Eurocampeones
En un día como el de hoy es obligado hablar de fútbol. El llamado “Deporte Rey”, el que más emociones y pasiones desata a lo largo y ancho del Orbe terráqueo, hizo que anoche las calles, plazas y fuentes públicas de toda España se llenaran de miles de personas que, en su mayoría, volvieron a confundir la alegría y la euforia con el puro gamberrismo. En Alhama de Murcia, donde vivo, fui testigo de un sinfín de actuaciones que ni siquiera el nerviosismo previo o la dicha posterior pueden ni deben excusar. Comportarse como auténticos energúmenos en un pub abarrotado de gente, entablando un absurdo duelo decibélico con el disc jockey del establecimiento (los clientes soplaban sus bocinas y, paralelamente, el pinchadiscos subía el volumen de los Celtas Cortos hasta límites impensables e insoportables) no creo que tenga nada que ver con el deporte, como tampoco que, una vez concluido el trascendental encuentro frente a Alemania, los coches y, nuevamente, las bocinas, sometieran a un castigo inmerecido a aquéllos pobres diablos que, como yo, nos teníamos que levantar a las 6 de la mañana para ir a trabajar. ¿O acaso alegrarse del triunfo de tu Selección, de tu país, implica convertirse en una especie de terrorista auditivo que atenta impunemente contra la paz y el descanso ajenos?.
Con respecto a los aspectos puramente futbolísticos, hay que reseñar que ni siquiera los constantes triunfalismos de los periodistas y comentaristas de Cuatro han podido, esta vez, deslucir el buen trabajo de los jugadores seleccionados por mi tocayo Aragonés. ¿Nadie les ha dicho a Manu Carreño y compañía que no se pueden dar las cosas por hechas sin tener en cuenta que el deporte conlleva la posibilidad de que el contrario juegue mejor o simplemente tenga más fortuna que tú? Joder, si por los “cuatreros” fuera, no habría hecho falta jugar los seis partidos, porque desde el mismo inicio de la competición ya sabían que España estaría allí, en la Final, y actuaban como si no sólo estuviesen iluminados por la fe ciega, sino imbuídos de una convicción cierta y total. En cualquier caso, los hechos son irrefutables: España ha sido la única selección que ha ganado todos sus partidos, ha sido la más goleadora y la menos goleada, y su juego ha sido siempre funcional, cuando no atractivo y deslumbrante. Iker Casillas se ha coronado como el mejor portero de Europa (título que le arrebató merecidamente al italiano Buffon), David Villa, en tan sólo cuatro partidos, se ha proclamado europichichi y Xavi, Senna e Iniesta han sido un modelo de control y planificación del juego propio y contención del ajeno. Estoy seguro de que, si el madridista Raúl hubiese acudido a la cita, las cosas hubiesen sido diferentes, y no precisamente mejores. Su ascendencia en el vestuario hubiese alterado el clima de compañerismo que todo el mundo ha destacado, y su condición física hubiese forzado otro sistema que hubiese deparado frutos menos jugosos. Tampoco es que Fernando Torres haya hecho nada memorable hasta el último día, pero ahí está el hecho: si no llega a ser por él, lo más probable es que se hubiese llegado a una prórroga que ninguno deseaba, y tal vez otro gallo hubiera cantado. La mayoría de nuestros jugadores se han rehabilitado en estos días inolvidables: Puyol se reencontró a sí mismo tras una temporada más bien mediocre; Sergio Ramos e Iniesta superaron un inicio de campeonato en el que preocupaba su bajísimo nivel de forma; y hasta Güiza se resarció ante Rusia de la decepción de haberle regalado un lanzamiento de penalty a Buffon.
Elegidos para la gloria, veintidós jóvenes españoles (incluyendo al hispanobrasileño Senna) se han sacado de encima toneladas de prejuicios y malos farios, y, muy probablemente, la mayoría de ellos continuará vistiéndose de rojo bajo la batuta del nuevo seleccionador que, como todo el mundo sabe, será el ex-madridista Vicente Del Bosque. Luis Aragonés ha cerrado su ciclo de la mejor manera posible, comportándose a veces como padre protector y a veces como abuelo cascarrabias, pero siempre demostrando sus conocimientos y su certeza en que “el fútbol es ganar, ganar, ganar y volver a ganar”.
Con respecto a los aspectos puramente futbolísticos, hay que reseñar que ni siquiera los constantes triunfalismos de los periodistas y comentaristas de Cuatro han podido, esta vez, deslucir el buen trabajo de los jugadores seleccionados por mi tocayo Aragonés. ¿Nadie les ha dicho a Manu Carreño y compañía que no se pueden dar las cosas por hechas sin tener en cuenta que el deporte conlleva la posibilidad de que el contrario juegue mejor o simplemente tenga más fortuna que tú? Joder, si por los “cuatreros” fuera, no habría hecho falta jugar los seis partidos, porque desde el mismo inicio de la competición ya sabían que España estaría allí, en la Final, y actuaban como si no sólo estuviesen iluminados por la fe ciega, sino imbuídos de una convicción cierta y total. En cualquier caso, los hechos son irrefutables: España ha sido la única selección que ha ganado todos sus partidos, ha sido la más goleadora y la menos goleada, y su juego ha sido siempre funcional, cuando no atractivo y deslumbrante. Iker Casillas se ha coronado como el mejor portero de Europa (título que le arrebató merecidamente al italiano Buffon), David Villa, en tan sólo cuatro partidos, se ha proclamado europichichi y Xavi, Senna e Iniesta han sido un modelo de control y planificación del juego propio y contención del ajeno. Estoy seguro de que, si el madridista Raúl hubiese acudido a la cita, las cosas hubiesen sido diferentes, y no precisamente mejores. Su ascendencia en el vestuario hubiese alterado el clima de compañerismo que todo el mundo ha destacado, y su condición física hubiese forzado otro sistema que hubiese deparado frutos menos jugosos. Tampoco es que Fernando Torres haya hecho nada memorable hasta el último día, pero ahí está el hecho: si no llega a ser por él, lo más probable es que se hubiese llegado a una prórroga que ninguno deseaba, y tal vez otro gallo hubiera cantado. La mayoría de nuestros jugadores se han rehabilitado en estos días inolvidables: Puyol se reencontró a sí mismo tras una temporada más bien mediocre; Sergio Ramos e Iniesta superaron un inicio de campeonato en el que preocupaba su bajísimo nivel de forma; y hasta Güiza se resarció ante Rusia de la decepción de haberle regalado un lanzamiento de penalty a Buffon.
Elegidos para la gloria, veintidós jóvenes españoles (incluyendo al hispanobrasileño Senna) se han sacado de encima toneladas de prejuicios y malos farios, y, muy probablemente, la mayoría de ellos continuará vistiéndose de rojo bajo la batuta del nuevo seleccionador que, como todo el mundo sabe, será el ex-madridista Vicente Del Bosque. Luis Aragonés ha cerrado su ciclo de la mejor manera posible, comportándose a veces como padre protector y a veces como abuelo cascarrabias, pero siempre demostrando sus conocimientos y su certeza en que “el fútbol es ganar, ganar, ganar y volver a ganar”.
Comentarios
Así convertimos esto en un blogger privado y me adjudico su lectura asi como los comentarios.
O NO?...JAJAJA
YO TE ASEGURO QUE MAS DE UNO TE LEE Y UNA...
POR CIERTO, Y A LO QUE VAMOS, HEMOS ROTO EL MALEFICIO...PERO DEPORTIVAMENTE HABLANDO.
Y EL MALEFICIO DE LA CRISIS PARA CUANDO...?????
QUIEN TENDRA LA CULPA ZAPATERO O MI ZAPATO?
BUENAS NOCHES PRINCIPE