políticas de izquierdas
Como todas las personas, soy yo y también soy lo que han hecho de mí. Quiero decir que, por una parte, tengo las convicciones que, durante mi vida adulta, he ido considerando que son las justas y correctas, pero, al mismo tiempo, conservo el poso de lo que quienes me moldearon durante mis años mozos trataron de inculcarme. Lo de que el PSOE, partido actualmente en el poder en nuestro sufrido país, pretende realizar “políticas de izquierda” no debería ser noticia, o, al menos, no tanto como lo está siendo estos días. Se supone que una formación que expande su ideología hacia el lado zurdo debería ejecutar su mandato de modo consecuente, pero no siempre ha sido tan evidente que se pretende alejar las costumbres y las normas morales de lo que hasta ahora solía ser cotidiano. Por ejemplo, lo de que voten los inmigrantes, a mí me parece magnífico y fabuloso, y tan lógico que no entiendo por qué estamos en el siglo XXI y no ha sido una realidad hasta ahora. Supongo que el racismo o, mejor dicho, la xenofobia, son los responsables de la desconfianza y marginación de quienes no nacieron en este país en el que todos vivimos. Parece irrefutable el razonamiento de que, ya que tienen la obligación de estar censados y con papeles en regla, ya que han de acatar la ley, también deben disponer del derecho a ayudar a que las leyes se promulguen y se cumplan. Sin embargo, con respecto a la “laicidad” y el aborto me confieso algo más dubitativo. Mi yo consciente, ése que se deja regir por la frialdad del intelecto deductivo, siempre ha defendido la libertad de la mujer a decidir sobre la continuidad o no del embarazo; de no ser así, podríamos pensar que se trata de una especie de castigo a la promiscuidad o la imprevisión, convirtiendo en inmutable aquello que fue simplemente fortuito. Sin embargo, mis años en un colegio de curas me hacen un poquito difícil de aceptar la actual tesitura pretendida por las mujeres socialistas con respecto a una ley de plazos, o, al menos, hacen que me dé un pequeño retortijón cuando pienso en ello. Que sí, que me parece lógico que sea la persona que lleva incrustado el embrión de la nueva vida quien decida si la deja fructificar o no, pero no estoy convencido al cien por cien de que la libertad sea lo único a tener en cuenta. Luego está el tema de los símbolos religiosos, que, en el fondo, o en el fondo del fondo, no debería ser tan relevante. Por Dios, estamos hablando tan sólo de símbolos, imágenes, iconos. Sólo los extremistas (abanderados por cierta emisora con la que normalmente estoy COPEtamente en desacuerdo) podrían ser capaces de afirmar que la no exhibición pública de un crucifijo constituye una especie de prohibición de la religión cristiana. Nada más lejos de la realidad: yo no llevo colgada del cuello la foto de mis hijos, y no por no llevarla los quiero menos. Tampoco quiere decirse que quien presume de su catolicismo ostentando una cruz o una medalla sea más o mejor cristiano que quien prefiere no ser tan explícito. Y es cierto que el progreso y los avances sociales han permitido que España (como cualquier país civilizado) ya no sea monoteísta, por lo que se ha decidido que es más práctico retirar los iconos de una religión que tener que incluir los de las otras cinco o seis religiones mayoritarias; faltaría sitio en cualquier lugar público si hubiese que colgar la efigie de Cristo, y la de Mahoma, y la de Buda, y la de John Smith, y la de L. Ron Hubbard. Supongo que por éso se pretende llevar a la práctica el viejo dicho de “O todos, o ninguno” (por no decirlo de otro modo, que, en este contexto, se antojaría algo improcedente: “O todos moros, o todos cristianos”). Lo cual no es óbice para que uno, que, como dije antes, se hizo persona entre monjas y curas y que durante años fue obligado a rezar mil rosarios y un millón de avemarías, no pueda evitar recordar, con cierta añoranza, aquellos crucifijos que presidían todas las aulas, no sé si como austero adorno o como exteriorización de una doctrina impuesta que, niños todos, nos dejábamos imponer sin hacernos demasiadas preguntas.
Comentarios
Si hubiese interrumpido mi embarazo y mira que podía, (tenía mis razones) hoy mi hijo no estaria aquí. Haciendote este comentario, lo miro porque lo tengo a mi lado, en su maquita, acaba de tomar el "bibe" y se me saltan las lágrimas solo de pensar que yo hubiera interrumpido que él viniera.
Por lo demás...ya no tiene importancia... o sí.
Quizá destacar la situacion actual de España, su tan grave y bien llamada "CRISIS", palabra que el bueno de Zapatero se niega a reflexionar.
un BESO
MARISA
También creo que el laicismo (o laicidad, como le gusta llamarlo al Papa) implica tener un respeto escrupuloso hacia la religiosidad de los individuos. En este sentido, me parece absolutamente necesario que la Ley garantice el derecho de una mujer católica a no abortar… sé que puede sonar a chascarrillo, pero realmente es así como debemos verlo. La moral de cada uno de los individuos está respetada. Lo que no puede hacer la Iglesia es tratar de imponer su moral a toda la esfera pública que no la comparte.
Todo esto es mi libre opinión, como individuo libre con libertad de expresión. No pretendo, ni por asomo, hacer que quien no esté de acuerdo con ella asuma mis criterios. Respeto muchísimo a los católicos, musulmanes, judíos, etc que viven su religión con devoción y respeto hacia quienes no lo somos.
Un saludo!